Acercarse Noctópolis, última novela del toledano David Luna, es un ejercicio placentero a la par que complicado. Porque sus páginas son un frenesí tan adictivo como las drogas de algunos de sus personajes, es aconsejable no acercarse a ellas de noche con sueño, o con poco tiempo. Al tiempo, el texto invita a una lectura pausada, con una prosa realmente excelente, de vocabulario atractivo y plena de metáforas y segundas lecturas. Noctópolis puede ser una novela cyberpunk, de ciencia ficción, pero transciende con mucho la literatura amena.
En realidad, confiesa el propio autor, la prosa refinada con la que aborda algunas páginas, que está llamando mucho la atención de la crítica, es algo intencionado. En esta historia nocturna de un personaje amnésico en busca de sus propias motivaciones ha querido unir lo lírico y lo coloquial. La novela, reconoce, es un juego de pares y contrapuestos, en el que quiere unir ambos estilos.
Los contrapuestos continúan, con una ciudad nocturna dentro de la ciudad y una persona dentro de su persona; «el lado oscuro que todos tenemos y un protagonista en busca de su personalidad, no solo el quién soy en el sentido espiritual, sino quién es en realidad, porque no lo sabe». En realidad, sería muy fácil para él, como para cualquiera, averiguar su nombre y profesión; quiere saber en realidad qué es lo que busca, qué le motiva. Está realmente perdido.
Quizás la sinopsis de este nuevo libro pueda recordar mucho al de otras novelas de Luna; son personajes en contante evolución en busca de su verdadero yo. En este caso, es un hombre que desciende a nivel terrenal para perderse en la masa en busca de sí mismo, cuando en El Ojo de Dios va divinizándose, en Éxodo pierde su humanidad, en Ponzoña va enloqueciendo y en la trilogía Tennen resaltan las contradicciones del ser humano. Sin embargo, son todo historias muy distintas. El autor reconoce que, después de practicar el zen durante muchos años, «la búsqueda de la espiritualidad es algo que me interesa muchísimo, y en mis novelas lo que pretendo es buscar siempre una novela entretenida, de aventuras, con elementos oscuros, pero que a la vez entre líneas haya esa segunda lectura».
En este caso, Luna apunta que la búsqueda de la identidad lleva al lado oscuro, como le pasara un tanto al protagonista de El Ojo de Dios. Aunque las historias no tienen nada que ver. «En estos contrapuestos, se ve ese lado oscuro que todos poseemos, aunque lo ignoremos, porque somos mucho más de lo que interiorizamos», insiste.
Noche, lluvia y neones. Los juegos continúan; el autor se llama David y el protagonista Goliat (no son los únicos toques bíblicos en la historia). Con la noche como protagonista, Luna ha querido meter la ciudad de los neones dentro de una ciudad, como si de una matriusca se tratara, en la que el protagonista se adentra cada vez más, capa a capa. Todo ello, en ambiente cyberpunk que, no oculta, está muy influenciado por la película Blade Runner, pero también de la novela que le dio origen, así como otras obras de Philip K. Dick. Es un género que le encanta, no lo oculta, con alta tecnología y baja calidad de vida, en una sociedad muchas veces orientalizada y dominada a veces por grandes corporaciones.
En este caso, el toque oriental también llega por una increíble casualidad. La novela en realidad surgió a partir de una fotografía de una gran ventana, ojo de buey, sobre una ciudad, que le llamó mucho la atención a Luna. Allí es donde se despierta cada noche el protagonista amnésico. Poco después de comenzar a escribir, Luna viajó a Japón y, de auténtica casualidad, se encontró con esa ventana en Osaka. Eso influyó en tantos elementos japoneses en Noctópolis.
La novela está cosechando un gran éxito de crítica y entre los lectores. Luna va a acudir a promocinarla en breve al festival Celsius. Mientras tanto, no para y continúa con el tercer volumen Tennen, con el que quiere «marcar casi un antes y un después en mi carrera».
Al final, su idea es que el lector no solo engulla una historia sin cuartel, sino que también se replantee sus segundas lecturas. Luna consigue su juego de parejas, y hace que el lector lo quiera y lo odie por igual, por el placer de sus páginas y los malos ratos que en ocasiones hace pasar a sus personajes.