Noche apocalíptica

R.L.C.
-

La historia de Tarancón quedó marcada hace setenta años con la explosión de un polvorín de la Guerra Civil que causó más de una treintena de muertos y provocó destrozos en un millar de viviendas de distintos barrios

Damnificados por la explosión en los soportales del Ayuntamiento días después. - Foto: Archivo municipal

El 26 de julio de 1949 el reloj de la torre de la iglesia se paró a las dos menos cuarto de la madrugada. Tras un gran resplandor que se vio en muchos kilómetros a la redonda y un enorme estruendo que se sintió también en los pueblos vecinos, Tarancón quedó a oscuras por la explosión del Polvorín. 

El pánico se apoderó de muchos de sus vecinos, entonces alrededor de siete mil, a la mayoría les pilló durmiendo, otros en el cine o en la verbena de Santa Ana, expone el archivero municipal, Jesús Garrido, que está escribiendo un libro sobre este suceso que marcó la historia de la localidad para siempre y que 70 años después aún es recordado.

«Vivíamos en la plaza del Colmenar, en San Roque, y hasta el corral de la casa cayó un cascote pero a mis dos hermanos y a mí, que estábamos durmiendo, éramos pequeños, no nos pasó nada», recuerda Jesús Muñoz, al que sus padres, que estaban en la verbena, llevaron a toda prisa junto al resto de la familia a las eras (hoy Parque de la Juventud) a pasar el resto de la noche al raso. «Yo no había nacido», cuenta Mariano Collado, pero sus padres, entonces novios, después le relataron que «él estaba en el cine, llamado de segunda, solo iban los hombres, y es anecdótico porque me contaba que en la película, de violencia, explotó un puente, y decían que bien hecho está que ha temblado hasta el suelo, hasta que se dieron cuenta que fue real, que fue el polvorín». Su madre fue una de las muchas que dormía en la barriada de El Caño, que a pesar de estar relativamente cerca del almacén de explosivos no  resultó muy afectada porque el templo parroquial, sí que muy castigado, parapetó los efectos de la explosión.

Estado en el que quedaron los exteriores de las cuevas Camino del Real, situadas junto al cerro del que explotó el Polvorín en la noche del 26 de julio de 1949. Estado en el que quedaron los exteriores de las cuevas Camino del Real, situadas junto al cerro del que explotó el Polvorín en la noche del 26 de julio de 1949. - Foto: Archivo municipalEntre el Ayuntamiento y la iglesia, en la calle Chueca, vivía Pilar Díaz, que entonces tenía nueve años. «No fuimos a la verbena porque a las cuatro de la mañana nos teníamos que ir a espigar, al oir aquello hubo un gran revuelo, pero no nos pasó nada», relata. Mientras otros optaron por huir hacia las eras en dirección Belinchón, su familia en este caso se refugió tras la antigua nave de Obras Públicas.

Cuando amaneció los supervivientes se encontraron con una nube blanca como de polvo que cubría todo el municipio y -junto a la rápida respuesta de las autoridades y los efectivos de la época- una enorme solidaridad espontánea en marcha, sobre todo de muchos pueblos cercanos. La memoria del suceso firmada el 9 de agosto por el alcalde, Inocencio Ballesteros, recoge que «los coches de tránsito por esta población son detenidos y emplazados a sitios estratégicos, unos para con sus faros alumbrar y facilitar la búsqueda de muertos y heridos». Otros para trasladarlos al depósito municipal habilitado al efecto, el desaparecido Teatro Alcázar. La mayor parte de los heridos fueron atendidos en el antiguo Hospital de Santa Emilia. «Los industriales Miguel Jiménez Contreras y Julián García Sandoval, percatándose de la dificultad extrema que suponía la falta de alumbrado en el quirófano, por iniciativa particular, aportaron acumuladores y baterias, y en muy poco dejaron instalado el servicio eléctrico provisional», recoge el documento.

incógnitas en el aire. Desgraciadamente hubo que lamentar 31 muertos, ya que la cifra inicial de 26 después fue aumentando. Impactó especialmente el caso de la madre y su hija que fallecieron en la plaza del Jesús, hoy de Castilla-La Mancha, o el del churrero que estaba en la verbena de Santa Ana, al que cayó una piedra en la caldera y murió abrasado. Así lo destaca el historiador y sociólogo, hijo adoptivo de Tarancón, Marino Poves, que -igual que la prensa de la época- recuerda como hubo piedras que cayeron a bastantes kilómetros, llegando a la carretera de la Fuente de Pedro Naharro o la finca del Retamoso (entre Tarancón y Belinchón). Los periódicos de tirada nacional, ABC, El Alcázar, Ya o Arriba, así como el provincial Ofensiva, se hicieron eco principalmente del entierro, a cargo del párroco, José María Alfaro, «que quedó sepultado bajo los escombros y se salvó milagrosamente», recogen las crónicas de entonces. 

Autoridades y vecinos en la entrega de las viviendas sociales de la colonia de Santa Quiteria, hacia 1953.Autoridades y vecinos en la entrega de las viviendas sociales de la colonia de Santa Quiteria, hacia 1953. - Foto: Archivo municipal«La noticia fue acallada, apareció durante dos días y luego nada más, en los documentos oficiales consta como hecho accidental», señala Jesús Garrido, que sigue investigando lo sucedido. Los rumores de sabotaje entre los vecinos no se hicieron esperar. Una de las hipótesis con más fuerza entre los testimonios orales es que «¡gente desconocida bajo en un vehículo negro por  la Cuesta de la Bolita (junto al Polvorín) y minutos antes de la explosión ya iba hacia las afueras. 

«El movimiento antifranquista de los maquis estaba en auge en todas partes, de hecho no muchos meses antes hubo otras explosiones del mismo tipo, por ejemplo en Alcalá de Henares», indica Poves. Ya el ilustre taranconero Dimás Pérez, archivero emérito de la Diócesis de Cuenca, insistió al cumplirse el 50 aniversario en esta misma teoría. Línea que sigue la asociación de memoria histórica, ARMH Cuenca, cuyo presidente, Máximo Molina, detalla que «se enmarcaría en los intentos de llamar la atención mundial sobre la resistencia armada en momentos donde España estaba todavía vetada en los organismos internacionales por ser un régimen fascista». Miles de explosivos procedentes de la guerra en un almacén militar hecho por el Gobierno de la República, que acabaron en un traumático suceso que se sobrellevó con dichos como: «Los vecinos de Tarancón, están destinados a sufrir, primero fueron las bombas y ahora el polvorín».