No queda nada por escribir ya del clásico. De hecho, estaba ya todo escrito casi antes de que rodase la pelota, tal y como se desarrolló el partido: se enfrentaron un equipo que había hecho los deberes contra uno que ni había abierto el libro (lo de incurrir en 12 fueras de juego lo delata). Un plan contra una plantilla. Fútbol coral contra el deseo de una buena noche de inspiración individual. Y ganó la lógica. Porque en el fútbol, incluso en la época de los clubes-estado, los equipos multimillonarios y los fichajes de tres cifras, sigue dando más 'chance' al que mejor juega y no al que más 'vedettes' alinea. El Madrid pudo marcar tres o cuatro, claro, como el Barça otros tres o cuatro más. Pero los goles de uno formaban parte de una idea peregrina («hay hueco tras los defensas azulgranas, que corran 'Vini' y Kylian») y los de otro, de un concepto global con el que Hansi Flick se coronó en el Bernabéu.
Optimismo
Casi da vértigo pensarlo: el Barça le hizo cuatro goles al Bayern y, 72 horas después, la misma cifra a los blancos. No había pasado nunca en la historia del fútbol moderno. Claro que el bloque alemán tuvo 20 minutos sometido al Barça, y claro que el Real Madrid pudo abrir el marcador antes de que lo hiciera Lewandowski: se supone que es una guerra de 'iguales' y que incluso el Barça es inferior porque se encuentra en un proceso de reconstrucción con canteranos, chavales sin experiencia, un portero-parche, un central (Íñigo) de vuelta… pero Flick asume el riesgo como algo normal. Plantó la línea defensiva a 50 metros de su propia portería frente a los dos mejores futbolistas del mundo al espacio. Le da igual. Tiene el convencimiento de que siempre hará un tanto más que el rival. Y el barcelonismo recupera el optimismo perdido, similar a aquel que encontró cuando 'un tal' Guardiola asumió las riendas del primer equipo. En sus primeros 14 partidos, el Barça de Pep sumó 11 victorias y un empate con 39 goles a favor; el del germano aún es mejor: 12 victorias y 47 goles a favor. Difícil contener la euforia.