Muchedumbres infantiles se apresuran ilusionadas cada año a preparar el belén navideño, donde las maquetas del pueblo, el río, los montes, el castillo de los temibles soldados o los rebaños pacen apaciblemente, de momento, pese a la hipocresía política (nuestro gobierno propalestino no cesó de vender armas a Israel: el negocio aplasta muchos idealismos).
Cuando colocan al bebé en el pesebre del celebrado Jesús de Nazaret por su cumpleaños, la ternura impregna los cerebros. Cerca, María, la tierna madre, José con el buey y la mula, sencillez, pobreza... Pero una estrella ilumina alegre esa humildad. La moraleja es útil para mayores y pequeños, lo divino no prefiere la pompa real de Herodes o Roma, sino a ese inerme recién nacido, aparentemente uno más, necesitado, tal vez llorando, tal vez orinando, aunque suele representarse tranquilo, bendiciendo. Imagen ya conocida universalmente que añadidos posteriores han difuminado con árboles adornados y luminosos, con Santa Klaus en un trineo repartiendo regalos. Los niños del imperio Romano carecían de derechos y el padre podía exponerlos en la calle al nacer, abandonándolos a la muerte si nadie los recogía, hasta que el cristianismo triunfó y descubrieron incluso en los más débiles la divina imagen.
Pero cada vez menos niños y más viejos pasean nuestras calles. Las noticias llevan años prediciendo el invierno demográfico en Europa, con una edad media de 44 años, mientras en la cercana África es de 18. La tasa de reemplazo con 2,1 hijo por mujer no se cumple, pues apenas llegamos a hijo y medio. Triste es saber que desde hace una década se venden en Japón más pañales para adultos que para niños. Nuestros dirigentes resultan inoperantes, ineficientes, y el problema será gravísimo cuando en 2050 uno de cada tres habitantes cumpla 75 años. Ahora es uno de cada cinco. ¿Y las pensiones?
O se ayuda a las familias y a su estabilidad, en vez de animar a disolverlas, o se apoyan los nacimientos en vez de los abortos o necesitaremos, por mucho que algunos los rechacen, gran cantidad de inmigrantes jóvenes para que trabajen por nosotros. España tiene la ventaja de contar con Hispanoamérica. El problema está en que la nueva regularización de inmigrantes no filtre adecuadamente y, en vez de pasar honrados trabajadores, invite a quedarnos con terroristas, maleantes y mafiosos. Los repetidos atentados islamistas son triste muestra de un Occidente estúpido y enfermo. Lo más sensato sería primero analizar qué puestos laborales se necesita cubrir y seleccionar a quienes vienen en los países de los que parten, como hizo Alemania con los españoles.
Mas sigamos con la fiesta, que ayuda a integrarnos todos en una general alegría: la navidad anima a compartir. Aunque suframos la gélida oscuridad invernal, podemos mirar hacia la estrella interior para que nos ilumine el camino.