Regiones Devastadas, en el Archivo

Adolfo de Mingo
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Difunden las actuaciones que se realizaron tras la Guerra Civil a través de la revista Reconstrucción. Entre los proyectos más importantes destacan la rehabilitación de la Plaza de Zocodover y el Gobierno Civil

Regiones Devastadas, en el Archivo

«La guerra de liberación tuvo uno de sus episodios más hermosos en Toledo y su Alcázar, y la ciudad sufrió gloriosas heridas que nuestro Caudillo -como padre cariñoso- acudió a remediar, adoptándola a los efectos de la reconstrucción». Estas palabras del arquitecto Arístides Fernández Vallespín fueron escritas, con la retórica habitual de los primeros momentos del franquismo, apenas dos años después de finalizar la Guerra Civil. La ciudad de Toledo había sufrido la voladura de uno de sus edificios más representativos y la práctica totalidad de sus alrededores, incluida la Plaza de Zocodover, se enfrentaba a un  proceso de reconstrucción a cargo de un departamento cuya denominación resultaba más que significativa: la Dirección General de Regiones Devastadas.

Creado en 1938, primero como Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, y posteriormente como Dirección General (cuando pasó a depender del Ministerio de la Gobernación), este organismo fue el responsable de la reconstrucción de los territorios españoles que más seriamente se habían visto afectados por la contienda. Enclaves como Toledo -que, si bien no sufrió una destrucción masiva de sus edificios, fue testigo de una desaparición tan simbólica como la del Alcázar- recibieron un grado de actuación especial, considerándose a la ciudad «adoptada por el Caudillo». El resultado, entre finales de los años treinta y comienzos de los cincuenta, no fue solamente la rehabilitación de Zocodover y la construcción del edificio del Gobierno Civil (cuyos planos, del propio Arístides Fernández Vallespín, aparecen en esta doble página), sino que se repararon y consolidaron templos como San Miguel el Alto, San Juan de los Reyes y San Marcos, el convento de las Concepcionistas, el Hospital Tavera y el Palacio de Benacazón, además del Seminario Mayor. También se dieron los primeros pasos para la construcción de un ensanche en la Vega Baja que acabaría por convertirse en los Bloques del barrio de Santa Teresa.

Estas actuaciones, de sustancial importancia para conocer la evolución del Toledo contemporáneo -incluidas algunas patologías urbanas que siguen presentes en pleno siglo XXI-, acaban de ser incorporadas a la página web del Archivo Municipal a través de varios artículos publicados entre los años cuarenta y cincuenta en la revista Reconstrucción. Gracias a los ejemplares conservados en la Colección Luis Alba y al asesoramiento de la historiadora del arte Esther Almarcha (profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha y codirectora del Centro de Estudios de CLM, especialista en las actuaciones acometidas por Regiones Devastadas), así como a María de los Ángeles Sánchez-Beato (Biblioteca de la UCLM, Campus de Toledo), esta información ya está en el portal de la institución municipal coordinada por Mariano García Ruipérez.

Los dieciocho artículos disponibles, elaborados por arquitectos como Fernández Vallespín, Eduardo Lagarde y Eduardo Olasagasti, entre otros, aportan, junto a una destacable documentación gráfica, una serie de planteamientos que, setenta años después, todavía resultan de gran interés (bien por la constatación de que ciertas actitudes han sido renovadas o, por el contrario, por la desgraciada pervivencia de clichés inmovilistas aún en nuestros días).

En ellos es posible encontrar abundantes tópicos postrománticos -el Toledo ensimismado, tortuoso y oscuro, ajeno a cualquier tipo de progreso y de modernidad-, plasmados en comentarios como este: «Se debe dejar dormir a Toledo su sueño de siglos, hermoseándola con discreción, aprovechando las destrucciones de la guerra, pero jamás se deben acometer reformas que perturben su fisonomía». Paradójicamente, la protección de los restos arqueológicos hallados en las tareas de desescombro y reconstrucción -salvo excepciones como el hallazgo de los arquillos entrecruzados en la torre de la Concepción Francisca- fue muy escasa. Por ejemplo, apenas se prestó atención a los sillares romanos que aparecieron en las obras del GobiernoCivil y que fueron destruidos: «Se pudo comprobar que si bien correspondían en situación a la primitiva muralla romana, ésta había sido reconstruida en diversas épocas y no ofrecía más interés que el de poder fijar con exactitud el lugar donde estuvo situada».

La Academia de Infantería, que antes de la Guerra Civil estuvo instalada en el Alcázar y que entonces se construía en su actual emplazamiento, hacía suponer a los responsables de estas actuaciones que la población de Toledo experimentaría un incremento singular, «que debe estar previsto en las nuevas construcciones». Este fue el origen del ‘ensanche’ -siguiendo la denominación habitual para los grandes procesos expansivos que ciudades como Madrid o Barcelona experimentaron en el siglo XIX- de la Vega Baja, al que La Tribuna dedicará mañana un segundo reportaje. No obstante, los autores de los artículos a los que ahora es posible acceder en la web del Archivo aspiraban también a terminar con las infraviviendas en el interior delCasco Histórico, y muy especialmente en los rodaderos situados a la altura de las Carreras de San Sebastián. Las chabolas, continuaba Fernández Vallespín en ‘Orientaciones sobre la reconstrucción de Toledo’, deberían ser sustituidas nada menos que por «casas pintorescas con pequeños jardines interiores -como la llamada ‘Casa del Greco’-, donde encuentren el descanso y la paz gentes cansadas o estudiosas, que vayan a la ciudad a descubrir y admirar sus tesoros inagotables». El destino previsto para sus pobladores serían las nuevas viviendas de la Vega Baja, en cuyos 100.000 metros cuadrados se pretendía ubicar a 6.000 toledanos.

Eran propuestas que hoy, setenta años después y sin que el debate sobre el Plan de Ordenación Municipal haya terminado todavía, pueden parecer estrafalarias o propias de otra época. No obstante, los ecos de estos tiempos oscuros, años de «ruinas, desolación, hedor y hambre», pueden ser escuchados todavía en alguna de las actuaciones urbanísticas que se producen en el Toledo del siglo XXI.