La imagen de Leonor es perfecta en un país lleno de recovecos y también de republicanos serios e ilustrados, 'segundarepublicanos' nostálgicos y republicanitos de lo vasco, lo catalán y la taifa que se precie y se adentre por los caminos de una separación que siempre tendrá forma republicana. Frente a ello, la imagen de la sucesora es imbatible: joven, bella, preparada, educada, soldado y estudiante. Una excepción que confirma una regla en el país de los sueños rotos, las grandezas pretéritas y los presentes siempre problemáticos. Una excepción que confirma una regla, también, en medio de una generación, la de la Princesa de Asturias, marcada por la precariedad, la desgana y la falta de expectativas, una generación que no sabe lo que es hacer la mili ni conoce demasiado el valor de la renuncia y el sacrificio, aunque, ojo, porque hay jóvenes, más o menos preparados, pero siempre dispuestos a arrimar el hombro y entablar un diálogo con la vida sobre la base de los valores que hacen grande a las personas. Les falta tener un trabajo decente y poderse construir una vida.
Leonor jura ahora la Constitución y se echa el país a la mochila, en el momento de mayor apogeo de su imagen. Le vemos últimamente en su formación militar, le vimos hace unos días en el desfile de la Hispanidad, como una soldado cuajada y entera, inconmovible pero amable, en una puesta en escena que parece increíble en una chica que aún no llega a los veinte años y que acaba de comenzar en la cosa pública. Le vemos ahora en la sede de la soberanía popular jurando la Carta Magna, la que se aprobó en 1978, que establece la democracia en España en el marco de una monarquía parlamentaria, que viene a ser como una suerte de clave de bóveda simbólica. Lo fue durante las primeras décadas con Juan Carlos I, cuya figura ahora se nos presenta totalmente turbia, en un gran claroscuro, pero con unos oscuros muy difíciles de obviar. Lo es, esa clave de bóveda, desde 2014, con Felipe VI, el rey menos Borbón de toda la dinastía, apuntan los más optimistas, que ven en el comportamiento de nuestro monarca la única tabla de salvación para una institución que tradicionalmente en España siempre termina saliendo a flote y aceptándose como una suerte de mal menor por aquellos que llevan el republicanismo incrustado en la mente y en el corazón. Son muchos los republicanos que hay en España, pero hay más nostalgia que deseos de futuro en muchos de ellos. Lo demuestra que cuando se habla de republica lo que se nos muestra son imágenes de la segunda, con aquella bandera de aquellos años, pero nunca hay un debate sobre que republica podríamos tener, porque no es lo mismo, ni mucho menos, una parlamentaria que una presidencialista. Todo transcurre en el campo de lo emocional y el recuerdo. Igualmente, también es cierto que hay otra gran porción de republicanos de su republica particular, es decir, lo son en la medida en que la republica es la de su ensoñación separatista que rompe con el proyecto común de todos.
De manera que en este panorama turbio y confuso emerge la figura de la princesa Leonor con un cierto poder balsámico, enraizada en nuestra historia, sí, pero sobre todo como llamada de atención sobre lo que nos puede esperar en el futuro. Algunos la quieren convertir en un fetiche, una especie de amuleto mágico contra los males que pueden terminar convirtiéndose en un poderoso disolvente del proyecto constitucional, aunque si Leonor llega a ser reina de España lo será porque hemos sido capaces de ordenar nuestra casa con sentido común, no porque ningún monarca, por mucha estampa que muestre, fumigue todos los virus. Leonor estará ahí si la Constitución de 1978 sigue en pie durante otros tantos años más. No hay vuelta de hoja, pero los avalistas de la Constitución somos nosotros y nuestra capacidad de decidir, no ella. Leonor I sería la consecuencia de la continuidad de nuestra Carta Magna. La princesa de Asturias será reina de España si el sistema sigue adelante, con las reformas necesarias, pero no será reina si vamos a una ruptura. Su misión es jurar la Constitución que le cobija en su papel, nuestra misión es votar y orientar la marcha de un país. Con la jura de la Constitución de la heredera Leonor el sistema sigue adelante, con sus ritmos y sus protocolos, pero el juramento en sí no tiene ningún tipo de poder mágico o taumatúrgico para garantizar la sucesión a la Corona que es tanto como decir la continuidad del tipo de país en el que estamos desde el seis de diciembre de 1978.