Vida después de la vida: crónica de un trasplante

J.Moreno
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Una vecina de Alameda de la Sagra despide al receptor de dos órganos donados tras la muerte de su hermano. La familia trató a Manuel durante 37 años como uno más de la casa

Antonia, junto a su hijo Ricardo en la foto, recuerda la donación de órganos de su hermano en 1987 - Foto: David Pérez

Antonia sonríe nerviosa y tímida. Un muro invisible pero vigente estruja su garganta; con un gesto, cede el testimonio a su hijo Ricardo, un treinteañero que dimensionó hace un mes el caudal del vínculo entre su familia y Manolo. Autor de novelas autoeditadas, el joven reconstruyó en agosto el laberinto de sentimientos que nació el 13 de septiembre de 1987.

Un fatídico accidente de tráfico enterró a su tío José Ramón. Sólo tenía 21 años. Viajaba hacia su casa de Alameda de la Sagra cuando sobrevino la tragedia. Josefa 'Pepi' y Antonio, los padres, asintieron en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo; ya huérfanos de hijo, tuvieron la humanidad de donar los órganos. Y ahí se cruzó Manolillo, como lo llamaría después Josefa, un pacense que se consumía a la espera de un hígado y un riñón.

El caso de Manuel Anguas trepó a la actualidad informativa ese septiembre de 1987. El paciente protagonizó el primer trasplante simultáneo de hígado y riñón practicado en España. Y el décimo del mundo. Un proceso de diálisis de 16 horas, la duración de la operación, posibilitó esa compleja intervención en el Hospital Primero de Octubre de Madrid. Una cicatriz previa recordaba un primer y fallido trasplante renal. «Sus posibilidades de supervivencia a corto plazo son buenas», afirmaba entonces el jefe del servicio de cirugía digestiva, el doctor Enrique Moreno. Manolillo, casado y con dos hijos, vivió en plenitud otros 37 años.

Vida después de la vida: crónica de un trasplanteVida después de la vida: crónica de un trasplanteJosefa, enlutada, caminaba a diario hacia el cementerio de Alameda de la Sagra. Cubo, agua y jabón entre las manos para dejar siempre como una patena la tumba de su único hijo varón. Cada día hasta su fallecimiento en 2007. Durante 20 años. José Ramón había regresado de la mili y encontrado curro en una fábrica de ladrillos, la industria principal de La Sagra. Aquella madrugada negra regresaba de un encierro taurino. Probablemente, su madre repasaba incesantemente esas horas finales de una juventud infinita cuando la familia leyó el titular del histórico trasplante simultáneo de hígado y riñón.

«Tiene que ser él», se dijeron Antonio, Josefa y sus tres hijas, María del Pilar, Antonia y María. Con esa urgencia de la memoria de la sangre, la familia Otero se plantó a las puertas del Primero de Octubre (el actual Hospital Universitario 12 de Octubre). Hacía una semana de la desgracia que hilvanaba con el prodigio médico del doctor Moreno.

Eran otros tiempos y resultó fácil que conectaran las dos familias. Paula, la esposa de Manuel, bajaba emocionada a abrazar a los padres y las hermanas del donante. Un abrazo vigororísimo, inquebrantable pero trémulo. Tanto, como el que María del Pilar, Antonia y María, ya sin sus padres, dieron a Paula el pasado 19 de agosto. Hacía 48 horas que Manolillo había fallecido.

«Se ha muerto Manolo. Se acaba de morir mi hermano otra vez», acertó a decir Antonia a su hijo cuando la telefonearon con la noticia de la muerte y el entierro en la provincia de Badajoz. Ricardo iniciaba el proceso de dimensionar el vínculo incalculable con la mecha de la razón. «¿Puede una vida tener más vidas?», reflexionaba en una carta a La Tribuna de Toledo. Su madre asiente, callada.

«Manolo y nosotros éramos familia», explica Antonia. Las tres hermanas viajaron inmediatamente al funeral, 365 kilómetros de una tacada, para la despedida. «Estaré eternamente agradecida», devolvió Paula por esa donación que salvó a su marido.

Las dos familias han compartido durante estos 37 años invitaciones de boda y comuniones. También décimos de lotería del sorteo de Navidad. Breviario de un sentimiento más profundo, insondable. «Se debería saber quién es el receptor», propone Antonia porque está prohibida su identificación. Y apostilla: «Cada vez que veía a Manuel era una alegría enorme».

Su fallecimiento ha pasado inadvertido para la opinión pública, 37 años después del hito médico que ocupó titulares. Pero la muerte de Manuel ha removido el cordón umbilical que tejió el doctor Enrique Moreno durante esas 16 horas de compleja operación. Un milagro científico que alivió a una madre, a un padre que tomó el testigo durante 12 años de limpiar a diario la tumba de José Ramón, y a las tres hermanas que han sucedido a Antonio desde 2020 para que brille la memoria de ese joven recién regresado de la mili.

Ricardo aposenta en su cabeza tantos sentimientos mezclados, tanta vida encerrada en el corazón de su madre. Ahora, el treinteañero toma el testigo de identificar a la mujer que recibió el otro riñón de su tío. La familia Otero desconoce el nombre de la receptora y su evolución; la operación se practicó por esas fechas de septiembre de 1987. Es la pista que seguirá este escritor aficionado para redondear el viaje de esa generosa decisión en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo de transferir vida a unos desconocidos. «¿Puede una persona morir dos veces?», medita. Su madre asiente, callada.