¿Hubo en realidad una escuela de nigromancia en el Toledo medieval, tal y como han transmitido hasta nuestros días numerosos autores procedentes de diversos puntos de Europa, y cuyas bases parecen entremezclarse con el rico crisol cultural de esta ciudad entre los siglos XI y XIII? ¿Sería posible establecer una conexión entre los supuestos nigromantes toledanos y algún enclave específico de la ciudad o bien, como sucedió con la denominada ‘Escuela de Traductores’, estaríamos hablando de un clima, de un contexto, en lugar de un referente físico como tal?
Son preguntas que ayer planteó el divulgador Fernando Ruiz de la Puerta durante la conferencia que abrió el ciclo ‘Magia y superstición en el Toledo medieval’, organizado por la Asociación Tulaytula. ‘La escuela de nigromancia en Toledo’, título de la ponencia, consistió en un recorrido por las artes adivinatorias medievales. «La nigromancia es la práctica supersticiosa que pretendía conocer el futuro a partir de las invocaciones de los muertos y de los demonios», puntualizó Ruiz de la Puerta, quien repasó sus manifestaciones a lo largo de la historia y citó algunas de las escasas fuentes medievales que han llegado hasta nosotros tras sobrevivir a siglos de destrucciones y expurgos. «Uno de los más importantes fue el Liber Picatrix, atribuido a Maslama al-Mayriti, una colección de conjuros talismánicos e invocaciones que tendrá una enorme influencia sobre los grimorios -los libros de fórmulas mágicas- medievales».
El conferenciante citó también a autores alemanes como Cesario de Heisterbach, un personaje de los siglos XII-XIII que escribió Dialogus Miracolorum. «Se trata de un texto que la propia Iglesia citaba en sus sermones litúrgicos con fines morales, para hacer llegar a los fieles el mensaje de que todos quienes se dedicaban a estos asuntos acababan mal». Otro autor que forma parte de este contexto, en este caso inglés, fue Odo de Chériton, autor de Sermones Dominicales in Epistolas. «La ciudad de Toledo ocupaba un lugar fundamental para ellos y para otros muchos. Fue un lugar único para quienes se interesaron por asuntos mágicos. No solamente dentro de Castilla, ni del resto de España, sino en todo el mundo conocido».
El conferenciante, quien señaló que la investigación sobre este tipo de asuntos «no es solamente cosa de friquis, sino que ha interesado a medievalistas como el propio Eloy Benito Ruano, catedrático de Historia Medieval y secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, que le dedicó su libro A Toledo, los diablos (Sociedad Española de Estudios Medievales, 1995)», recordó que esta ciudad en época de Al-Mamún (siglo XI, poco antes de la reconquista cristiana) albergaba una de las mayores bibliotecas del mundo, compendio de multitud de libros traídos desde Oriente y de las ricas bibliotecas cordobesas de la época califal. «En otras palabras, lo que es hoy la enorme Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos». ¿Qué dicen al respecto de este fecundo clima cultural los historiadores menos dados a fabulaciones? «La teoría más ortodoxa es que la escuela de nigromancia de Toledo no existió como tal -ni mucho menos como una institución física, como tampoco lo fue la denominada ‘Escuela de Traductores’-, sino que fue una especie de idea distorsionada a partir de los miles de estos textos que los traductores y copistas medievales encontraron reunidos en una misma ciudad en este momento y durante los siglos posteriores, libros considerados extraños por una sociedad que acabaría por acuñar la idea de toda una ciudad de nigromantes».