Pedro Sánchez habló ayer en Televisión Española de un artículo que publiqué hace unos días en El Confidencial, titulado '¿Cómo ha acabado el Gobierno español siendo el más propalestino de Occidente?'. Dijo que le había hecho gracia y que era «incorrecto», aunque el presidente no terminó de explicar bien por qué.
Pocas horas después, el gobierno israelí llamaba a su embajadora en Madrid a consultas, dando un paso más en la crisis diplomática abierta, la más intensa de cuantas mantiene el gobierno de Benjamin Netanyahu hasta el momento con un gobierno europeo. Una confirmación más de que, efectivamente, España es percibida como el país más propalestino de Occidente. O lo que es lo mismo: el más hostil a los intereses de Israel.
Negarlo es absurdo, independientemente de lo que se opine del conflicto. Yo, por ejemplo, creo que Israel está haciendo su clásico ejercicio de diplomacia hostil en estos casos, elevando excesivamente el tono con quien se sale de lo marcado para evitar que se reproduzcan las críticas.
También creo que lo que está ocurriendo en Gaza y Cisjordania acabará reflejado en los libros de Historia como una de las masacres de civiles más relevantes del primer cuarto de nuestro siglo. De la misma manera que opino que es muy difícil de justificar lo que está haciendo el ejército israelí en Cisjordania.
Pero todo lo anterior es mi visión personal, que tampoco tiene mayor relevancia. Lo triste es que el deterioro del debate público empiece a hacer imposible incluso exponer obviedades, como que España se ha convertido en el país más pro-palestino de Occidente, sin caer en la lógica de la confrontación partidista y sin ser sometido a extraños retruécanos propagandísticos.