El silencio solo roto por las percusiones de los tambores y los vientos sobrecogerán a quienes vivan la Semana Santa con la pasión que merece recordar lo que supone la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, uno de los momentos más importantes de la Historia de la religión cristiana católica.
Los últimos días de la vida de Cristo están marcados por el duelo, la traición, la tortura y la muerte, aspectos todos ellos que, lejos de la oscuridad, cobran sentido el Domingo de Pascua con la resurrección de Jesucristo: la redención.
Aunque el origen de la Semana Santa no se entiende sin hablar de la Pascua Judía, pues es en el libro del Éxodo donde se narra que Jesús es el Cordero de Pascua, sacrificado para salvar todos los pecados del mundo, las procesiones y misas conmemoran los eventos recogidos por los evangelistas Lucas, Mateo, Marcos y Juan que hablan de los últimos momentos de Cristo en la tierra. Desde el Domingo de Ramos, que conmemora la entrada de Jesús a Jerusalén, un momento en el que pueblo lo ensalzó como rey con loas y palmas, hasta el de Resurrección, cuando se consagró como salvador de la humanidad; la semana que viene arrancará con el Lunes Santo, día de la unción de Jesús en casa de Lázaro. El Martes se leerá el capítulo 13 del Evangelio de San Juan, en el que el Salvador anticipa a sus discípulos la traición de Judas y las tres negaciones de Pedro. La jornada siguiente, el Miércoles Santo, acaba la Cuaresma y comienza la Pascua.
Es entonces cuando se recuerda el momento en el que Judas Iscariote se reúne con el Sanedrín y el tribunal religioso judío. Recibió 30 monedas por entregarlo.
La primera de las jornadas más sentidas de este período de festividad religiosa es Jueves Santo, momento de la Eucaristía en la Última Cena. Además se lleva a cabo el lavatorio de pies y la oración en el huerto de Getsemaní.
Según la Biblia, la Última Cena fue el momento en el que Jesús se reunió con los 12 apóstoles para celebrar la Pascua con ellos antes de entregar su vida el Viernes Santo, sexto día de la Semana Santa y recuerdo de la crucifixión de Cristo a la hora novena, lo que serían las tres de la tarde, según los Evangelios. También según el libro sagrado para los cristianos, aquello sucedió en torno al año 30 o 32 de nuestra era, lo que lleva a concluir que la muerte en la cruz, históricamente, era una muerte habitual en tiempos del Imperio Romano. Se aplicaba a esclavos, agitadores políticos y religiosos y sediciosos, aunque la víctima más famosa ha sido Jesús de Nazaret, ajusticiado por mandato de Poncio Pilato.
Según la tradición romana -que a todas luces era bárbara-, la persona condenada recibía de manera habitual azotes y era obligada a trasladar una viga hasta el lugar en el que estaba enclavado el poste. Allí le ataban o clavaban las manos y hacían lo propio con sus pies.
Este método de tortura hasta la muerte, uno de los más crueles y humillantes, estuvo en vigor desde el siglo VI a. C. hasta el IV d. C. Fue Constantino el Grande, el primer emperador cristiano, quien abolió la pena capital que acabaría identificando a la religión católica. Precisamente, fue gracias a él que el símbolo de la cruz se expandió ampliamente como iconografía del cristianismo, ya que, previamente, se utilizaba la figura del pez. Bien es cierto que el símbolo que usó Constantino no era la cruz que conocemos sino un crismón, un anagrama formado por las letras griegas ji (representada como una X) y rho (representada como una P) muy influenciado por los primeros cristianos de Egipto, los coptos, que fue evolucionando hasta que en el siglo V se popularizó entre unos creyentes que, debido a la complicada vida que llevaban, veían en este signo el ejemplo de todos sus padecimientos.
Antes incluso de que la cruz fuera uno de los emblemas de la pasión de Cristo, junto a la corona de espinas y las laceraciones que en su piel dejaron los latigazos de un castigo brutal, ya se habían empezado a celebrar las primeras procesiones que serían el germen de la majestuosa Semana Santa actual.
En el año 325, el Concilio de Nicea estableció la fecha de celebración de Pascua. Los primeros cristianos del pueblo judío fueron los que comenzaron su conmemoración y los romanos cristianizados la continuaron posteriormente. En cuanto a las primeras procesiones, solo podían llevarse a cabo de manera furtiva y consistían en el traslado de reliquias y de restos de los mártires en peregrinación.
Evidentemente, con el paso de los siglos, la Semana Santa se fue transformando y una de las fechas claves fue el Concilio de Vaticano II (1962-1964). Antes de este, se trataba de contemplar la pasión y muerte de Cristo e imitar los actos de penitencia, de ahí que el Viernes fuera un día de luto riguroso, de ayuno y de abstinencia, por ejemplo. Después de este momento histórico, se le dio el sentido de una fiesta de triunfo de Cristo sobre la cruz.
Lo que queda perenne es que Jesús muere crucificado para salvar al hombre del pecado. Y al tercer día resucitará para regocijo de miles de cristianos, que celebrarán esta piedra angular de la fe: la liberación de los hombres de la esclavitud del pecado que abre el camino a la vida eterna.