Editorial

Despolitizar las instituciones como salvaguarda de la democracia

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En apenas 24 horas, la campaña electoral del 23-J pasará a la historia. Y en 72, los españoles volverán a encontrarse con las urnas dos meses después de haberlo hecho en muchos territorios para elegir a sus representantes en ayuntamientos y parlamentos autonómicos. La campaña, por tanto, encara los metros decisivos y a los partidos les cuesta disimular su nerviosismo, merced a sus comportamientos, y es que en juego está el trono más deseado. De hecho, en los últimos días, hemos asistido a un embarre generalizado de esta fase del proceso electoral, en el que la comunicación política patria ha replicado algunos de los vicios adquiridos más nauseabundos que predominan más allá del Atlántico. Una especie de estrategia que pasa por tirar la piedra y esconder la mano, un dar sin querer dar, sembrando la duda aunque la información que se ofrezca no sea del todo correcta. Lo que de un tiempo a esta parte se ha denominado como tácticas trumpistas, en alusión a la forma de maniobrar del expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

Con el fin de evitar precisamente comportamientos de este tipo, que al fin a la postre devienen en un debilitamiento del Estado de Derecho y de la Constitución como norma suprema, es fundamental que las instituciones que dependan del poder ejecutivo estén absolutamente despolitizadas. Es del todo inconcebible que corporaciones y organismos como el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Radio Televisión Española (RTVE), Correos o el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), sin ir más lejos, dependan de los vaivenes que depare el 'juego político', normalmente, cada cuatro años. Los máximos representantes políticos han colocado a buena parte de sus adláteres al frente del timón en estas instituciones, devaluándolas en la mayoría de las ocasiones hasta cotas insospechadas para perjuicio de los españoles que, con sus impuestos, no solo las mantienen en pie, sino que esperan de ellas el mejor de los servicios, como no puede ser de otra manera.

El ejemplo más flagrante y sonrojante de un tiempo a esta parte es el CIS que comanda José Félix Tezanos. Los barómetros que puntualmente sirve en relación a la intención de voto de los españoles generan infinidad de dudas. Es más, hay una notable nómina de compatriotas que los escrutan entre el sonrojo y la estupefacción debido a los resultados que ofrece, que poco o nada se asemejan a la realidad cuando a la hora de contar los votos se refiere. Tezanos navega a lomos de una embarcación que marcha a contracorriente de lo que apuntan el resto de encuestas, incluso las más proclives al actual presidente. Sobre el CIS planea una sombra que, gobierne quien gobierne, debería esclarecerse. Por salud democrática.