Con el voto de Hungría se ha sumado la minoría necesaria - junto con Finlandia, Suecia, Países Bajos, Austria, Polonia, Bélgica e Italia- para bloquear la aprobación en el Consejo Europeo del reglamento sobre la restauración de la naturaleza, propuesto por la Comisión Europea, que el Parlamento Europeo ya había adoptado en julio del año pasado.
La propuesta legislativa pretende regular la restauración de aquellos ecosistemas que son cruciales para combatir el cambio climático y la pérdida de diversidad biológica, así como la reducción de los riesgos que afecten a la seguridad alimentaria y la prevención de enfermedades con potencial zoonótico, dada la estrecha relación entre la salud humana, la salud animal y una naturaleza sana.
Entre estos ecosistemas, lógicamente, también se encuentran los ecosistemas agrarios cuyo origen es fruto de la actividad humana. Quehacer de agricultores y ganaderos que se ocupan de protegerlos y conservarlos para mantener su productividad y obtener de ellos unos ingresos que permitan la continuidad de sus empresas y, con ello, su permanencia en el territorio. En definitiva, preservan su saludable sostenibilidad. Quizás por eso, justo en un momento en que se hacen patentes para el público europeo sus quejas y reivindicaciones, no es tan sencillo tomar decisiones que puedan percibirse como más cargas económicas y administrativas que comprometan la viabilidad de su trabajo, ya que, aunque en el texto final se haya incorporado la posibilidad de flexibilizar exigencias, no se prevé que haya una previsión presupuestaria especial para abordar la restauración de la naturaleza agraria, más allá de la ya exigua PAC.
En este contexto, diría que como en tantos otros, hay un abanico de posiciones que no son fáciles de conciliar. Desde los que entienden que restaurar la naturaleza implica la renaturalización pasiva, dejándola evolucionar libremente para acelerar el proceso de expansión de bosques y matorrales, lo que suele suceder cuando abandonan el territorio los humanos y desaparece la ganadería extensiva. A pesar de que con la búsqueda de un bosque continuo, propio de las teorías de sucesión ecológica clásicas, se perdería la coexistencia de distintas configuraciones ecosistémicas de paisajes estables alternativos que ofrecen mayor diversidad de especies y capacidad de adaptación de la naturaleza frente a las adversidades.
De estos rewilding, a los que defienden que las consecuencias nocivas de la urbanización, la intensificación de las prácticas forestales y de la producción agraria son el resultado inevitable del progreso. Y en una posición intermedia, quienes comprenden que también debe haber espacio para una naturaleza ordenada racionalmente por el ser humano, los ecosistemas agrarios, donde prime la agricultura tradicional y la ganadería en régimen de pastoreo porque, entre otras razones, en el territorio europeo ya no hay la suficiente población de grandes herbívoros silvestres que pueda equilibrar la producción de biomasa para evitar los incendios naturales, que mejore el funcionamiento del suelo agrícola con su aporte orgánico, que disperse las semillas o que favorezca la presencia de polinizadores en un ambiente de mayor variabilidad.