Se acabó el victimismo de los "indepes" y sus compulsivos ataques contra el Estado represor. Las urnas les han parado los pies. No a la bronca y a las vías unilaterales de acceso a la Cataluña una, grande y libre. Sí a la política de las cosas, abandonada a lo largo de la década del "proces".
¿Gracias a Sánchez? No, gracias a la fatiga "procesista" de los votantes. El fugado de Waterloo no ha tomado nota a juzgar por su pretensión de ir a la investidura en un recosido frente nacionalista (61 escaños, en el caso de que contasen con los dos escaños apestados de la ultraderecha catalana), que ni de lejos llega a la necesaria mayoría absoluta (68 diputados).
Puigdemont vuelve a ser, hoy por hoy, la figura amortizada que ya era antes del soplo de vida recibido desde Moncloa para colmar las ambiciones de Sánchez. Ni en sueños puede esperar aquel la adhesión de sus enemigos íntimos de ERC. Y mucho menos, una eventual abstención de los 42 escaños socialistas para hacerle presidente.
Es la hora de Salvador Illa, el gran triunfador de la noche del domingo pasado. Si las urnas han dicho no a los ensueños del independentismo, el ganador de las elecciones, y muy probable venidero presidente de la Generalitat, no puede apadrinar una resurrección del independentismo. Pero sí puede forjar un acuerdo de gobernabilidad con ERC, que es ideológicamente cercano y practica la paciencia histórica respecto al ensueño soberanista. Eso nos llevaría al llamado "tripartito" o, por qué no, a una fórmula de apoyo parlamentario de ERC al PSC como partido dominante de la ecuación (en régimen de geometría variable, tal vez), del mismo modo que PSC asistió desde fuera al Govern de Aragonés en la legislatura pasada. Si esto lo hizo Aragonés con 33 diputados (una vez roto su pacto con Junts) ¿por qué no iba a poder hacerlo Illa con 48 (PSC más Comunes, se entiende).
Parece de cajón, pero nada es tan cristalino en la balcanizada política catalana con urnas y sin urnas por medio.
Si además tenemos en cuenta que Cataluña es la fibra sensible de la política nacional el laberinto se hace todavía más intrincado. Y eso me lleva de saque a considerar un mal enfoque el presunto reforzamiento de la posición política de Sánchez, como conclusión de una premisa falsa. La que consiste en endosar los méritos del triunfo de Illa a la política del diálogo diseñada en la Moncloa (indultos y amnistía, básicamente).
Illa gestionará la gobernabilidad en clave catalana y no en función de los intereses de Sánchez, que además está en fase declinante (lo confirmarán las urnas europeas del 9 de junio, antes de la investidura del presidente de la Generalitat), mientras que Illa, el hombre tranquilo, está al alza y es muy probable que acabe sobreviviendo a su populista jefe político.