Hace crónica social y comenta la actualidad, esquivando con elegancia a «los famosos de garrafón». Pero, sobre todo, Ángel Antonio Herrera es un poeta y ensayista reconocido, que logró asaltar Madrid desde Albacete, viviendo la noche y narrándola con la sonoridad heredada de su padre. Escribió en Interviú hasta el cierre de la revista, y ahora lo hace en el diario ABC, después de haber pasado por El Mundo. Ha recibido el Premio Barcarola de Poesía y el de la Crítica de Madrid (2024) y, el verano pasado, publicó el ensayo 'Salvaje España. Retrato de la nueva modernidad'.
Nos vemos muy cerca de Atresmedia (Antena 3, LaSexta y Onda Cero) en San Sebastián de los Reyes (Madrid), donde colabora habitualmente en algunos de sus programas. Fiel a su larga melena y a su indumentaria de color oscuro, llega con la mochila llena de vivencias y recuerdos a la espalda. Mira a los ojos, sonríe con cierta frecuencia y recuerda con cariño, y algo de nostalgia, su infancia y primera juventud en su Albacete del alma. «Desde que fallecieron mis padres, he perdido la asiduidad con la que iba antes», comenta.
Una formación «inapelablemente buena» y la influencia paterna despertaron la temprana afición del entrevistado por la escritura y la bohemia. «Guardo un gratísimo recuerdo de las Escuelas Pías. Recibimos una formación estupenda. Mantengo contacto con algunos compañeros de colegio de entonces, que hoy son célebres médicos, arquitectos y otras cosas. Hace poco me contó uno de ellos que habían demolido la capilla de las Escuelas Pías y parte del patio. Me mandó unas fotos y me impresionó mucho la demolición de esa etapa de mi infancia. Menos mal que la parte más importante del edificio sigue vivo».
«A mi padre le gustaba recitar a los clásicos y rimaba con una facilidad extraordinaria»
Ángel Antonio Herrera recibe de manos de la entonces alcaldesa de Albacete, Carmen Bayod, el Premio de Poesía Barcarola de Poesía. Año 2014. - Foto: A. Pérez.Los recuerdos y las vivencias van cayendo, sin solución de continuidad, como los versos y las crónicas que siguen marcando su vida. «El patio de la infancia –afirma– se me va quedando cada vez más desierto. Se me van muriendo los cromos del Real Madrid que intercambiaba en el recreo, al haber fallecido ya la mitad de los futbolistas que aparecían en ellos. Amancio fue uno de los últimos en hacerlo. Yo siempre fui muy aficionado al fútbol en general, y al Real Madrid en particular. Está claro que lo que uno vive en la infancia, permanece para siempre», apostilla, antes de subrayar el papel nutricional de su padre.
«Mi padre –explica Ángel Antonio Herrera– era un admirador de la gente que cultivaba la palabra, tanto en lo oral como en lo escrito. Él era un poeta secreto que me enseñó el latín antes de que me tocara aprenderlo en el Bachillerato. De él recibí un dulce veneno que tiene que ver –de manera radical y principal– con mi vocación literaria. A mi padre le gustaba recitar a los clásicos y a la generación del 27. Él rimaba con una facilidad extraordinaria».
En sus clases, según nos cuenta ahora su hijo, retaba a sus alumnos a que le propusieran un tema del que les escribía luego una décima o un soneto. «Yo desperté a la palabra por mi padre, antes de comprender lo que era la palabra misma. Le escuchaba recitar y me quedaba con la música de la palabra, con aquella sonoridad mágica, aunque no supiera lo que García Lorca, Aleixandre o Alberti querían decir».
El escritor y periodista posa en Albacete para una entrevista de La Tribuna, año 1997.«Siempre me tentó la vida nocturna y salvaje; el fútbol, la jarana, la fiesta, el cine y el alterne»
Compara su paso por el Instituto, que estaba muy cerca del campo de fútbol Carlos Belmonte, con el despertar a una supuesta libertad adulta. «Uno creía que ya era mayor, pero no lo era. Empecé a frecuentar ciertas libertades que tenían que ver con el fumar a escondidas cigarrillos mentolados, la primera novia y la Feria de Albacete». Esa precocidad la trasladó también a la poesía. «Con 14 y 15 años, escribía versos y algún que otro artículo en los suplementos dominicales de La Verdad y La Voz de Albacete.
Dentro de este contexto, destaca la aproximación a los creadores de la revista cultural Barcarola, que sigue publicándose con periodicidad cuatrimestral en Castilla-La Mancha. «Me arrimé a sus creadores, Juan Bravo, José Manuel Martínez Cano y Guillermo García Giménez, con los que sigo manteniendo contacto. 'Barcarola' me permitió convivir con gente que escribía de manera profesional y me abrió una gran ventana a la literatura nacional».
Siempre ha ido por libre de manera premeditada, sin maestros de referencia y con un concepto de la cultura que califica de promiscuo, y donde, a priori, nada es desdeñable. «Siempre me tentó la vida nocturna y salvaje. El fútbol, la jarana, la fiesta, el cine, el alterne… Creo que la curiosidad ha sido el timón de mi vida y lo que me motivó a ejercer el periodismo, aunque mi vocación primera –y última– ha sido la escritura».
Valora y agradece el magisterio de la noche y rescata de la memoria las primeras tertulias literarias semanales, con la gente de Barcarola, en el Hotel Los Llanos. «Iba cambiando con el tiempo y duraban hasta que aguantabas. Yo acabé muchas noches en la Estación de Autobuses, lo último que quedaba abierto en Albacete, hasta la llegada del alba».
En sus ocasionales reencuentros con los escenarios de la infancia, Ángel Antonio tiene por costumbre visitar en solitario el colegio donde estudió la enseñanza primaria. «Es como un recreo dulce, pero amargo al mismo tiempo, pues me despierta muchas nostalgias. Hay otro sitio para mí muy importante: la punta del parque, donde empezábamos a fumar y a alternar con las chavalas antes de entrar al Instituto. Ahí se produjo mi apertura, mi deslumbramiento por la belleza, la juventud plena de alterne y el sueño de un mundo sin ningún tipo de ataduras».
Su padre le aconsejó que se dedicara a la docencia, sin dejar por ello de escribir, pero sin fortuna. «Es una de las pocas cosas en las que no le hice caso, pero tampoco me ha ido del todo mal. Su consejo estaba bien tirado, porque vivir de la palabra, como yo hago, es muy inclemente y complejo. A mí me ha ido bien, pero también me podría haber ido mal. Eso sí, tuve muy claro que debía dejar la provincia y emprender la carrera de la noche y de la 'golfemia' –palabra valleinclanesca– en Madrid. Quería ponerme a prueba; forzar experiencias para luego escribirlas. Como decía el clásico: hay que inventar pasiones para ejercitarse. Yo no sólo las inventaba, sino que las vivía».
Sus primeras experiencias en la capital de España, a la que se trasladó a principios de los 80, después de haberla visitado de forma intermitente, son difíciles de resumir en estas dos páginas. El Madrid valleinclanesco, bohemio y utópico que le sugerían las primeras crónicas del que luego sería su amigo, Francisco Umbral, y de César González-Ruano, había sido suplantado por el Madrid de la movida y de la Transición.
En 1984, Ángel Antonio comienza a escribir una crónica semanal en la revista Interviú, donde colaboraban entonces su admirado Paco Umbral, Raúl del Pozo, Antonio Álvarez Solís, Manuel Vicent y 'Cándido', entre otros. Los 'Rolling Stones', según Herrera, del columnismo de los 80.
«Soy una persona analógica y me resulta incómodo, casi incierto e irreal, el mundo digital»
¿Cómo se coló en Interviú aquel chaval de Albacete, con melena lacia, aire agitanado y una ilusión desbordante? «Me presenté al jefe de Redacción, Ignacio Fontes (recientemente fallecido), al que no conocía de nada y le dije: 'soy de Albacete, he publicado algunos poemas en la revista 'Barcarola' y lo mío es la escritura. Salgo mucho por la noche y me gustaría que me dejarais escribir en vuestra revista. Así, de manera directa. Me dijo: 'tráeme dos o tres cosas y las vemos'. Se las llevé, le gustaron mucho y pasé a ser colaborador fijo de Interviú, sin fallar ni una sola semana, hasta el cierre de la publicación en 2018».
En la mesa de al lado tenía a la mítica reportera de sucesos, Margarita Landi, que fumaba en pipa y viajaba en descapotable; al legendario reportero Luis Otero, «un tipo increíble que escribía como Camilo José Cela», y a los periodistas Antonio Rubio y Manuel Cerdán, que destaparon en primicia el escándalo de los GAL. «La revista Interviú era una escuela del desacato y la incomodidad; de la información y de la opinión como susto, y yo esa escuela la llevo dentro».
Afirma que no tiene cuenta en redes sociales, ni le apetece tenerla. Tampoco le presta atención a lo que le cuentan que se dice de él en alguna de ellas. «Soy una persona analógica. Compro y leo en papel, y pienso que escribo para papel. Me resulta incómodo, casi incierto e irreal, el mundo digital. Además, creo que soy ya irrecuperable en este enloquecido panorama».
En la trayectoria humana y profesional de Ángel Antonio Herrera ocupa un lugar destacado la figura de Paco Umbral, al que conoció en una charla-coloquio de escritores y al que dedicó luego su primera biografía. «Me gustaba mucho el Umbral de las columnas de El País, por lo que tenía de mundano, desprejuiciado y de tío que siempre ponía en pie una escritura, que es lo que yo también he pretendido siempre. Quería conocerle personalmente y le invité a participar en unas jornadas literarias en Albacete. Con Umbral forjé un vínculo hondo y de amistad, a través de la poesía. Presentó en Madrid mi primer poemario, me ayudó en mis comienzos y me citó mucho en sus columnas. Yo llegué a El Mundo por él. La mayor vigencia de Umbral reside en el columnismo literario. Algunos dicen denostarle, pero se aprecia luego en ellos la huella digital del escritor. Umbral llevó el yo y la escritura al columnismo. Reconozco abiertamente su magisterio».
«Hay más poetas en el barrio madrileño de Lavapiés que lectores asiduos de poesía en España»
Hablamos de la época terminal de las tertulias en el Café Gijón, en el que un día coincidió con el manchego Francisco García Pavón, de su buena relación con Manuel Vicent y el pintor José Lucas, padre del poeta y amigo Antonio Lucas, y de cómo se transformó ese santuario de las letras en un restaurante de menú para ejecutivos. También sobre las tertulias radiofónicas y televisivas. «Participo en bastantes, pero, realmente, no son tertulias, aunque las presenten como tales. Son un enfrentamiento rápido y esporádico de monólogos. No hay argumentación a favor o en contra, ni se cuida el arte de la conversación. La radio se salva a menudo de eso porque tiene más hogar de la palabra que la televisión. Pero, bueno, yo en este oficio estoy para las partes nobles y para las que no son tan nobles».
Rechaza su adscripción a la llamada prensa del corazón y lo argumenta de la siguiente manera: «Nunca he sido un periodista de la prensa del corazón, ni he dado una noticia o primicia al respecto. Yo hacía, y sigo haciendo, crónica social. La televisión ha creado a sus propios famosos. Me fui del programa 'Tómbola', que fue pionero, cuando apareció este fenómeno. Cuando el famoso pasó a ser un profesional de la tele creado por la monstruosidad del propio medio. Han pasado 30 años de aquello, pero la gente todavía se acuerda».
Recuerda que trabajó dos años con María Teresa Campos y que lleva ya 20 en 'Espejo Público', con Susanna Griso. «Hago actualidad y detesto a los famosos de garrafón que tanto daño hacen a la crónica social. Es una invasión de gente que no tiene el menor interés. En nuestro país hay mucha incultura. Me cuentan editores de poesía que un poeta importante y consagrado no vende más de quinientos ejemplares. Por lo tanto, hay más poetas en el barrio madrileño de Lavapiés, unos dos mil, que lectores asiduos de poesía en España. Esto casi es objetivable. Y te recuerdo, como decía Umbral, que cultura es todo lo que ignoramos. La literatura abarca desde Lola Flores a Rilke, desde el fútbol hasta el endecasílabo».
En su libro más reciente, 'Salvaje España', habla de la soledad creciente del que se supone comunicado. «La gente vive cada vez más aislada. Estar comunicado con el universo no significa que no estés rigurosamente solo. Defiendo la tesis de que, a mayor comunicación, mayor aislamiento. Esas son las hebras que se manejan en el libro».
«Me estremecí al ver las imágenes de Letur, donde había estado con mi padre»
Pasaba los veranos y las vacaciones de invierno de la infancia en la casa que tenían sus abuelos en la Sierra del Agua, muy cerca de Paterna de Madera y Tobarra. «Tuve una bellísima infancia de vacaciones rurales. He visto segar, varear los cerezos, pastar a las cabras... He pescado con mi padre truchas y cangrejos en los ríos y he contemplado nevadas que nos dejaban aislados durante semanas. Era una vida idílica y maravillosa que recuerdo como algo vital en mí. Me estremecí al ver las imágenes de la riada de Letur , porque había estado en ese bonito pueblo con mi padre».
Ángel Antonio Herrera presume, y con razón, de ser 'embajador de la Feria de Albacete'. De esa gran feria que asocia, inevitablemente, a su primera novia. «No sólo era una fiesta, sino una prórroga del verano, porque la Feria es holgada en fechas y obliga a retrasar el comienzo del curso escolar. Aquellos veranos, que tengo reflejados en algún poema, eran de novietas y promesas. Con la más sostenida de ellas iba a la Feria, y trasnochábamos comiendo churros y tomando quina. Seleccionaba algunas atracciones de la Feria, como la del gusano cubierto por unos toldos, para besar a la muchacha. Yo, entonces, tenía aquella cosa un poco gamberra, asociada a la Feria. También asistí en aquellos años a los primeros conciertos de Joaquín Sabina, Leño y Miguel Ríos en Albacete».
Cuando el equipo local subió a Primera División, le dedicó un amplio reportaje en Interviú, con entrevista incluida a su entrenador, Benito Floro, artífice principal de aquel fenómeno deportivo conocido como 'El Queso Mecánico'. Confiesa que acepta gustosamente las invitaciones de sus paisanos y lamenta no conocer mejor otros lugares de interés de Castilla-La Mancha a los que ha viajado, pero por razones de trabajo.
Aunque confiesa haber dimitido ya de la vida nocturna madrileña, es imposible olvidar aquellas noches locas que el poeta y periodistas albacetense explotó como género literario y medio de vida. «Los años 80 y 90 los viví en la calle. Tenía veintipocos años y hacía una crónica acordeón todas las semanas en la que cabía de todo. Cubría desde el estreno de una película de Pedro Almodóvar a un concierto de Miguel Bosé, pasando por la presentación de la última novela de Javier Marías».
Reconoce que de la toxicidad nocturna de Madrid –en ambientes donde apenas había fronteras– le salvó la literatura. «Como tenía que escribir, no me di a la droga y bebía lo justo. Estaba muy pendiente de lo que siempre ha regido mi vida: la obligación de escribir todos los días. Cuando publiqué mi último libro, 'Salvaje España', el director de ABC, Julián Quirós, me preguntó: '¿tú cómo te salvaste de aquello?'. Pues me salvé porque escribía. Pude mantenerme al margen de los venenos de la noche, que se cargaron a tanta gente, porque tenía que escribir. Porque tenía que estar despejado al día siguiente para la escritura».
Está claro: Ángel Antonio Herrera debe su buena salud a las crónicas nocturnas.