En el debate llevado a cabo en el Parlamento Europeo, con motivo de la moción presentada por el PP y Vox, sobre la propuesta de amnistía, me llamó la atención que el señor Puigdemont escuchara a través de auriculares las intervenciones de los eurodiputados españoles, indicando con este gesto que el español no es su idioma y prefiere oír e intervenir en los debates en cualquier otra lengua oficial del Parlamento. Fiel a sus principios demuestra, en todo lo que hace y dice, que no solo no se arrepiente un ápice de sus actos, si no que insistirá en poner en marcha un nuevo Procés en cuanto tenga la más mínima oportunidad. Lo mismo podemos entender de las distintas declaraciones de los cargos de Junts o de ERC. Y debo decir que son de los más coherentes del panorama político español. No engañan a nadie. Ni mienten, ni cambian de opinión. Ante esto, me tengo que hacer una simple pregunta, ¿se puede perdonar a aquellos que van a llevar a cabo los mismos actos que dieron lugar a los conflictos del otoño de 2017?
La generosidad del perdón debe obtener de respuesta, por aquellos que son perdonados, el asumir que no pueden repetir lo que hicieron en su día. Si esta premisa no se da, ¿de verdad se merecen el perdón y el olvido que supone la amnistía?
No hay nada más generoso que el perdón, pero ¿se puede perdonar a quién roba y que lo robado lo reponga la víctima en lugar del causante?
Me asombra que se nos quiera convencer de que la amnistía es el único instrumento para resolver un problema, que está enquistado por haber hecho dejación de funciones el Estado en una parte de España. Si realmente se enseñara la Historia sobre este asunto, veríamos como esta se ha manipulado por los partidos nacionalistas. Y encima, el Gobierno les ha comprado el relato y, mucho me temo que este es el principio, no de la solución, si no de la ampliación del problema. Y lo vamos a pagar a escote los ciudadanos de catorce comunidades autónomas.