En las cárceles secretas de la Inquisición de Toledo, en el año de 1780, se detuvo a un vecino de Villacañas llamado Andrés Blanco, conocido por los vecinos como Peliblanco, de 55 años y de oficio jornalero labrador y de estado casado. Este caso venía de atrás ya que anteriormente ya se había pedido a la justicia de Villacañas que actuara contra él, pues en un principio el proceso le competía más a la justicia civil, que al tribunal inquisidor. De hecho, ya había estado encerrado en la cárcel de Villacañas donde se le apercibió de que en el futuro se abstuviese de realizar los excesos que venía realizando en la localidad y se le indicó que si seguía con los mismos se le castigaría convenientemente, algo que Andrés prometió iba a cumplir y añadió que cesaría en sus hábitos anteriores. Pero el 2 de noviembre de 1776 por carta que se envió al tribunal inquisitorial toledano, sabemos que Andrés seguía reincidiendo. Además, se añade que Andrés aseguraba a los vecinos que tenía la habilidad de librar a los mozos que quisieran cumplir el servicio militar, ya que él era capaz de que los mozos no salieran como soldados, en el sorteo de las quintas que se celebraba en los ayuntamientos de nuestros pueblos y ciudades.
La persona que delata o denuncia a Andrés, es otro vecino de Villacañas llamado Pedro Díaz Rullo, de edad de 48 años, quien asegura que cuando fue a llevar a su hijo junto a otros mozos para su destino como soldados, encontraron todos al acusado en Puerto Lápice, tras lo cual al verle los mozos le increparon y le empezaron a dar golpes, acusándole de brujo, el cual «no respondía» a las acusaciones y según el delator, eso era señal de que efectivamente era brujo. En esos momentos el acusado estaba ocultándose en una de las ventas de Puerto Lápice, ya que el ventero le estaba escondiendo porque quería librar también a su hijo del cumplimiento del servicio militar.
En otra ocasión, concretamente en septiembre de 1774, asegura el citado declarante Pedro Díaz, que se encontró con el acusado en el monte Borregas y le preguntó si era cierto que podía librar a los quintos, a lo que le contestó que sí. Este extremo lo pudo confirmar otro vecino de Villacañas llamado Juan García Clemente quien aseguró que el hijo de su cuñado Cristóbal, salió libre del servicio militar después de que el acusado le cobrase cien reales por realizar tal servicio. La pregunta que todos nos hacemos es como podía conseguir Andrés que los jóvenes villacañeros salieran libres del sorteo; la fórmula que Andrés de las Blancas utilizaba, consistía en hacer beber un vaso de vino a los mozos y después les obligaba a beber otro vaso de cierto aguardiente que él les proporcionaba; en otra ocasión a uno de los jóvenes le dijo que además de lo anterior, tenía que recitar una oración justo en el momento en el que hiciesen el sorteo de las bolas. En un principio los declarantes dijeron no conocer la oración, aunque finalmente encontramos a un testigo llamado Juan Alfonso Fernández Santa Cruz, de 18 años, quien sí confeso cual era aquella oración, la cual decía algo lo siguiente: «Demonio soy, diablo me hallo, por mi mala fortuna meto la mano, si salgo libre por eso lo pago, en nombre del demonio meto la mano». Una vez llegó el sorteo de quintos, Juan Alfonso confiesa que previamente había bebido -tal y como le dijo Andrés- tanto el vino como el aguardiente y posteriormente se aprendió la oración para recitarla en el momento de sacar su bola del cántaro y precisamente cuando le tocó meter la mano donde estaban las bolas, la recitó palabra por palabra. Una vez sacada su bola pudo comprobar como ésta salió con blanca, quedando por tanto libre de ir a milicias.
Un conjuro para librarse de la mili en Villacañas (1760)Pero no siempre era tan fácil salir libre de cumplir con el ejército, ya que el acusado afirmaba que si en el sorteo quien sacaba las bolas era un niño (cosa habitual por otro lado), es decir, una mano inocente como se suele expresar, esta fórmula no servía, ya que solo tendría efectividad si el que realizaba la saca de la bola era el propio mozo. Por otro lado, el detenido, decía a los mozos que querían salir libres, que la oración que él les enseñaba, no podían contarla a nadie porque si no dejaría de tener efecto. A estas declaraciones se suman otras tantas, en las que se van aumentando los casos de mozos que querían beneficiarse de aquella fórmula para no servir al ejército; entre otros encontramos al hijo de Juan García Clemente, al hijo de Jacinto Espada (llamado Jacinto), a Basilio, hijo de Salvador López y a otros tantos.
Otro de los casos que se narran en el expediente, le sucede a Vicente Díaz Rullo, hijo de Pedro Díaz -el delator que indicábamos al principio- quien declaró que cierto día al anochecer, habló con Andrés y éste le comentó que iba camino de Toledo para hablar con una bruja que era su maestra; pasadas unas horas y concretamente a las dos de la madrugada, se empezaron a oír unos golpes en la ventana del cuarto de Vicente, quien comprobó que era Andrés, el acusado, quien sorprendentemente y en unas cinco horas había ido a Toledo y vuelto a Villacañas, trayecto que hace casi doscientos cincuenta años no se hacía en tan pocas horas. El caso es que Andrés trajo consigo (se supone que desde Toledo), unos polvos que dio a beber a Vicente y le enseñó la oración oportuna. Llegado el momento del sorteo, Vicente declara que, al meter la mano en el cántaro, una bola se le fue directa a la mano, pero no era blanca, por tanto, salió como soldado, algo que justificó porque en el último momento se había negado a tomar la bebida que le preparó el acusado.
Uno de los extremos que llevó a las sucesivas denuncias realizadas contra Andrés y la ulterior detención por el Santo Oficio de la Inquisición, fue su manifiesta negación de la doctrina cristiana, pues varios vecinos le habían oído en distintas ocasiones maldecir a Dios, afirmar que llevaba sin confesar siete años y que «no había más ánimas que los demonios». Por todo lo anterior, Andrés de las Blancas, alias Peliblanco, fue acusado de «blasfemo público, estafador y escandaloso perturbador de la paz».