Paciente y cuidadora, la mujer se desdobla ante el ictus

Á. de la Paz
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Se trata de la principal causa de mortalidad femenina, aunque la demora en su detección es uno de los problemas que complica su tratamiento. Ellas prestan el 85% de las atenciones

De izquierda a derecha, Carolina Cucco, Marisol Illescas, Ana Cabellos y María Rodríguez. - Foto: La Tribuna

La idea de súper mujer suele demorar la petición de ayuda sanitaria. Son muchas las que tardan en acudir a urgencias, aunque concurran los factores desencadenantes del ictus. La persistencia de la «obligación de valer para todo», esa conjunción cotidiana de tareas profesionales, familiares y domésticas, genera «sobrecarga» y un menor autocuidado. «Uno de los factores imprescindibles es la rapidez de la intervención», explica María Rodríguez. La tardanza impide el acceso al tratamiento y extiende la duración de los daños.

España lamenta 120.000 nuevos casos de ictus cada año. En todo el país, hay unos 420.000 diagnosticados de daño cerebral, de las que el 52% son mujeres, por encima de lo correspondería por su peso demográfico. El ictus se apunta como la enfermedad recurrente entre este conjunto de dolencias: el más común de los accidentes cerebrovasculares explica, aproximadamente, cuatro de cada cinco lesiones en el colectivo femenino. Es, además, la principal causa de mortalidad femenina.

Rodríguez es terapeuta de la Asociación de Daño Cerebral Sobrevenido de Castilla-La Mancha (Adace). La experta señala «el doble rol» de la mujer en su relación con el ictus. Por una parte, ellas sufren un impacto diferente al del hombre, con una incidencia proporcional algo mayor y cuadros clínicos más complejos. Por otra parte, asumen la responsabilidad del cuidado, un reto que abordan desde su condición de «hija, madre e incluso nuera».

La relación del ictus con la mujer está impregnada por las etapas biológicas. «Las mujeres en edad fértil estamos más protegidas de esos factores de riesgo que los hombres por las hormonas», cuenta. Las circunstancias que anticipan el peligro incluyen tensión alta, colesterol, diabetes, sedentarismo o consumo de tóxicos, tales alcohol, drogas o medicación. Estas conductas «se dan más en los hombres», subraya Rodríguez. Por eso, entre los jóvenes, hay una mayor incidencia masculina. Sin embargo, la relación se invierte a partir de la menopausia. «Esa protección natural desaparece; además, el cuerpo ya está más trabajado y pueden existir los factores de riesgo», añade. Este escenario eleva tanto las posibilidades de sufrir un ictus como la potencial gravedad de las lesiones asociadas.

La atención al paciente de ictus en el ámbito extrasanitario es una actividad que tiende a recaer sobre ellas. Los datos de Adace cifran en un 85% el número de cuidadoras y elevan hasta las trece horas diarias el tiempo empleado en estos servicios. «Lo que ocurre cuando se está tantísimo tiempo dedicado a otra persona es que empieza a aparecer el síndrome del cuidador, que tiene efectos físicos, emocionales y sociales», cuenta la terapeuta.

La responsable del enfermo enfrenta estrés y fatiga, también síntomas depresivos o ansiedad. A partir de estas señales asoman problemas del sueño, una necesidad creciente de medicamentos y el aislamiento por la pérdida de rutinas. La salud mental se quiebra por la «culpabilidad» que aflora «si le dejo solo durante cinco minutos». Quienes dan el paso se preguntan «a ver cómo voy a hacer eso».

DOBLE PREVENCIÓN. Rodríguez prescribe el manido estilo de vida saludable para evitar la aparición de la enfermedad, aunque concreta sus peticiones. La experta urge a la prevención de la obesidad, el abandono de las sustancias tóxicas, el combate contra el sedentarismo y el control del estrés. «Hay que saber llevar una vida tranquila, no ir a la velocidad que parece que se nos exige», indica. La única actividad para la que reclama rapidez tiene que ver, precisamente, con la aparición del ictus. Si se observan los síntomas, se debe acudir para que el tratamiento, una medicación que oxigena el torrente sanguíneo, impida males mayores en el cerebro.  

Como pruebas sencillas para saber si una persona cercana sufre un ictus o no, Rodríguez plantea tres ejercicios sencillos: pedir al otro que sonría, requerirle que levante un brazo o exigirle una conversación. Si en los dos primeros casos hay una mitad que no responde, y en el tercero no consigue una correcta articulación, se entenderá como probable el accidente.

Para evitar la aparición del síndrome del cuidador, la representante de Adace ofrece cinco pautas:  «sacar un tiempo para nosotros, establecer límites y saber delegar, buscar un apoyo y pedir ayuda,  aprender nuevos conocimientos sobre la patología y sus cuidados, y comunicar». Para materializar estos consejos, Rodríguez destaca el favor que prestan los grupos de autoayuda, las asociaciones y las actividades de índole deportiva o cultural.