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La tarasca es el mal, el pecado y la herejía al que termina por vencer en el día de hoy el Corpus Christi. Así al menos lo era antaño, antes de que se convirtiera tan sólo en una atracción para los más pequeños, que sale a la calle durante la víspera de la fiesta, para diversión de los menores de la casa un rato antes de la apertura de la carrera procesional.
Durante los últimos tiempos Toledo, tan cristiana, ha querido huir de la tradición en la que lo profano reinaba en la víspera al Corpus. Sólo así se explican las críticas al aquelarre con brujas organizado hace unos años. Hoy la salida de la tarasca es una cabalgata anunciadora, entre pasodobles, en la que se atrae a los más pequeños a la fiesta.
Dicho eso, ayer fue un éxito.
Un buen rato antes del inicio de la caravana de cartón piedra por el recorrido procesional, la tarasca y los gigantones estaban ya en la plaza del Ayuntamiento para sorpresa de los más pequeños. Pacientemente, el enorme dragón verde con cuerpo de tortuga se dejaba tocar por los menores de la casa, algunos con expresión de miedo. «¡Cuidado!», les avisaban padres y abuelos, porque la tarasca escupe chorros de agua, que en una tarde tan calurosa no eran molestia alguna. Y sobre el monstruo de larga y rubia cabellera, cabalgaba Ana Bolena, que no paraba de bailar desde bien temprano, como poseída por el mal.
Poblado recorrido. De forma que unos instantes antes de las seis y media, la vieja tarasca, ayudada por los presentes, saltaba sobre las barreras arquitectónicas del suelo y se dirigía hacia Cardenal Cisneros. A las dos damas les acompañaban los ocho gigantones más modernos, que los de Lorenzana se quedaron obsevándolo todo desde el balcón del Ayuntamiento. También iban los gigantillos, que es su nombre, y no cabezudos, algunos de ellos cabalgando a caballo.
Abría la marcha la Unión Musical Benquerencia a ritmo de pasodoble, para alegría de los más pequeños, que en algunos lugares del recorrido, donde pudieron estar sentados, seguían el ritmo con las palmas. Y la cerraba la Banda Joven de Toledo Diego Ortiz, con una música algo más animada.
Pero, sin duda, los protagonistas fueron una vez más los niños, que llenaron las estrechas calles del recorrido y aprovechaban la amplitud de plaza Mayor, Cuatro Calles o Zocodover para ver con tranquilidad al cortejo. En ocasiones, los acompañaban sus abuelos, emocionados también al rememorar una tradición que han vivido a lo largo de décadas.
La tarasca, presumirán el lunes en el colegio o la guardería los menores de la casa, iba «con muy mala leche». Les perseguía, hacía movimientos bruscos y les tiraba agua. Ellos no tenían más remedio que salir huyendo. También los gigantillos y gigantones les perseguían entre risas.
Y de esta forma, poco a poco, el antaño cortejo del pecado pasó para alegría de niños y abuelos por el recorrido procesional, vencido ya el mal sin necesidad de que llegue para hacerlo el cuerpo de Cristo. Dejó paso a los mayores, a la apertura del recorrido por los políticos, la admiración de propios y extraños de la decoración de este año y la fiesta en la que el pecado y lo profano quizás encontraron el espacio perdido.