Alemania se pregunta el porqué del atentado en un mercadillo navideño de Magdeburgo, pero la propia pregunta contiene la respuesta: por nada. Por ninguna razón, sino antes al contrario, pues la matanza indiscriminada que acabó con la vida de cinco personas, entre ellas un niño de nueve años que pertenecía a la sección infantil del cuerpo de bomberos de la localidad, y que dejó malheridas a más de doscientas, pertenece a la esfera de la más absoluta sinrazón. El asesino múltiple, un psiquiatra, era, es, un enajenado.
Tan enajenado era, es, Taleb Abdelmohsen, que, diciendo ser un furibundo islamófobo, creía que hasta los críticos con el islamismo formaban parte de una conspiración islamista. A tanto había llegado, según su desequilibrada mente, el influjo diabólico de Angela Merkel, a la que reputaba como inspiradora y jefa de un vasto plan secreto para islamizar Europa. Así, se comprende el desconcierto de las autoridades alemanas, que no alcanzan a encajar al asesino múltiple en ningún esquema, en ningún tipo terrorista conocido hasta la fecha, pero es inútil tratar de encajarlo en esquema alguno, salvo en el de un mundo globalmente sumergido en la locura. Emigrante y árabe, simpatizaba con el xenófobo y antiinmigración partido neonazi Alternativa por Alemania.
Taleb Abdelmohsen era, es, literalmente un enajenado porque cree ser otro, no se sabe quién. Y el resto de la humanidad, nadie, o, si acaso, una masa informe cuyo único objeto es labrar su desgracia, de suerte que, por atemperarla, cogió su BMW y lo estrelló contra la multitud del mercadillo navideño. Este psiquiatra, que elogiaba en redes a Elon Musk en otra de las expresiones del cuadro de su insania, ni es musulmán ni antimusulmán, ni islamista ni antiislamista, ni alemán ni saudí renegado, ni tampoco, obviamente, un psiquiatra. ¿Qué puede saber del alma quien no la tiene, quien destroza a un niño que quería ser, de mayor, bombero?