Tarascón, el pueblo del Quijote francés

L.G.E.
-

Daudet se inspiró en la obra cervantina para su novela más inmortal, 'Tartarín de Tarascón', sembrando el texto de referencias al Quijote, a Sancho y al cautiverio del escritor en Argel

Los monumentos más emblemáticos de Tarascón es el castillo del ‘buen rey René’ y la iglesia de Santa Marta, la patrona de la ciudad por haber vencido al monstruo de la Tarasca. - Foto: L.G.E.

Tarascón no lo tiene fácil para llamar la atención del viajero. Esta localidad del sur de Francia está entre la ciudad de los Papas de Aviñón, los pueblos bucólicos de la Provenza y las romanas Nimes y Arlés. Aunque tiene un castillo asomado al Ródano, ni siquiera gana la partida a la otra orilla del río, donde Beaucaire presume de su canal con barcas y de las ruinas de su fortaleza encaramada a una montaña. 

¿Qué le queda a Tarascón? Pues le queda la literatura, literalmente. Y es que es ese 'lugar del que no quiero acordarme' de Francia, con la excepción de que el escritor galo Alphonse Daudet no hizo como Cervantes y dejó el nombre de Tarascón por escrito, incluso en el título de su novela. 

Daudet publicó en 1872 su novela 'Tartarín de Tarascón', con un personaje y una trama inspirada en el Quijote. En el caso de Tartarín, tiene fascinación por las aventuras y los lugares exóticos. Se nota desde el principio de la novela cuando se describe el jardín de su casa, donde no se veía «ni un árbol del país, ni una flor de Francia; todas eran plantas exóticas: árboles de la goma, taparos, algodoneros, cocoteros, mangos, plátanos, palmeras, un baobab, pitas, cactos, chumberas..., como para creerse transportado al corazón de África central». Pero a pesar de esta fascinación, Tartarín no había salido de Tarascón... hasta que empieza a desarrollarse esta novela. 

El propio Daudet es el que hace varias referencias al Quijote a lo largo de los capítulos. Cuenta sobre Tartarín que era «inútil que se atiborrara de lecturas novelescas, procurando, como el inmortal Don Quijote, librarse, por la fuerza de su ensueño, de las garras de la implacable realidad... ¡Ay!, cuanto hacía para aplacar su sed de aventuras sólo servía para aumentarla».

Alma de Quijote, cuerpo de Sancho. Sin embargo el escritor francés le da una vuelta de tuerca al tipo literario del Quijote, pues le añade a Tartarín también características de Sancho Panza. Y es que, por un lado, tenía el «alma» del Quijote. Es decir, «iguales arranques caballerescos, el mismo ideal heroico, idéntica locura por lo novelesco y grandioso». Sin embargo, no tenía  el cuerpo del Quijote, sino que «era todo un señor cuerpo; gordo, pesado, sensual, muelle, quejumbrón, lleno de apetitos burgueses y de exigencias domésticas; el cuerpo ventrudo y corto de piernas del inmortal Sancho Panza».

Esta dicotomía entre Quijote y Sancho la vive el personaje en su interior. Si su parte Quijote le anima a cubrirse de gloria, su parte Sancho le invita a cubrirse de franela, tal y como señala Daudet en uno de los pasajes más cómicos de la novela. «Tartarín Quijote (cada vez más exaltado): ¡Oh rifles de dos cañones! ¡Oh dagas, lazos, mocasines! Tartarín Sancho (cada vez más tranquilo): ¡Oh chalecos de punto, medias de lana, soberbias gorras con orejeras!»

Esa lucha se mantiene cuando Tartarín duda sobre si lanzarse por primera vez a la aventura y salir de Tarascón para cruzar el Mediterráneo en busca de los leones del Atlas: «En vano juraba Tartarín Quijote que no haría imprudencias, que se abrigaría bien, que llevaría todo lo necesario. Tartarín Sancho se negaba a escucharle. El pobre hombre ya se veía hecho trizas por los leones y enterrado en las arenas del desierto como el difunto Cambises». 

Al final ganó el Quijote y Tartarín se embarcó para Argel. El destino le ofreció a Daudet otra excusa para hacer un guiño a Cervantes: «Tartarín ponía el pie en aquel muelle berberisco en que, trescientos años antes, un galeote español llamado Miguel de Cervantes, bajo el látigo de la chusma argelina, preparaba cierta sublime novela que había de llamarse el Quijote». 

Sus peripecias por el continente africano recuerdan también a las aventuras con desenlaces cómicos del Quijote. Y aquí viene algún que otro spoiler. Uno de los leones a los que Tastarín dispara para cazar no es más que un borriquillo. Y al final, cuando por fin consigue capturar a un león de verdad, resulta que es uno domesticado y ciego que tenían en un santuario. 

Precisamente a Alonso Quijano le sucede algo parecido. En la famosa aventura de los leones, el Quijote se encuentra con un carro en el que llevaban estos animales al rey de España como regalo del general de Orán. El caballero andante obliga a que abran la jaula para enfrentarse a los felinos, pero cuando lo hacen uno de los leones se despereza, bosteza y, como era «más comedido que arrogante», lo que hace es que «después de haber mirado a una y otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes a don Quijote, y con gran flema y remanso se volvió a echar en la jaula».

Daudet conocía Tarascón, pues él era natural de Nimes y además destacó por hacer 'patria' de su Provenza recopilando historias y relatos de la zona en obras como 'Cartas desde mi molino'. En su novela, pinta Tarascón como un lugar peculiar, sobre todo por la pasión por la caza de sus vecinos, lo que hacía que «en cinco leguas a la redonda de Tarascón las madrigueras están vacías y los nidos abandonados» y al final los tarasconeses lo que organizaban eran partidas de cazas de gorras.