No era necesario leerlo para saberlo, pero no pude evitar la tentación de regocijarme corroborando la observación que venía yo tejiendo a este respecto desde hace mucho, y no solo en este asunto, sino en otros muchos perpetrados especialmente por los millenials noventeros, concepto que he aprendido en el mismo reportaje y que me ha dado mucha paz porque me sentía indignada con tener que compartir generación con algunos, no todos, por favor, treintañeros; perdonadme, lo siento, con suerte no leéis estos rinconcitos de la prensa, porque sea old para vosotros… Precisamente, esa necesidad que tienen de calzar anglicismos en nuestra riquísima lengua castellana es uno de los motivos de mi ligera animadversión.
Leo el titular de un reportaje que dice que las bodas se han ido de las manos y hay parejas que gastan una cantidad tan alta que equivale a la entrada de una vivienda o incluso al precio de la misma; no hacía falta que nos lo dijeran, hay un maravilloso meme (cuando digo meme no piensen que he caído yo en lo que critico, al menos aquí no, que solo es un neologismo) que bromea sobre el hecho de que los cumpleaños se hayan convertido en comuniones, las comuniones, en bodas y las bodas, en ceremonias de apertura de juegos olímpicos. Pues si la última de estos últimos sacaron los colores de la vergüenza ajena a muchos telespectadores, a mí me ha pasado lo mismo viendo bodas. Un ejemplo: ¿qué necesidad tiene nadie de ver a la pareja haciendo una coreografía digna de haberse perpetrado en un patio de colegio y, además, ojo, pensando que lo hacen remotamente decente y tener que sonreírles cuando solo quieres cerrar los ojos? Bochorno. Otro asunto: se acabó la madrina repartiendo abanicos a tutiplén, ahora son detalles individualizados, pero no por género, no por edad, no por gusto, no por color de pelo, por persona; no me quiero imaginar esa pareja pensando en qué poner a cada ser humano que pisa su fiesta, pero si antes componer las mesas les parecía a los novios una obra de ingeniería qué puede suponer llegar a tal nivel de particularización. Me quedo sin espacio, pero no puedo dejarme lo de tener que coger vacaciones para ir a una boda; antes ibas de mañana o tarde, un día, ahora cógete puente: preboda, boda, posboda y, así, con tanta gilipollez y quebraderos de cabeza, obvio que se separen todavía más, que empieza una ya cansada, por favor. Así que, hoy, invitación de boda y echarse a temblar es todo uno.