Toledo y el tren perdido de la modernidad

Jaime Galán
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El doctor en Geografía Antonio Zárate presentó ayer su nuevo libro en la Biblioteca de Castilla-La Mancha sobre los cambios a los que se enfrentó Toledo en el siglo XVI. De potencia a decadencia

Antonio Zárate en la presentación de su libro 'Toledo: paisaje, poder y símbolo de una ciudad imperial en el siglo de la primera vuelta al mundo’.

La Biblioteca de Castilla-La Mancha acogió esta tarde la presentación de 'Toledo: paisaje, poder y símbolo de una ciudad imperial en el siglo de la primera vuelta al mundo', el nuevo libro del doctor en Geografía y miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, Antonio Zárate. Una obra que muestra un trabajo de investigación sobre los cambios a los que se tuvo que someter Toledo entre el siglo XVI y XVII por la globalización o la primera vuelta al mundo. Lo que el autor describió como «subirse o no al tren de la modernidad».

Para explicar esto, Zárate contextualizó a los asistentes con el nivel de poder que manejaba Toledo en el siglo XVI durante el reinado del emperador Carlos I de España, como una de las principales ciudades de Europa con cerca de 62.000 habitantes en esa época. Sin embargo, esa potencia a la que hace referencia el autor empieza a cambiar cuando el mundo se globaliza y se generan «nuevas optativas económicas». El impacto de la transformación, por tanto, traerá beneficios e inconvenientes a la ciudad. 

Zárate expuso que aunque no lo parezca ahora, «Toledo era una ciudad industrial y comercial», y en un primer momento se va a ver beneficiada de esos cambios globales por la apertura de nuevos mercados. Sin embargo, el contenido del libro expuesto en la conferencia de Antonio Zárate muestra que  los acontecimientos empiezan a cambiar cuando «la Corona sube los impuestos y se incrementan los precios como consecuencia de la entrada de la plata americana; lo que provocó la pérdida de capacidad para competir con los productos que llegaban desde fuera».

Estos episodios principalmente económicos, sumados a que el reinado de Felipe II se lleva la capital del reino a Madrid, obligan a Toledo a cambiar sus intereses. Pese a perder la capital, «la Corona seguía considerando a Toledo como un símbolo» y fruto de ello Zárate destacó algunas de las actuaciones que se realizaron en la época para poder modernizar a la ciudad. Algunas de ellas fueron la creación de la Vega -entre el Hospital de Tavera y la puerta de Bisagra- como espacio de recepción, la plaza de Zocodover en características similares a la actual o la plaza del Ayuntamiento.

Toledo, con estas intervenciones, «deja de tener una fisionomía medieval por una más renacentista, pero sigue sin aprovechar la oportunidad para adaptarse a los cambios», por lo que según explicó Zárate cambia radicalmente la mirada de una ciudad comercial e industrial para convertirse en una «eclesiástica y política».

De ahí que, a partir de ese momento, Toledo entre en una decadencia a ojos del autor bajo los resultados de su investigación. Esto, expuso, le hizo perder poder europeo con el paso del tiempo en favor de ciudades como Amsterdam, «que pasó de tener 15.000 habitantes en el siglo XVI a más de 100.000 en los primeros años del XX». Por todo esto, Antonio Zárate expone en su libro que Toledo perdió el tren de la modernidad.