Allí donde no hay nada, una mano amiga siempre es bienvenida. Si, además, esa mano sabe gestionar las situaciones más precarias y sanar en los casos más adversos, se convierte en un pequeño milagro. Ayudar, gestionar, formar, curar y aportar esperanza es lo que hacen muchos médicos que, una vez jubilados en España, deciden dedicar una parte del tiempo de su nueva vida a los demás en distintas partes del mundo creando oasis sanitarios donde, a cambio de su conocimiento y experiencia, hay una sencilla recompensa: una sonrisa y mucha satisfacción de sacar adelante proyectos que puedan perdurar en el tiempo.
Y esto es lo que sucede en el Centro Hospitalario de Monkole, en la periferia de Kinshasha, la capital de la República Democrática del Congo (RDC); ciudad en la que viven sumidos en la extrema pobreza el 70 por ciento de sus siete millones de habitantes en un país del corazón de África en el que las estimaciones dicen que hay 90 millones de almas.
Cuatro médicos españoles ejercen en la actualidad su trabajo en este centro fundado en 1991 por el Opus Dei y con capacidad para ingresar a 158 pacientes. Allí luchan de manera altruista contra enfermedades como el paludismo, la tuberculosis o el sida. Ofrecen consultas de ginecología y obstetricia, cirugía, medicina interna y pediatría y, además, colaboran activamente en la formación del personal local. Este es uno de los aspectos que resalta el doctor José Manuel González. Madrileño de nacimiento, se jubiló el año pasado como jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Ahora, como director general adjunto de Monkole no deja pasar la oportunidad de hablar de la escuela de enfermeras (ISSI, Institut Supérieur en Sciences Infirmières) y el centro de formación continua para médicos (CEFA, Centre de Formation et d’Appui Sanitair) que crecen en la órbita del hospital.
Algunos de estos médicos están en la RDC eventualmente, otros llevan años haciendo estancias temporales e incluso los hay que llegaron y, atrapados por África, permanecerán allí el resto de su vida.
«La cooperación es un acto voluntario lleno de momentos de riesgo y dureza física y espiritual. Sin embargo, la satisfacción personal que produce es inmensa», resume Leoncio Bento. Es gomero de procedencia y voluntario en diferentes países desde 2013 y parafrasea al escritor y filósofo Jean Paul Sartre: La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace, palabras, desde su punto de vista, «muy adecuadas para la cooperación.
La granadina María Dolores Mazuecos sintetiza su trabajo allí desde el corazón. «Unida al Congo hasta que Dios quiera, no me imagino otro lugar en el mundo donde pueda resultar más útil que aquí, ni tampoco ser más feliz».