Sin menospreciar a los San Fermines, las Fallas, las Tomatinas y otras fiestas nacionales, no existe nada como la Feria de Sevilla y El Rocío. Me confieso abducido por el buen humor, por cómo cuidan las tradiciones, de cómo miles de sevillanos con una parcelita en las afueras de Sevilla entrenan a sus caballos para las dos ocasiones, la devoción a la Virgen del Rocío, y cómo puede haber en cualquiera de las dos citas que digo un millón de personas en el puntito de la aguja, por no decir trufados de fino o manzanilla, sin que haya una sola pelea.
Si pones a un millón de ingleses juntos con la mitad de alcohol arde Inglaterra. Y no te quiero contar si los reunidos son vikingos atiborrados de cerveza. En un partido de futbol en Ámsterdam al que acudían solo 100.000, los kioscos de periódicos estaban protegidos con alambrada israelí, esa de cuchillas. Y ¡eran equipos casi locales!
Cuando Manuel Pareja Obregón escribió la sevillana de «Sevilla tiene una cosa que solo tiene Sevilla», se equivocó. Sevilla tiene muchas cosas. En mi opinión es la ciudad más divertida de España durante todo el tiempo, aunque no sea la feria ni Semana Santa. La huella de la época gloriosa de España con el dinero que entraba desde Hispanoamérica nos dejó unas construcciones que muy pocas ciudades en el mundo tienen. Sus calles, sus callejuelas, sus placillas, el ir y venir de la gente es arte puro. El buen humor de los sevillanos que a cualquier tontería le sacan un chiste o un comentario jocoso te arrancan la sonrisa aunque todavía no hayas pisado un sarmiento. Esos vestidos de flamenca ajustados donde tienen que estar ajustados, esos movimientos de las sevillanas o de las bulerías trastornan tu celebro. Los trajes de corto, los caballos enjaezados, los caireles, los zajones y esos jovencitos montados a caballo con una belleza en la grupa en formación enseñando las culatas de los caballos mientras se toman una manzanilla, un fino, o un rebujito, te emocionan. La Giralda, la Torre del Oro, los landó, las jardineras y en general los carruajes que se han conservado de generación en generación para ir por la feria ya de por sí es otro espectáculo que tampoco se ve en ningún otro sitio del mundo. No hace falta ir a una caseta de amigos, -que mejor por supuesto-, simplemente te sientas en cualquiera de las calles de la feria por la mañana y ver desfilar el conjunto te deja boquiabierto, a no ser que estés acostumbrado.
¿Y qué decir del Rocío? Aunque no sea en Sevilla es una prolongación de la feria. Ese desfile de charres, carriolas, carretas tiradas por una pareja de bueyes una detrás de otra hasta el infinito, donde se canta flamenco y solo se para si el polvo del camino te seca la garganta, no existe en el mundo. A caballo o a pie, a carreta o a tractor, el desfile del Rocío vuelve a reunir un millón de personas en peregrinación a la Virgen del Rocío. La aldea, donde no entran los coches y solo se puede ir a pie o a caballo es otro nuevo espectáculo siempre que cabalgues en el puntito de la aguja. No me cuentes penas, cuéntame alegrías. Esa es la frase. El que no haya ido, el día que vaya se le saltarán las lagrimas. No puedo definir con palabras lo que yo he visto allí. ¡Viva la Virgen del Rocío!