Sancho Gracia

Antonio Pérez Henares
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El jefe de los bandoleros que siguen cabalgando juntos

El madrileño obtuvo un gran reconocimiento por su protagonismo en ‘Curro Jiménez’ - Foto: EFE

No ha habido serie de ficción en la historia de la televisión española que pueda compararse a Curro Jiménez. Hoy sus tres protagonistas ya no existen. Han fallecido todos: Sancho Gracia, el jefe, y sus dos lugartenientes, Pepe Sancho y Álvaro de Luna. Pero los bandoleros Curro, El Estudiante y El Algarrobo viven y siguen cabalgando por la sierra. La serie se repone una y otra vez, la última el año pasado, y solo con oír su melodía hay un buen puñado que se queda en el canal para verlos. 

 La razón es muy simple: es buena, envejece bien y es nuestra. Los guiones son eficaces, los actores, todo lo mejor del elenco de su tiempo pasaron por ella, dieron la talla y lustre. Los bandoleros son buenos, sobre todo Curro, o sea Sancho Gracia, injustamente obligado a echarse al monte es cabal, honorable y reparte sus botines con los pobres. Como mandan los cánones del bandolerismo romántico. Hay malos, que lo son de una pieza y sin sicologías excusatorias que valgan, y mujeres, las mejores intérpretes del momento, muy guapas, alguna también mala-malisima, que se enamoran todas del bandido perseguido, como no podía ser de otra manera, aunque fuera un tanto pájaro en tales trances y acabara siempre por salir volando. O sea, al galope en su caballo. Que esa es otra, los caballos, que son tan protagonistas como el primero y que sigue dando gusto verlos como a la serie, a pesar de sus años, bien cuidada, filmada y maravillosamente bien compaginada con música, fotografía y exhibición del paisaje.

 Sancho Gracia, que no se llamaba Sancho de nombre, sino Félix Ángel (este era su primer apellido) y Gracia de segundo, era la figura y el vértice de la pirámide. Fue el gran papel de su vida con el que quedó para siempre identificado, quisiera o no, pero al personaje lo apreció mucho y le dio todo.

 El personaje algo también tenía de él mismo. Sobre todo, el tono alegre y la risa fácil sin que le faltara dureza y filo navajero si la ocasión lo requería. Sancho era un tipo de buen trato y buen amigo de sus amistades, pero que no dudaba en pegar un corte seco, sin tener que tirar de faca, cuando era preciso darlo o cuando se amoscaba. Que a veces también le pasaba, como a todos. Pero por lo general, y lo comprobé en más de una ocasión, si no te pasabas de listo ni tampoco de sobón, y aún que no fueras nadie, tenía el pronto amistoso y la mano más abierta que cerrado el puño.

 Sancho era de los actores que, por aquellos tiempos en que todos eran, o casi, del PCE, era de la UCD y hasta hizo campaña por Adolfo Suárez, que cuando se casó con la uruguaya Noelia Aguirre fue su padrino de boda. 

 Con Uruguay tuvo que ver mucho. Nacido en Madrid, en plena Guerra Civil en 1936 y su familia siendo él un chaval, emigró a aquel país donde vivió desde 1950 a 1963, cuando regresó a España. Fue allí donde comenzó su carrera como actor, formado por la muy reconocida Margarita Sirgú, y siendo en el teatro donde comenzó su desempeño en el oficio. En nuestro país siguió en ello y entró pronto en el cine. No tuvo mala trayectoria, pero fue en la naciente televisión donde encontró el mejor acomodo y quien le dio la fama, participando tanto en las entonces representaciones teatrales para el nuevo medio como en diferentes series hasta que en 1976 se produjo el estreno de Curro Jiménez, con él como protagonista. Aquello lo catapultó a la fama y a una popularidad hasta entonces desconocida para un actor, pues no lo hubo por un tiempo y siempre quedó rescoldo hasta su muerte de aquello, quien la tuviera tan grande. Era de continuo reconocido y saludado por la gente que no iba al teatro, ni siquiera al cine, pero la tele la veían ya casi todos. Y diría que más que ahora. 

 En la gran pantalla no tuvo tanto éxito y se quedó en papeles secundarios, aunque trabajó mucho en los spaghetti western, y pudo incluso compartir escenas en grandes producciones internacionales con Charlton Heston, Robert Taylor o Raquel Welch.

 Padre de tres hijos, entre ellos el también actor Rodolfo Sancho (que interpretó exitosamente al rey Fernando el Católico, en la serie Isabel) murió a los 75 víctima de un cáncer de pulmón en 2012. Su familia pasa ahora el trance del juicio de su nieto, acusado de un terrible asesinato en Tailandia.

De sus compañeros en Curro Jiménez no queda ya ninguno. Pepe Sancho, quien tras la producción se consagró como uno de los grandes actores españoles y con los más variados registros, apenas sobrevivió hasta un año después falleciendo, también de un cáncer de pulmón, a los 68 años. Considerado uno de los más grandes artistas de teatro, género que le apasionó más que ninguno y que no abandonó nunca, tuvo también en las series televisivas la gran palanca de la fama, con su clavada interpretación de Don Pablo en la de Cuéntame. Estuvo casado con la cantante María Jiménez, de quien se separó tras años de pasiones borrascosas y luego, y hasta su muerte, con la periodista y exitosa escritora Reyes Monforte. Pepe Sancho, al igual que Gracia, navegó en el sector a contracorriente ideológicamente, pues este tampoco se arredraba de manifestar su desacuerdo con lo que entendía como imposición y discriminación de lo políticamente correcto y obligatoriedad de ser de izquierdas para pillar cacho. En sus últimos momentos tuve algunos encuentros con él por sus tierras valencianas y, además de pasarlo muy bien, me encontré con alguien de mucho más calado intelectual de lo que la gente creía. Sigo pensando que fue uno de los más grandes actores de su época y el más versátil y menos encasillado en el papel de hacer de sí mismo como tantos otros. 

 Con el tercero de ellos, El Algarrobo, fue con quien tuve más contacto, pues era asiduo de la tertulia del Café Gijón por la que yo también iba. Álvaro de Luna, que así se llamaba de veras, o sea como el gran válido ajusticiado, había empezado estudiando medicina, pero a nada a lo que se metió fue a especialista de riesgo para las películas. Trabajó en Espartaco, doblando a Kirk Douglas y Tony Curtis, y en Barrabás, donde interpretó a Anthony Quinn. Tuvo que dar muchos saltos mortales y sufrir muchas caídas del caballo, hasta llegar a conseguir un papel con frase. El Algarrobo lo hizo, como a los otros dos, muy famoso y desde entonces no le faltó trabajo en series y películas en lo que se llamaban papeles de carácter, o sea que le venían al pelo y a la imagen que de él se tenía. Con la llegada de la democracia se hizo de izquierdas y luego cada vez más del PSOE, siendo un gran admirador de González y de Guerra, como tanta gente. Nos tuvimos simpatía durante el tiempo que hubo mayor trato. Álvaro era como aparecía en las películas, y de verdad, muy buena gente. Murió en 2018, ya con 83 años y de cáncer, como sus otros dos bandoleros, pero el suyo de hígado. 

 Los tres, y para el imaginario colectivo de una generación y media, siguen cabalgando juntos.