La pregunta al máximo responsable nacional/regional/ local en materia patrimonial sería la siguiente: ¿Qué zona de la ciudad de Toledo borraría de su vista sin dudarlo?. La respuesta sería, casi con toda seguridad y presuponiendo la absoluta sinceridad del interlocutor, Vega Baja. Un espacio en el que se han librado cruentas batallas, tramado acuerdos de doble y triple filo, desperdiciado ingentes cantidades de dinero público y, lo peor, se ha atentado contra el buen gobierno.
Y todo por el afán de quienes pretendían -desde todos los bandos en combate- enriquecerse gracias a un suelo valioso en sus múltiples condicionantes y lecturas. Un suelo, sin embargo, maldito y repudiado por los que en su día firmaron reparcelaciones, orquestaron equipos arqueólogos, e incluso autorizaron la instalación de colectores que todavía lucen en el lugar.
El indulto concedido a Vega Baja el día 27 de julio de 2006 en Madrid por el que fuera presidente regional, José María Barreda, no logró activar un nuevo proyecto nacido, para su desgracia, a la sombra del que recogía la construcción de 1.300 viviendas y, por ello, la destrucción de un yacimiento único. De un espacio que podría ser esencial para la economía de una ciudad que vive casi exclusivamente del turismo cultural.
Tras el paso de los promotores, las empresas mixtas, los comités de sabios, las cláusulas de confidencialidad, las permutas y las millonarias indemnizaciones, es posible que sea ahora el momento de repensar un futuro desarrollo para un espacio relegado por la clase política competente en la materia.
Y puesto que Vega Baja se encuentra ya liberada de sus más pesadas cargas parece adecuado la gestación de planes elaborados desde la experiencia, la disposición real de recursos y la voluntad de quienes deben garantizar la protección patrimonial, la investigación científica y las demandas de los ciudadanos que por allí residen y habitan.
Abriendo camino y con el feliz atrevimiento que ofrece la descontaminación de los jóvenes llamados a ser futuros arquitectos de realidades colectivas, José Ramón de la Cal invitó a sus alumnos a plantear proyectos para una zona vecina a su escuela que todos contemplan funcional, versátil y muy productiva para la ciudadanía.
Una vez visionadas los distintos condicionantes contenidos en el lugar, y sabiendo que el momento no da para muchas alegrías presupuestarias, los alumnos gestaron tres proyectos distintos que, sin embargo, pueden ser perfectamente compatibles -o no- dependiendo de las demandas de cada tiempo.
Ante el convencimiento de que quien se precie de tener la solución está equivocado porque hay tantas soluciones como las que otorga el sentido común, este trabajo -nada sencillo- sí ha concluido con la certeza de que «no hay lugar para la improvisación» y de que «cualquier planeamiento debe recuperar el Circo romano como eje que estructura Vega Baja».
La sensatez, no tenida en cuenta por voluntad propia de los gestores en época de conflicto, preside, sin embargo, los planes pensados por quienes creen que en la sencillez, la racionalidad y la utilidad de lo presente son algunas de las claves de una intervención priorizada y secuenciada.
Y puesto que no valen los miedos para los jóvenes que comienza a levantar el vuelo, se atreven a hablar de viviendas, de recuperación del río, de integración de la Fábrica de Armas, y hasta de investigación arqueológica. Todo porque, al fin y al cabo, creen firmemente que la ciudad la deben hacer los ciudadanos y no los promotores. Ahí es nada.