El argumentario de Moncloa llega a los ministros a primera hora de la mañana, pero si a lo largo del día se produce un acontecimiento significativo no pasa mucho tiempo sin que reciban alguna sugerencia sobre cómo actuar, o responder, si se ven obligados a dar opinión.
Los argumentarios han existido siempre en todos los gobiernos, partidos y circunstancias, y se envían incluso a periodistas. Pero con Pedro Sánchez los ministros que los reciben no dudan en reproducirlos textualmente, los toman como indicación de obligado cumplimiento y provocan escenas irrisorias con miembros del Ejecutivo expresándose casi simultáneamente y en distintos escenarios con palabras idénticas. Lo que se transmite es la idea de que el presidente y su Gabinete confían muy poco en la preparación de su equipo de Gobierno.
No van desencaminados, con excepción de Margarita Robles, que tiene discurso, aunque insiste en su lealtad inquebrantable a Sánchez. Sin embargo, no duda en expresar su punto de vista sobre los asuntos más espinosos, que no siempre coinciden con los del argumentario oficial. Los últimos días ha pegado más duro a las ministras Irene Montero y Ione Belarra por sus políticas supuestamente feministas, o por su posición hacia Ucrania.
Solo la ministra de Defensa asume sin complejos sus discrepancias con las iniciativas de sus compañeras de Podemos, el resto las defiende o calla. Pero la coalición está irrevocablemente rota, aunque durará lo que a Sánchez y Pablo Iglesias les convenga. La tensión entre socialistas y podemitas es evidente, no es casual que la mayoría de los analistas centren sus columnas en opinar cuándo y de qué manera será la ruptura. Lo que habría que preguntarse es cuánto hay de teatro en las arremetidas de Podemos contra los sanchistas, con la secretaria de Estado Ángela Rodríguez, Pam, como principal protagonista. Por su lenguaje, soez más que hiriente, recurso al que suelen recurrir quienes no saben cómo defender con inteligencia sus puntos de vista.
La soledad de Montero
El PSOE acusa a Montero de propiciar su imagen de soledad, de víctima, al permanecer sola en la bancada azul durante el debate sobre la reforma de la Ley del solo sí es sí, ya que Belarra no la acompañó todo el tiempo. Puede ser que la ministra de Igualdad decidiera mantenerse en su sitio para insistir en la soledad, pero habría que añadir que algo ayudó que desde Moncloa se sugirió a los ministros que no acudieran al debate, excepto a la hora de votar los diputados.
Si hubo teatro de Montero para fomentar su victimismo frente a la prepotencia socialista, fue inducido. Con un hecho inesperado: que el presidente del Gobierno decidió no aparecer siquiera para votar. ¿Teatro también, para no verse obligado a agradecer al PP el apoyo que le permitió salvar la cara? Si no fuera por los populares, no se habría aprobado la proposición de ley y Sánchez habría recibido un importante revolcón de Podemos.
Así que teatro lo ha habido en todas partes. Antes, durante y después del debate, que se remató con las manifestaciones del 8-M, a las que los socios acudieron perfectamente diferenciados. Con un resultado desolador para el feminismo y quienes defienden seriamente los derechos de la mujer.
Este año la asistencia ha sido abiertamente más reducida que la de años anteriores. No lo reconocen los organizadores, pero sí las Policías locales y las delegaciones del Gobierno. Importan sobre todo estas últimas, porque son socialistas, y siempre han sido acusadas de barrer para casa a la hora de dar cifras de actos organizados.
Hay daño colateral en la confrontación: dos de los socios más importantes de la coalición, ERC y Bildu, se están alineando con las posiciones que defiende Podemos en el Congreso, dejando en una situación de precariedad a Sánchez. Ocurrió esta semana a la hora de votar la reforma del sí es sí, pero ya hay anuncios de las formaciones vasca y catalana de que podrían alejarse también del Gobierno en próximas citas parlamentarias.
A muerte con Feijóo
Se trata de una situación indeseada para el presidente, cuyo equipo baraja la idea de no abordar la reforma de la ley de Montero hasta después del 28-M, para tratar de apaciguar la actual tensión que perjudica fundamentalmente a los socialistas. Y alguna persona cercana al presidente confiesa, sotto voce, que no le extrañaría que, con la excusa de la Presidencia de turno europea, que a partir de junio obligará a Sánchez a mantener una agenda de viajes muy extensa, se fuera atrasando no solo el proceso parlamentario de esa reforma sino también side die la muy polémica Ley Trans, que rechazan de forma tajante gran parte del PSOE. No conviene por tanto mantenerla activa, con un debate envenenado, en las fechas previas a las elecciones generales que tienen que celebrarse antes de que finalice el año.
Frente a escenificaciones teatrales, hay una estrategia que se nota diseñada en Moncloa por el equipo presidencial: leña al PP hasta dejarlo malherido. A Sánchez le preocupan las encuestas por mucho que su egolatría le lleve a minimizarlas, no le cabe en la cabeza que pueda ser vencido en las urnas. Pero hay algo que le duele especialmente y le humilla: que Feijóo le haya salvado la cara cuando estaba a punto de ser derrotado por Montero.
Hace tiempo que el presidente ha hecho bueno el dicho de «¿por qué va contra mí si no me debe ningún favor?», apartando de su lado y dañando la carrera de aquellos a los que debe haber sido elegido secretario general del PSOE la primera vez. Ahora, la persona a la que quiere ver muerto políticamente es a Feijóo, precisamente porque está en deuda con él. No lo soporta.
Es la razón de que al día siguiente de que ganara la votación parlamentaria con el apoyo popular, apuntara a Feijóo sacando la famosa fotografía de hace 30 años con un narco gallego. Y seguirá apuntándolo. Con lo que sea. De momento, colocándolo en el mismo espacio que Vox. Los socialistas hurgarán todo lo que puedan en la biografía del líder conservador, y de cualquier miembro del PP, para recordar casos de corrupción, incluso aquellos que hayan sido archivados o con resultado de absolución. Ya podemos irnos preparando para asistir a acusaciones de que el partido defiende lo mismo que Vox, que sus diputados son intercambiables y que Abascal fue miembro destacado del PP.
Es impensable que pueda haber algún tipo de acercamiento entre socialistas y populares mientras Sánchez sea el líder del PSOE: no soporta la que el Feijóo le haya sacado de una situación indeseable.