La reunión al más alto nivel de los presidentes autonómicos con la que se cerró la semana pasada puede convertirse en una gran mascarada, una más, un paso obligado para Pedro Sánchez antes de seguir adelante con sus intenciones en relación con Cataluña; la financiación catalana en primer lugar y como piedra angular de una sistema de financiación poliédrico y hecho a la medida de las minorías independentistas que condicionan, ahora más que nunca, la gobernación de España.
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, se plantó en el encuentro como el puntal, desde el PSOE, de la oposición a un modelo que establecería un caso inédito de privilegio abusivo que rompería seriamente los mecanismos de solidaridad. Frente a esa opción, Page reclamó un pacto de Estado. Con Pedro Sánchez está opción parece imposible. Al contrario, Sánchez es como si hubiera ido a ese encuentro a cumplir con un trámite antes de que el asunto se enquistara en los tribunales con los presidentes del PP reclamando, vía judicial, la convocatoria de la conferencia.
Se podría decir que la España representada en esa Conferencia de Presidentes es una derivación de la España real, la que según las encuestas no ve con buenos ojos las continuas cesiones al chantaje independentista, tampoco entre los propios votantes socialistas de los que el presidente de Castilla-La Mancha podría ser portavoz. Una España tan real como esa otra que esgrime Pedro Sánchez resultante de su aritmética parlamentaria con grupos separatistas, la aritmética válida para ganar una investidura pero no para gobernar de cara a la mayoría de las personas y los territorios. Sería cuestión de determinar donde está la mayor porción de realidad, aunque el sentido común está sin duda de parte de los que sostienen que en España no se pueden establecer privilegios en función de nacionalismos excluyentes cuyo chantaje es y será constante. La reunión de Santander quedará como una foto a la espera de que haya algún documento de trabajo sobre el que trabajar de una forma multilateral. ¿Lo habrá?. García-Page reclamaba el término del encuentro un borrador para comenzar a trabajar, un documento de trabajo sobre el discutir de qué forma se organiza la financiación de las comunidades autónomas. Posiblemente ese borrador no llegará por más que haya que pedirlo. Sánchez pasó por el tema de puntillas. Cero compromiso.
Nunca antes en la historia reciente el Estado había recaudado tanto en impuestos ni recibo tanto dinero de las instancias europeas. Una oportunidad única para hacer una planificación seria de ingresos y gastos solidaría entre los territorios. Las inaplazables necesidades de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder pueden echar al traste con esta posibilidad si finalmente consigue establecer un privilegio colosal para Cataluña a costa del agravio para el resto. La batalla por una financiación autonómica justa es de las más importantes que se libran en estos años y las consecuencias de que se haga sobre la base de privilegios las vamos a pagar todos.
Está claro que la intención de Pedro Sánchez es romper el frente común de las comunidades autónomas perjudicadas con fuegos de artificio, como el anuncio de condonar la deuda de las comunidades para asumirla el Estado, es decir, cambiar el paquete de lugar pero finalmente recayendo sobre las mismas espaldas. En lugar de afrontar un reparto justo de ingresos y gastos se intenta distraer la atención con medidas vistosas de cara a la galería pero que no resuelven el problema de fondo porque ese problema se pretende ocultar con aceite balsámico de dudosa eficacia pero con potencial para acallar el griterío en el gallinero, y esta vez "el gallinero" es la España real que desde sus territorios diversos se opone a un desguace del ya de por sí debilitado mecanismo de financiación solidario para el reparto de la riqueza nacional que, como apuntaba también el presidente de Castilla-La Mancha, no es la suma de diecisiete "miniriquezas" sino le conjunto de todas ellas. Si lo que se pretende, por el contrario, es echar disolvente sobre esos conceptos básicos lo de la "multilateralidad" es una quimera lejana que quedará, si acaso, en las intenciones de la Constitución más que en la forma de conducirse en el día a día.