ADM | TOLEDO
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«Olas zonas de enterramiento situadas al norte del Casco se excavan de manera sistemática, con criterios unificados y bien definidos por una universidad o consejo investigador, o será muy poco lo que podamos hacer para seguir conociéndolas». Con estas palabras coincidían ayer los arqueólogos Santiago Palomero y Arturo Ruiz Taboada al rememorar el escándalo del Quixote Crea -la construcción de un centro cultural paralizado por la crisis sobre varios centenares de tumbas medievales- y precisar, en la Real Fundación de Toledo, hasta qué punto desconocemos aún las necrópolis extramuros de esta ciudad.
Ruiz Taboada, uno de los principales especialistas en el estudio de los enterramientos medievales en esta zona de España -autor de trabajos como La vida futura es para los devotos: La muerte en el Toledo medieval (La Ergástula, 2013)-, pronunció la conferencia ‘Límites y evolución del cementerio judío de Toledo’, en la que compartió las conclusiones de sus excavaciones en el IES Azarquiel (2009) y un pequeño solar de 295 metros cuadrados en la Avenida General Villalba número 25, justo al lado del Quixote Crea y en el límite sur del denominado ‘Cerro de la Horca’.
El arqueólogo precisó, en primer lugar, la problemática de los enterramientos judíos. A diferencia de las tumbas cristianas, que han sido reutilizadas desde la antigüedad mediante mondas o traslados de los restos a osarios, las judías no. Su inviolabilidad las convierte en inexcavables para las personas que profesan esa religión, lo cual supone un problema para los arqueólogos (especialmente cuando existen grupos integristas que pretenden garantizar su preservación mediante sistemas de presión). Toledo, por otra parte, perdió hace cinco siglos la práctica totalidad de sus lápidas con inscripciones judías en el contexto arqueológico para el que fueron realizadas. «La primera pregunta que te hacen en los congresos relacionados con esta materia es si has hallado corpus epigráfico en el mismo lugar de la excavación; desgraciadamente -por ahora- la respuesta es negativa. Los restos inscritos que han llegado hasta nosotros se conservan en el Museo Sefardí».
Ruiz Taboada, que durante los últimos años ha tenido la oportunidad de excavar varias tumbas judías -solo el solar de General Villalba contenía las de 52 individuos, más otras 21 de un enterramiento musulmán anterior-, expresó las particularidades de los enterramientos medievales, que los arqueólogos identifican en función de aspectos como la profundidad de la fosa, la disposición del cuerpo y de sus miembros, la cubrición de la tumba... «A menudo, por no entrar en estas particularidades, se recurre a la expresión ‘enterramiento mudéjar’». Otra fórmula de la que no siempre se hace buen uso, añadió, es la que tiene que ver con los enterramientos con bóveda de ladrillo, tradicionalmente conocidos como ‘lucillos’. «Se trata de verdaderos cerramientos subterráneos, no de superficie».
Por si la temática no fuera lo suficientemente compleja, los enterramientos varían en función de su época y de su ubicación (los patrones de las tumbas islámicas del Circo Romano, por ejemplo, varían en comparación con las halladas en la Carretera de Madrid), e incluso de la posición que ocupen en el seno de cada necrópolis. Desgraciadamente, el desarrollo urbanístico de Toledo por la zona norte ha impedido que conozcamos muchos detalles sobre estas tumbas.
El conferenciante no pudo evitar, en este sentido, recordar los tiempos en los que Rodrigo Amador de los Ríos (1849-1917) excavó en la zona a comienzos del siglo XX. «Algunas de sus conclusiones han sido refrendadas por las excavaciones», explicó. «Ojalá se hubiera seguido estudiando entonces el tema de los enterramientos, porque nuestro conocimiento podría ser mucho más rico». Otra de las fuentes de comienzos del siglo pasado que Ruiz Taboada destacó fueron los planos del Instituto Geográfico Nacional, «muy detallados, con curvas de nivel, los cauces de los arroyos y el curso de los caminos antiguos». La documentación conservada en los archivos, continuó, es la que irá permitiendo con el tiempo delimitar el cementerio o «fossario» que tuvieron los judíos en la ciudad.
Paralelamente, los arqueólogos seguirán añadiendo piezas al rompecabezas gracias a la excavación de solares como el de General Villalba: tan solo una pequeña parte de las doscientas hectáreas por donde se extendió la gran ‘ciudad de los muertos’ del Toledo medieval. Se trata de setenta y cinco tumbas en 295 metros cuadrados. De ellas, son anteriores 21 fosas islámicas, de los siglos X-XI. «¿Por qué motivo, en esta ocasión, los judíos excavaron sobre sepulturas anteriores contraviniendo sus tradiciones? La explicación más lógica es que, ya en los siglos XII-XV, los judíos desconocieran que allí había habido un cementerio precisamente por lo mismo que a nosotros nos resulta difícil hallar sus sepulturas: por la retirada sistemática, tiempo después, de las cubriciones de las fosas».