La Policía Nacional atiende a las víctimas de violencia de género, violencia doméstica y violencia sexual a través de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM). Su actividad se estructura en dos áreas, una de dedicada a investigación y otra a protección. En la comisaría de Toledo, cuatro agentes y un subinspector se desempeñan en la primera; otros dos agentes y un subinspector lo hacen en la segunda. El conocimiento de los hechos, a partir del trabajo de calle de sus compañeros o de las denuncias formuladas, activa el funcionamiento de la unidad.
Existe un protocolo estandarizado, un molde que se intenta personalizar. «Cada víctima es distinta», explica Francisco, subinspector de la UFAM investigación en Toledo. «Se recoge la denuncia, se informan a la víctima de sus derechos y se hace una valoración del riesgo a través del sistema VioGén».
El grado de peligro se determina mediante un cuestionario con identificadores que califica la amenaza. Los niveles incluidos son no apreciado, bajo, medio, alto y extremo. En el peor caso, el de la exposición al desenlace fatal, se dispone una custodia policial de 24 horas. «Intentamos anular la fuente de riesgo, que es la otra parte: una vez conocemos el hecho, conocemos al autor».
La violencia contra la mujer deja «distintos perfiles de víctima», explica Natalia, agente de la unidad en la comisaría de la capital regional. «Cada caso es especial. Hay víctimas que, por sus circunstancias más vulnerables, tienen mayor riesgo de volver a ser victimizadas, con lo cual hay que tener una especial protección con ellas».
Tampoco existe un perfil de agresor, aunque concurren una serie de pautas comunes que genera un patrón. «Normalmente, empieza en un maltrato psicológico del que la víctima se puede dar cuenta o no. Lo siguiente son agresiones físicas y de ahí, agresiones continuas, incluso fuera de la vivienda», añade Francisco. Los ataques en «vía pública, delante de más gente» suponen «otro escalón más de agresividad». En el último estadio, la ofensiva se torna «mucho más grave» y apunta hacia «la vida de la víctima».
A los episodios violentos le sigue un periodo de arrepentimiento. Se trata de la «luna de miel», como la define Cristina, otra policía destinada en la UFAM. «El autor intenta otra vez enamorar a la víctima y convencerla de que esté con él, que va a cambiar», relata la agente. El pasaje posterior, sin embargo, es el de la «acumulación de ira», concreta Francisco. En esta etapa retornan las agresiones. «En la luna de miel no ven que pueden volver a ser agredidas. Las víctimas más difíciles, las que más nos preocupan, son aquellas que no valoran el propio nivel que sufren».
La UFAM insiste en que las denunciantes «tienen que hacerlo convencidas», apunta Natalia. Su compañero Francisco recuerda que «venir a denunciar a un familiar, la pareja en este caso, es difícil». Hay víctimas que al llegar al juzgado no ratifican la denuncia o apuestan por retirarla.
ATESTADO, INFORME CLAVE. La redacción del atestado policial se antoja como uno de los pasos fundamentales en el proceso de protección a la víctima. «Tenemos que ser muy cuidadosos, muy detallistas y, sobre todo, reflejarlo todo de tal forma que quien no conoce el hecho, al leerlo, casi se imagine lo que ha pasado», detalla Francisco. Este informe, que incluye las diligencias efectuadas y las declaraciones recogidas, informa a la autoridad judicial de los hechos conocidos por los cuerpos policiales.
«Si tenemos dos testigos y reflejamos en el atestado que han presenciado la agresión, más un parte de lesiones que objetiva esos daños en la mujer, aunque ella no quiera declarar, el juez puede tomar medidas cautelares. Y ha habido casos en que la mujer, sin denunciar, ha recibido una orden de protección», aclara Natalia. La oficial desempolva el caso de una chica muy joven remisa a denunciar. Se trataba de una mujer que mostraba «lesiones muy evidentes y con cierta cronicidad» y que, aunque contaba con la disposición de sus compañeras de trabajo a declarar, no llegó a interponer la denuncia. La negativa de la víctima no impidió el amparo judicial.
La orden de protección incluye medidas penales, como el alejamiento, y civiles, relativas a la vivienda y los hijos. Natalia destaca que también se considera violencia de género «la ejercida por el agresor hacia los menores».
El apoyo de la ciudadanía supone un aporte fundamental en la lucha contra estas expresiones criminales. Cristina lamenta el reparo de aquellos «testigos de un hecho en la calle, que han llamado y a quienes se les han tomado los datos, que cuando se les dice que tienen que ir a juicio responden con un 'es que si lo sé, no llamo'». La policía reclama «que la gente se conciencie de que este es un problema de todos, no es llamar y olvidarse: después, hay que ir a juicio y ratificar lo que se ha visto».
PROTECCIÓN AMPLIA. La UFAM recibe formación permanente para «una materia de actualidad». Además, la unidad detalla la presencia creciente de mujeres denunciantes en la fase de maltrato psicológico. Con carácter general, las agresiones físicas se convierten en «el desencadenante» más frecuente que rompe el silencio, aunque la detección temprana se antoja más útil.
Natalia desliza el caso de una mujer de 93 años que hace algunos días denunció a su marido, de 95, con el que lleva casada desde hace casi siete décadas. «Esto está en la sociedad, por eso hay que tomar conciencia», acentúa Francisco.
La implantación del protocolo cero para aquellas víctimas «que no denunciaban, pero no podíamos dejar desprotegidas», enuncia el subinspector, es otra herramienta que fomenta el socorro. Se trata de un servicio que brinda «una serie de pautas para recabar información del entorno, incluirla en el VioGén y hacer una valoración lo más real posible».
Los agresores persistentes suponen un reto añadido para la UFAM. Son aquellos que «cuando han estado con una mujer la han maltratado y se ha roto esa relación, pero van con otra mujer y se vuelven a producir estos hechos», anota Francisco. La unidad conoce algún caso con más de tres víctimas correspondientes a un mismo perpetrador en Toledo. En estos casos, la asistencia cubre a la pareja y la expareja.
HUMANIDAD. «No somos robots, somos personas que tratamos con humanidad a quien venga, escuchando y ayudando», proclama Natalia. La agente reivindica «una delicadeza en el trato a las mujeres fuera de lo normal» de sus compañeros varones, incluidos los agentes Carmona y Pacheco.
Quienes acuden pidiendo auxilio lo hacen en «una situación muy delicada». En los casos más graves de las agresiones sexuales son las policías las primeras en acercarse a la víctima, «el primer contacto» que detalla Natalia. Desgraciadamente, esta realidad también golpea a personas con discapacidad física o intelectual, un colectivo en una situación aún más adversa.