Se nos ha ido abril y con él ha muerto Antonio. Lo venía anunciando desde hace días para que la despedida no molestara en exceso y, como siempre, ha cumplido su palabra. Por aquello de no incordiar. Los hay que ni para morir quieren dar guerra. Marcharse para siempre en paz solo lo consiguen unos cuantos elegidos, porque en esta jodida vida cargamos en exceso la mochila y no nos permite ni siquiera esa licencia. Abril se ha ido ligero de equipaje, casi desnudo, y, por tanto, todo lo en paz que se puede ir uno de este mundo.
Antonio Abril ha sido uno de esos periodistas locales que hacen imprescindible el periodismo de cercanía, el que se transmite piel con piel y, quizá, el más auténtico que pueda llegar a existir. Hay mucha vida más allá de la M-30 y esta noble profesión no sólo se glorifica en la capital. Madrid te permite determinados anonimatos que no consigues en una ciudad pequeña, donde todo aquel que ejerce el oficio periodístico con la nobleza y la honestidad exigidas tiene incluso más mérito. En estos días de loas y alabanzas más que merecidas a Victoria Prego, muchos de los calificativos con los que han definido a la gran cronista de la Transición se pueden trasladar sin cambiar ni una coma a este periodista nacido en Pareja (Guadalajara) y que falleció en los últimos días del mes que llevaba por apellido. A Antonio le caracterizaron el rigor informativo y el compromiso sin fisuras con los valores democráticos, a lo que añadía un amplio conocimiento tanto de la provincia como de la idiosincrasia de sus gentes. Tomó como bandera la moderación, que no significa una equidistancia impostada ni tampoco una postura cobarde. Cuando tuvo que enfrentarse al poder establecido lo hizo, aun a riesgo de alterar la cuenta de resultados de su medio de comunicación y de soportar presiones externas y alguna que otra interna.
Abril tomó el Periodismo como una forma de vivir. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, podía haber ampliado su carrera como funcionario en la Diputación provincial de Guadalajara, pero su cuerpo inquieto le pedía más rock and roll. En noviembre de 1986 fundó el periódico Guadalajara 2000, que mantuvo vivo durante 26 años poniendo la independencia del medio y la sostenibilidad del proyecto por encima incluso de su propia salud. El corazón se lo reprochó mientras su cabeza mantenía una ilusión y un amor por la profesión que ni los recién llegados podían igualar. A su alrededor, se crio toda una generación de periodistas a los que respetó tanto su criterio como su libertad. Era el jefe para todos ellos -así le han seguido llamando- y cuando, en 2012, la crisis se llevó por delante el periódico, los sentimientos que se apoderaron de Antonio podrían equipararse a los de aquel que pierde un hijo con la misma edad. Sus últimos artículos los publicó en La Tribuna de Guadalajara, donde nos regaló retratos íntimos de personajes vinculados a la provincia, perfiles cargados de una humanidad que él acumulaba con excedente suficiente para poder regalar.
Su gran debilidad fue Concha, a la que, entre amigos, siempre colmaba de halagos. Concha ha sido la gran matrona de varias generaciones de alcarreños y Antonio su representante en la sombra. En cuanto se enteraba del embarazo de una compañera o de la mujer de un colega era inmediato: "Tranquila, que ya se lo digo a Concha". Después fue él quien comenzó a añadir miembros a la familia con sus tres hijos, Alberto, Laura y Toni, con sus parejas y, por último, con sus nietos. Alberto ha heredado el oficio del padre y es uno de los periodistas con más proyección de la redacción de Deportes de Castilla-La Mancha Media, la radio televisión autonómica. Por todos ellos quería seguir viviendo y disfrutando hasta que el cáncer le dijo hasta aquí. Fue en un día de abril, un apellido que, con galones suficientes, forma parte del mejor periodismo de la historia de Guadalajara.