Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Animula vagula blandula

21/06/2023

Quienes hayan leído esa excepcional novela que es Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, recordarán, sin duda, este verso latino. Me ha venido a la memoria estos días en los que, con quehaceres romanos, me encuentro de nuevo junto a las riberas del Tíber y he de pasar con frecuencia junto a la impresionante mole de Castel Sant´Angelo, que, antes de ser convertido en fortaleza, tuvo la misión, como mausoleo, de albergar las cenizas de Adriano, el emperador culto y refinado que compuso el poema que se inicia con esas palabras.
Animula vagula blandula, 'Mínima alma mía, tierna y flotante', en la traducción de Julio Cortázar, expresa el hondo sentimiento del emperador ante la cercanía de la separación de alma y cuerpo, el dolor por el fin de una existencia humana plena, colmada de amor y de honor. Así comienza la escritora una de las obras cumbres de la literatura contemporánea, que recrea la vida de uno de los más extraordinarios gobernantes de Roma. Un libro que hay que leer, y releer, que inspira y evoca. Y que, fruto de un intenso trabajo de estudio y de elaboración por parte de su autora, nos traslada magistralmente al mundo clásico, a esa Roma helenizada, de cuya savia vital aun nos alimentamos.
Ese espíritu grecorromano, cristianizado por San Agustín y los escritores de la Patrística, es el que aún se respira en la Urbe si uno se distancia de la vorágine de las masas de turistas que se derraman por los lugares típicos tópicos de la ciudad. Nunca me siento extraño en Roma, y no sólo por el tiempo que he vivido entre sus muros venerables, sino porque encuentro en ella nuestras más hondas raíces. Por eso es un drama el olvido que en España tenemos de nuestro riquísimo legado clásico, especialmente del arrinconamiento de las humanidades, el mayor tesoro que hemos recibido de esa Roma, crisol de culturas. Una herencia que, ya lo he resaltado en otras ocasiones, es cuidada, cultivada y transmitida con un amor especial en Italia. Somos, ni más ni menos, hijos, herederos, de aquel colosal Imperio, cuya imponentes ruinas nos admiran, cuyos escritos nos hacen pensar, cuyo Derecho sigue siendo el cimiento del nuestro, cuya lengua, evolucionada y metamorfoseada, hablamos. Una lengua que, como el resto del tesoro humanístico, parece que despreciamos, minusvaloramos, empobrecemos.
Recuperar el amor por lo clásico, descubrir el venero fecundo que brota de aquellas colinas sagradas, las de Roma, Atenas y Jerusalén, es la mejor manera de construir un futuro esperanzador. Redescubrir el valor sagrado de la persona, del individuo. Gustar la belleza, buscar la perfección que brota de lo bueno y hermoso. Ahondar en un pensamiento que nos hace más libres, más ciudadanos, más humanos. Admirarnos del resplandor del Logos en la perfecta imperfección del hombre, medida de todas las cosas.
Leamos, amemos a los clásicos. Entremos en diálogo con ellos. Nos harán mejores.