Sí, Pedro Sánchez se puede, supongo, apuntar un porcentaje del triunfo de Salvador Illa en las elecciones catalanas: es cierto, vaya usted a saber a través de qué mecanismos, que el candidato del PSC subió de golpe once puntos en su intención de voto después de que Sánchez se retirara cinco días a 'meditar' sobre si merecía la pena, o esto dijo al menos, seguir en el Gobierno central cuando atacan a tu familia, etcétera, etcétera.
Ahora falta todo lo demás: resulta absurdo pensar que Sánchez caerá en la trampa que le tendía este lunes Puigdemont desde su 'exilio' francés, reclamándole una retirada de Illa para que sea él, Puigdemont, quien intente un acuerdo de Govern independentista con ERC. Absurdo, ya digo: Sánchez no puede opacar al ganador socialista para dar la Generalitat a Puigdemont, en hipotética alianza Junts con una Esquerra que no quiere aliarse con ellos y, para colmo, en un quimérico acuerdo que, de hacerse realidad, no alcanzaría ni de lejos una mayoría absoluta, aun aliándose también con la decadente CUP.
¿Y si, de no plegarse Sánchez (e Illa) a las nuevas y fantasiosas exigencias del fugado, este ordenase a su grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados que retirase el apoyo a la pervivencia de Sánchez en el poder? Tengo para mí que, entonces, Sánchez hará lo que ya debería haber hecho tiempo ha: disolver las Cámaras legislativas y convocar nuevas elecciones generales anticipadas, abominando públicamente de los 'manejos anticonstitucionales' de los de Junts y, de paso, también de los de Esquerra, si es que este partido, hoy por completo desorientado tras el mazazo electoral, se le pone enfrente.
En efecto, me parece que Sánchez se ve cada día más abocado a convocar de nuevo unas elecciones generales anticipadas, y esperemos que esta vez lo haga de acuerdo con los términos exigidos por la Constitución y no, como hace un año, 'olvidando' consultar al Consejo de Ministros, como exige el artículo 115 de la Carta Magna. Ahora tiene bazas en su mano: un buen resultado y mejora de la situación política en Cataluña (gracias a él, sugerirá), no del todo malos datos económicos, y quizá incluso pueda esgrimir que ha salvado los muebles en Europa, aunque eso dependerá bastante de los resultados de las elecciones del inminente 9 de junio, que hoy por hoy pintan, encuestas en mano, mejor para el PP que para el PSOE...
Seguir fiándolo todo al apoyo cada día más exigente e insolente de Puigdemont, que ahora pide nada menos que desvirtuar y falsear en su favor el resultado de las elecciones catalanas, sería, simplemente, una locura política. Y Sánchez es persona que ama el riesgo porque sabe, entre otras cosas, que está tocado por el dedo de la diosa Fortuna, pero de ninguna manera se le podría calificar de insensato: continuar así sería tanto como poner en peligro muchas cosas además del sillón en La Moncloa y el Falcon; entre ellas la hegemonía nacional de su partido, el PSOE. Y el riesgo de que el socialismo español siguiese el camino del francés y del italiano, hacia la irrelevancia.
Y también sabe Sánchez, por muchas proclamas que haga en el sentido de que agotará la Legislatura (¡¡hasta 2027!!), que así, con la misma tónica que los apenas seis meses que llevamos desde su investidura, no puede pervivir: el retorcimiento de las leyes, el caos jurídico, judicial y fiscal, la mala marcha en la separación de poderes, la inseguridad jurídica, el alejamiento de notables colectivos sociales, son cosas que no pueden prolongarse ya mucho más so peligro de convertir a España en un Estado fallido, por muchos turistas que nos visiten y por mucho que crezcan el PIB y el consumo.
Claro, nadie va a explicitar todo esto tal y como yo lo cuento, porque, entre otras cosas, ya ha comenzado de hecho, este mismo lunes, la precampaña para las elecciones europeas, donde queda reflejado muy claramente quién gana y quién pierde votos; aquí no cabe procurarse esos extraños 'compañeros de cama' que propicia nuestra deficiente normativa electoral en los comicios locales, autonómicos y generales, para formar mayorías de gobierno. Esa deficiente legislación, sí, de la que ahora pretende abusar Puigdemont exigiendo que se retire de la liza el candidato más votado, Illa, que le ha sacado siete escaños y doscientos mil votos, para ponerse él mediante un acuerdo que 'ya ha empezado a negociar', dijo, con Esquerra (que, por cierto, ya he dicho que se muestra reticente a pactar con su enemigo el fugado.) Y ni aún así, aunque Junts y ERC llegasen a un pacto, incluso sumando a la declinante CUP, llegarían ni de lejos a los 68 escaños necesarios para obtener una mayoría absoluta.
Déjese, pues, Puigdemont de lanzar propuestas absurdas, condenadas al fracaso, resígnese y váyase, como prometió que haría si no ganaba, a su casa, sea en Gerona o en su sedicente 'exilio': ha perdido y tiene que asumirlo. Haría un bien a todos, incluyendo a los suyos en Cataluña. Por su parte, que no haga locuras ERC promoviendo una repetición electoral en Cataluña a base de no pactar con el PSC, porque ahora, si se forzase una nueva marcha a las urnas catalanas, todo indica que más dura (aún) sería la caída para los republicanos. Que gobierne Illa la Generalitat con el temple y la firmeza constitucionalista que le suponemos, o que queremos suponerle. Y en cuanto a Sánchez, que deje de aferrarse al sillón monclovita, que se la juegue en una confrontación limpia con el Partido Popular en unas elecciones no más allá de comienzos de 2025, que clarifiquen la situación, y que se deje de maniobrerismos y de operaciones más o menos locas, que van saliendo adelante por casualidad, para susto y pasmo de todos.
Esas serían, creo, las enseñanzas a sacar del mensaje enviado por las urnas catalanas este pasado domingo. Y esas serían, en mi opinión, las mínimas exigencias para una conducta plenamente democrática. ¿Serán atendidas?