‘Vade retro Satanás’ (apártate Satanás). Así de claro y contundente es el mensaje que aparece en la famosa cruz de San Benito, símbolo cristiano por excelencia contra el mal, utilizado desde hace siglos como elemento de protección y ayuda. Precisamente este fin de semana celebramos la festividad de San Benito, peculiar santo que escribió la regla que luego tomarían miles de monjes para su vida contemplativa y religiosa, la famosa Regla de San Benito. Además de protegernos ante cualquier tipo de veneno, San Benito también nos ayuda frente a la fiebre, contra las tentaciones y es el patrón de un colectivo profesional que nos ayuda cada día a acceder a documentos, libros, manuscritos y materiales diversos; nos referimos a los archiveros que tan bien cuidan de nuestros archivos y tan fácil hacen el trabajo de investigación. San Benito también es patrón de Europa y a la vez de Lucillos, una localidad toledana con mucha historia y protagonista hoy de estas líneas. Lucillos se encuentra a 65 kilómetros de Toledo y a tan solo 23 de Talavera de la Reina, razón por la cual históricamente su jurisdicción dependía de la ciudad de la cerámica, aunque en 1369 esa dependencia se trasladaría al arzobispo de Toledo. Las Relaciones de Felipe II nos cuentan que el nombre de la localidad proviene de Val de Lucillos que fue interpretado como ‘valle de los sepulcros’, siendo ya citado el lugar en un documento de Alfonso XI allá por el siglo XIV, donde se entregaron las tercias reales de los curatos de Lucillos y Cazalegas a la iglesia de Santa María de Talavera de la Reina para ayudar a su edificación. En el mismo interrogatorio de Felipe II se da cuenta del milagro ocurrido cuando un vecino tullido fue a escuchar las novenas a la ermita de San Benito que salió curado al finalizar las mismas, por lo cual muchas gentes comenzaron a acudir a esta ermita buscando ayuda, curación y otros beneficios. La ermita estaba a tan solo cuarenta pasos de la población y parece ser que fue levantada en el primer tercio del siglo XVI. El pueblo y sus vecinos celebraban cada año la festividad de San Benito de Nursia como su protector y santo preferido. Con el tiempo la celebración hacia este santo decayó y su ermita pasó a ser la capilla del cementerio local en el siglo XIX. Hubo en Lucillos un modesto hospital en el que se atendía a enfermos y a pobres, manteniéndose de las limosnas de los vecinos y del cual desconocemos su ubicación exacta.
La parroquia de Lucillos se encuentra bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción y fue construida a finales del XII y principios del XIII, como aseguran diferentes fuentes, aunque sin concretar más datos sobre su edificación y autoría. A lo largo de la historia de Lucillos encontramos a algunos nobles e hidalgos que copaban la élite social de la localidad, como por ejemplo don José Antonio Blázquez de Agüero Ramírez, del que se conserva el expediente de entrada en el Real Seminario de Nobles de Madrid en 1764, en el cual se alega que tanto él como sus ascendientes eran nobles, hidalgos y de probada moral cristiana. Hablando de hidalgos en Lucillos, recordamos el anecdótico caso ocurrido en 1790 a uno de ellos, don Francisco Urtiaga y Vivar, a raíz de la denuncia que hizo contra otra vecina del lugar llamada doña María Pobeda, a la sazón hermana del párroco de Lucillos don Vicente Pobeda. Parece ser que María había proferido diversos insultos y desagravios contra don Francisco Urtiaga, el cual determinó que aquellas injurias eran constitutivas de delito por lo que la llevó ante la justicia. Entre las malas palabras que profirió María estaban la de conducta lasciva, perro malo y otra serie de adjetivos hacia su persona. Cuando llegó el turno de interrogatorios, don Vicente -el párroco y hermano de la acusada- testifica que el que había obrado mal era don Francisco, quien había entrado en la casa de morada del sacerdote la noche del 17 de abril, con la excusa de pagar unas deudas, tras lo cual comenzó a dar voces, insultar y vociferar «palabras no solo injuriosas, sino contrarias a la religión». En declaraciones posteriores, se descubre que María, la hermana del sacerdote y ante la discusión de don Francisco con su hermano, tampoco se había quedado atrás, saliendo en defensa del cura y acusando al hidalgo de ser un pícaro indigno, tras lo cual «asiéndole de los cavezones con extraña fiereza profirió del mismo desentonado modo, que ya que no había gente en Lucillos para echarle los vofes por la boca, lo ejecutaría ella» y que «aunque tenía Don, no lo era…» Finalmente María fue acusada del delito de injurias contra don Francisco y de poco le sirvió la defensa que de ella hizo su hermano y alguno de los testigos del caso. Se trata de un caso más de los muchos que prodigaban por nuestros pueblos y aldeas, de enfrentamientos entre la oligarquía local y los párrocos como representantes de la iglesia y del poder eclesiástico, a los cuales se debían de satisfacer diversos pagos y obligaciones que en algunos casos levantaban este tipo de querellas.
*José García Cano es académico correspondiente en Consuegra de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.