De vez en cuando, es necesario tomarse un kit kat para desconectar de los avatares que, de modo recurrente, saturan los medios de comunicación. En este sentido, es bastante saludable el restar importancia a los rifirrafes políticos que se han producido en el Senado dónde, una vez más, se ha escenificado la fricción entre los dos partidos más representativos de la política española o de las designaciones de las candidaturas a la municipales y autonómicas para prestar atención, junto con otros muchos compatriotas, a las actuaciones del Benidorm Fest.
¿Puede haber algo más sublime que una gala conducida por una gran Diva como es Mónica Naranjo? Para todos los que como yo nos deleitamos con el pecado venial de la frivolidad y que, por cierto, somos una parte importante de los que cotidianamente ayudamos a construir este país, la respuesta es que difícilmente lo haya. No hubo más que ver la puesta en escena de su gran actuación musical y el dominio que mostraba sobre el escenario.
Nada mejor para desintoxicarnos de tanto veneno que movernos entre tanta pluralidad de estilos y la diversidad que nos ofrece la música, para buscar la mejor propuesta que nos dé el Pasaporte a Liverpool, dónde se celebrará, este año, el Festival de Eurovisión. En este sentido, es relevante también que el esfuerzo, la entrega o el espíritu de superación sean puestos en valor por los eurofans, en unos momentos, en los que el conjunto de la sociedad, especialmente la juventud, recibe dañinos mensajes por parte de youtubers defaudradores o por los yonquis de la economía especulativa que, en estos tiempos, son adictos a las cryptomonedas.
Así, una vez más, queda demostrado que con iniciativas integradoras se puede transformar algo antiguo como el Festival de Benidorm en un espectáculo atrayente, moderno y que apuesta verdaderamente por la diversidad, en contraposición, de aquellos que pretenden imponer modelos uniformistas, que, realmente, siempre han resultado ser desastrosamente desintegradores. Un ejemplo de ello, era la creencia por parte de los sectores más reaccionarios de que las distintas expresiones culturales de los pueblos eran muestra de su incultura, prejuicio afortunadamente superado en la actualidad. Por ese motivo, es más reconfortante aún que, aunque no fuera mi opción preferida, la mayoría del público haya optado, una vez más, por la transgresión y el riesgo que suponen las esencias culturales, que este año del modo más genuino, representaba la puesta en escena de Blanca Paloma, en lugar de otras opciones, posiblemente más comerciales que anularían la visibilidad del riquísimo legado mestizo que las distintas civilizaciones nos han regalado y que perviven en nuestro patrimonio, en nuestra cultura y en nuestro folklore.
Sin ánimo de desmerecer el excelente trabajo que realizó Chanel en la pasada edición, al menos, este año, la decisión del público no ha sido enmendada, sorpresivamente, por algún jurado. Aunque, los eurofans seguimos esperando, desde la victoria del ya retirado Serrat, que los representantes del Festival promuevan que este anhelado pasaporte recaiga, alguna vez, en alguien que represente a España y nos haga vibrar en alguna de nuestras otras lenguas. ¡Eaea!