Javier Ulises Illán dirigió el domingo por la tarde en San Juan de los Reyes al grupo Nereydas y el coro de la Comunidad de Madrid interpretando el Réquiem de Jommelli y Da Pacem Domine de Arvo Pärt, en homenaje a las víctimas del 11-M, de cuyo atentado se cumplen ahora veinte años. Dijo Ulises al inicio del concierto que la cultura nos hace mejores personas y mejores como sociedad. Sólo por escuchar esas palabras ya hubiese merecido la pena quebrar el tedio de las tardes de domingo y acudir a la cita. Antonio Illán, su padre y mecánico de las palabras, permanecía en la puerta del monasterio recibiendo a los visitantes cual monje franciscano, envuelto en bufanda y explicando algunos detalles del grupo y la obra. Su madre, Teresa Ortiz, en la bancada de la iglesia, disfrutaba como niña y brillo en los ojos de todo el arte que se fundía entre columnas y corcheas. Y fue entonces cuando obró el milagro y Ulises comenzó a volar con sus brazos entre fusas y semifusas sobre las bóvedas de San Juan. Y un coro de voces lo acompañaba. Y varios solistas lo sujetaban.
Escuchar una obra de hace más de dos siglos en un monasterio con quinientos años es un lujo sólo al alcance de ciudades como Toledo. La música nos guía con su luz a través del tiempo y consigue que hombres de un siglo y otro se fundan en la plenitud de los sentidos. La obra de Arvo Pärt, encargada por uno de los grandes especialistas de la música antigua, Jordi Savall, es de una elegancia y pureza magníficas. Lo hizo meses después de los atentados, cuando España vivía aún quebrada por la atrocidad de la matanza. Y es entonces cuando la música reconcilia al hombre, lo aparta de su corporeidad y eleva el alma hasta las más altas cúpulas. Eso es lo que ocurrió la tarde del domingo. Igual que con el Réquiem de Jommelli, una obra napolitana del XVIII desconocida para el gran público, pero que demuestra la sensibilidad mediterránea ante la muerte y la esperanza que abre la luz del talento y la creación. Hasta en la fosa de Tánatos, puede apreciarse cierta claridad si es con música.
Ulises Illán se ha convertido en referencia clave de la música antigua y culta de nuestro país. Cultivado en Europa y lleno de referencias mozartianas y de Juan Sebastián Bach, ha desplegado su vuelo como director de orquesta igual que esos albatros que batían sus alas en las flores del mal que compuso Baudellaire. Siempre hay algo inquietante en la belleza, un aroma que la traspasa y conmueve, una herida que hiende la mirada cuerda. Ulises es un gran director de su tiempo y ha hecho el viaje de vuelta a su Toledo natal, donde lo esperaban profesores y amigos. Lejos de taponar los oídos con láminas de cera para no escuchar las sirenas, despliega todo su talento a través de la música y el canto que lo lleva, mece y acuna. El Benedictus del Réquiem a cargo de la soprano Alexandra Tarniceru, sobrecogedor. Es como si San Juan entero, las cúpulas, los chapiteles y retablos, se sostuvieran mínimamente en un hilo de voz limpio, pulcro y sereno. La belleza traspasa los siglos e ilumina las almas. Esa es la gran victoria de Odiseo, veinticinco siglos después. Que un homónimo suyo alcance Ítaca sobrevolando partituras y pentagramas. Ulises avanza a lomos de la serenidad, el ensayo y la inteligencia.