María de Rojas, un caso de hechicería en Turleque (I)

José García Cano
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Entre 1757 y 1760 se abrió un proceso de fe contra María de Rojas, acusándola el Santo Oficio de la Inquisición de Toledo de maléfica y de practicar curaciones y hechizos a multitud de vecinos

María de Rojas, un caso de hechicería en Turleque (I)

Entre 1757 y 1760 se abrió un proceso de fe contra María de Rojas, alias la Culebra, mujer nacida en Almagro y avecindada en Turleque a la cual acusó el Santo Oficio de la Inquisición de Toledo de maléfica y de practicar curaciones y hechizos a multitud de vecinos. Como era habitual en otros casos similares, el tribunal toledano requirió a otros tribunales hermanos para que confirmasen si aparecía algún expediente o denuncia formulada hacia María; a este requerimiento contestaron negativamente desde los tribunales de Zaragoza, Cuenca, Murcia, Logroño, Barcelona, Sevilla, Granada, Córdoba, Valencia y Santiago, entre otros. Parece ser que la denuncia hacia María partió del párroco de Turleque, ante los excesos que la primera estaba cometiendo en la localidad desde hacía años, por lo cual se envió el 3 de junio de 1757 una carta a la inquisición toledana haciéndoles saber lo que estaba sucediendo. A esta carta le siguió otra en la que se insistía en los actos realizados por la Culebra. Según los documentos el estado en el que se encontraba la feligresía de Turleque era lastimoso y «nacido todo el furioso escándalo que promueven los hechos de una mujer de más de 70 años…» tenida por todos como «hechicera y encantadora», la que llegó a Turleque en compañía de su hijo, barbero y cirujano de profesión, llamado Ventura. El caso es que su hijo falleció y aunque se instó por las autoridades civiles y religiosas de Turleque a que María abandonase el pueblo, esta hizo caso omiso y permaneció en el lugar.

En una de las cartas incluidas en el proceso, podemos leer que no se actuó con el rigor debido contra María, ya que la gente le tenía miedo pues quien la contradecía o le provocaba malestar, lo pagaba posteriormente con «enfermedades incógnitas y extraordinarias», situándoles al borde de la muerte. Insistiendo en el supuesto poder que tenía María, se exponen algunos ejemplos de las maldiciones y hechizos que ella practicó, como el ocurrido a Juan Fernández Moreno, mesonero de Turleque, el cual inesperadamente se volvió loco y habiendo recurrido su esposa al hijo de María (el barbero), le comentó que si no le curaba denunciaría a su madre, tras lo cual le aplicó una hierba recomendada por María por lo que súbitamente Juan sanó de la locura. Por cierto, este tal Juan Fernández, dentro de su posada tenía instalada la tienda de abacería que surtía a los vecinos de Turleque en aquella mitad del siglo XVIII. Otro caso es el de Gabriel López Romero quien cayó en cama, con un mal que el médico no podía evaluar y quedó «gravemente accidentado»; se añade que Gabriel fue despojado de sus partes pudendas y sin que fuese posible curarle, algo que no sabemos como interpretar, queriendo decir quizá que no funcionaba en la cama o que tenía problemas de impotencia. Resulta que entonces aparece en escena una gitana con la misma habilidad que María de Rojas, la cual curó a Gabriel inmediatamente.

Otro testimonio lo aporta Francisco Martín Cacho, sacristán mayor de la iglesia de Turleque, casado y de 34 años de edad, el cual afirma igualmente conocer los diversos casos de locura que han afectado a algunos vecinos. Continuaron los casos de turlequeños víctimas de los hechizos de María, como el de Francisco Merino, quien estuvo enfermo un año, debido -según la acusación- a que éste ocupó la habitación en la que vivía María y ella por consiguiente, tuvo que marchar a la villa de Herencia, lo que provocó que la supuesta hechicera enviara un conjuro al que le había arrebatado su lugar de morada. La cosa no terminó ahí, ya que el pobre Francisco estaba tan mal, que le administraron los Santos Sacramentos, tras lo cual su padre dijo que le sacaran del cuarto y rápidamente empezó a mejorar su salud. Inmediatamente la Culebra volvió de Herencia y ocupó de nuevo el cuarto, a lo que no se opuso el dueño de la vivienda quizá por miedo a represalias por parte de su okupa, ya que para colmo María no pagaba alquiler alguno.

Un ejemplo muy gráfico de las prácticas que realizaba María, sucedió una noche en la que fue pillada in fraganti por Eugenio Álbarez Ejido y por Juan Rodríguez de Arroba, los cuales presenciaron como María se encontraba dentro del osario de la iglesia parroquial de Turleque extrayendo huesos a los cadáveres y dientes a las calaveras de los enterrados. María tras mucha resistencia que hizo con gestos y espantos, les pidió por favor que guardaran el secreto, algo que ellos hicieron por temor a represalias posteriores, aunque finalmente confesaron aquel suceso. El temor del párroco de Turleque, fray José Francisco de Torres, se palpa en el testimonio que transmite al tribunal toledano, pues según él, las gentes del pueblo estaban temerosas y recelosas ante la actitud de María que no podía calmar las conciencias de sus feligreses ni dentro ni fuera del confesionario, como así afirma el sacerdote en una misiva fechada el 16 de junio de 1757.

No perdamos de vista la descripción de la detenida cuando se le está abriendo el proceso: muy pequeña de cuerpo, morena de cutis, cana de pelo y sumamente flaca y de edad entre 70 u 80 años, cifra superior a la media de edad por aquel entonces, pero que nos permite confirmar que muchas de las mujeres que no tenían otro medio de vida, aun siendo tan ancianas, seguían practicando la magia y las curaciones. Añadiendo más datos al asunto, parece ser que la Culebra llevó a Turleque a una muchacha «hija de la piedra», llamada María Concepción, la cual se casó allí con Juan Preciado, y aunque éste era honrado y temeroso de Dios, ella «era de muy malas costumbres» y dio mucho que hablar en Turleque, debido a algunos amancebamientos escandalosos y hace muchos meses que tiene trato muy familiar con Juan Hernández Contreras, algo que provocó mucho escándalo en la localidad.