«Yepes es el pueblo que mejor trató a la madre de un árbitro»

Javier del Castillo
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Nacido en Ciudad Real y criado en Toledo, es árbitro federado desde los 14 años. Hoy está en la élite del arbitraje español y se protege del ruido leyendo libros de psicología.

Arberola Rojas confiesa que le gusta leer libros de psicología y sentirse libre en un lugar donde no le conozcan - Foto: Juan Lázaro

 Nacido en Ciudad Real y criado en Toledo, es árbitro federado desde los 14 años. Hoy está en la élite del arbitraje español y se protege del ruido leyendo libros de psicología.

Nos vemos en una terraza de un lugar indeterminado de Madrid, cerca de su domicilio, a la vuelta de una concentración de árbitros internacionales que ha tenido lugar en Suiza. Javier Alberola Rojas, más conocido –como todos los árbitros– por sus dos apellidos, mide sus palabras. Su profesión le obliga a tomar precauciones, pero no le impide, en ningún caso, hablar de su trayectoria y de todo lo que le rodea esbozando una sonrisa. 

No quiere que la fama altere su vida. Aquel chaval de familia humilde, que jugaba al fútbol en el Polígono de Toledo, tiene ahora 32 años, lleva siete temporadas arbitrando en Primera División, entrena más de dos horas al día y tiene su propio preparador físico. Además de un nutricionista que vigila su alimentación para eliminar de su cuerpo cualquier asomo de grasa.

Javier Alberola Rojas está tan centrado en su trabajo, en el próximo partido, que apenas tiene tiempo de seguir la actualidad deportiva, especialmente futbolística, en Castilla-La Mancha. «Ya no vivo en Toledo, pero siempre le desearé lo mejor al fútbol castellanomanchego». También le gustaría ver de nuevo en Primera División a algún equipo de la Comunidad, «pero el Albacete este año está regular». «Que haya equipos y jugadores de nuestra tierra en las grandes competiciones deportivas es algo que nos gusta a todos», afirma el árbitro que consiguió en 2021 el Trofeo Guruceta, que concede el diario MARCA al colegiado mejor puntuado a lo largo de la temporada.

La historia de Alberola Rojas es la historia de una ilusión hecha realidad, a base de dedicación y sacrificio. Sin descuidar cualquier detalle o circunstancia que pudiera generar suspicacias. Es tan meticuloso que jamás se hubiera dejado entrevistar por su padre – periodista –, algo que tampoco su progenitor ha intentado. «Él lleva su camino – dice Javier – y yo el mío, evitando en todo momento mezclar nuestras profesiones». 

Javier Alberola, recibiendo la estatuilla y el pañuelo de la Hermandad del Pandorgo (Ciudad Real), en 2022. Javier Alberola, recibiendo la estatuilla y el pañuelo de la Hermandad del Pandorgo (Ciudad Real), en 2022. - Foto: Foto cedida por el entrevistado.«Los árbitros somos deportistas de élite. Entreno todos los días dos horas y media en el Centro de Alto Rendimiento de la Blume»

Eso no quita para que el padre siempre esté ahí detrás, apoyándolo y animándolo, como lo hacía en sus comienzos. «Llevo ya muchos años trabajando con un psicólogo deportivo, un ayudante más, como puede serlo el entrenador o los asistentes en el terreno de juego». En su opinión, es un complemento necesario, además de una preparación física exigente. «Los árbitros somos deportistas de élite. Yo entreno todos los días dos horas y media en el Centro de Alto Rendimiento de la Blume, donde me encuentro con atletas como Adel Mechaal (mediofondista de la selección española), Chema Martínez o la jugadora de bádminton Carolina Marín». 

Salvo los días que tiene que pitar un partido, su rutina diaria la resume así: «me levanto a las nueve de la mañana, desayuno un café, una tostada, un aguacate con algo de proteínas y zumo. A las diez y diez salgo de casa y a las diez y media llegó a la Blume, donde entreno hasta las doce y media o una menos cuarto». Además, un nutricionista – toledano, para más señas – le mide la grasa y los pesos cada veinticinco días. Todo muy profesional.

«Los protagonistas son los jugadores. Nadie paga una entrada para ver al árbitro», sostiene Alberola Rojas«Los protagonistas son los jugadores. Nadie paga una entrada para ver al árbitro», sostiene Alberola Rojas - Foto: Juan LázaroNada que ver con sus comienzos, a los 14 años, en campos de tierra, sin cobrar un euro y con algún energúmeno dispuesto a amargarle la tarde. ¿Cómo empezó todo? Alberola Rojas lo recuerda con todo lujo de detalles. «Fui con mi hermano Antonio, que jugaba un partido amistoso en Yuncos (Toledo), y no se presentó el árbitro. Yo estaba en la grada y el entrenador del equipo local, Jesús Pavón, se acercó ofreciendo el silbato. Yo levanté la mano, pero no me hizo caso. Siguió preguntando y, como nadie aceptó la invitación, volvió y me dijo: 'chaval, baja y pita tú'. Me gustó mucho lo que sentí en ese partido, aunque les devolví el silbato antes de acabar, cuando empezaron a protestarme los dos equipos. Encima de que les estaba haciendo un favor… Me pareció una falta de respeto. Les dije: '¡aquí os quedáis!' y me marché».

A la siguiente semana se repitió una historia similar, con otro partido amistoso. Necesitaban un árbitro y el entrenador del equipo de su hermano le ofreció una nueva oportunidad. «Recuerdo que me fui a una librería a comprar cartulina roja y amarilla. Recorté dos tarjetas, las plastifiqué con celo, y me fui tan contento a arbitrar el encuentro. Así me fui curtiendo. Se fue corriendo la voz de que arbitraba y recuerdo que el entrenador del Orgaceño (Orgaz) me preguntó después de un partido si estaba ya federado. Le dije que no y me contestó: 'pues lo haces mucho mejor que muchos federados'. Total, que acabé haciendo el curso de árbitro con un amigo de clase».  

«Me gusta leer libros de psicología y sentirme libre en un lugar donde nadie me reconozca»

 El colegiado castellanomanchego puede presumir –y con razón– de no haber sufrido agresiones físicas, aunque ha vivido momentos difíciles. También alguna anécdota divertida y agradable. «Hasta los 18 años, mi padre me llevaba en coche a los pueblos.  Un día de partido le tocó trabajar y tuvo que llevarme mi madre a Yepes, un pueblo donde tengo buenos amigos, aunque el campo tenía fama de ser bastante jodido. Llegamos los dos cagados y yo le dije a mi madre: paso yo primero y luego pasas tú, para que no nos vean juntos. Pero la vieron conmigo en el coche y la invitaron a sentarse en el palco. Mi madre alucinaba. Le preguntaban si quería tomar algo. Ha sido el pueblo que mejor ha tratado a la madre de un árbitro. Como a una reina. Es una anécdota que siempre vamos a recordar». 

Otra anécdota que se quedó solo en un susto fue la protagonizada por el padre de un jugador que le esperaba amenazante, y con algunas copas de más, al acabar el partido. «El hombre no sabía que su hijo, al que le había sacado una tarjeta, y yo teníamos amigos comunes. Fue el hijo el que le dijo, después de haber perdido el encuentro: ¡qué haces, papá, déjalo en paz que es mi amigo! La amistad pudo a lo deportivo. A los dos días, el padre me escribió un mensaje pidiéndome disculpas. El hijo le había dicho: 'por favor, pídele disculpas a mi amigo'».

¿A qué dedicas el tiempo libre? «Me gusta mucho leer libros relacionados con la psicología y soy un firme defensor de los espacios en los que pueda sentirme más libre. Me gusta irme a un determinado país, a una determinada montaña. Sentirme libre en un lugar donde nadie me reconozca. Soy capaz de aguantarme a mí mismo, que no es fácil, y todos los veranos me voy fuera. El verano pasado estuve en Croacia y este verano me iré a EEUU».

Aunque no le convence la definición del arbitraje como «profesión de riesgo», es partidario de aislarse y abstraerse. Para ello, utiliza como herramienta lo que en psicología se denomina «control estimulante». «Tienes que controlar los estímulos que entran en tu cabeza para que no te afecten. Cuando ascendí a Segunda División, con 24 años, después de un partido complicado en Oviedo, dije: 'esto sólo es ruido y el ruido se evapora'. La gente volverá mañana a su trabajo y nadie va a estar pensando en el árbitro. Creas una filosofía de la abstracción y piensas que nada es importante; que el fútbol sólo es fútbol y que el mundo va a seguir girando. Es importantísimo trabajar la filosofía y la psicología porque ahora todo está muy mediatizado: hay muchas redes sociales y cualquiera puede opinar sin identificarse».   

«Los protagonistas son los jugadores. Nadie paga una entrada para ver al árbitro»

Alberola Rojas ha estudiado el ego y la autoestima, para ponerse luego en el lugar del otro. «Cuando alguien del público te llama h.p. siento compasión por quien pronuncia el insulto. Porque una persona que está fuerte y goza de la suficiente autoestima no se mete en tu vida para nada. No necesita juzgar a nadie para subirse el ego. El que insulta tiene problemas y quiere ganar autoestima a costa de ti». 

Dentro del terreno de juego, el árbitro manchego es partidario del diálogo y de olvidarse de protagonismos innecesarios. «Los protagonistas son los jugadores. Nadie paga una entrada para ver al árbitro. Es mi filosofía arbitral. La clave está en no sentirte importante. El árbitro es un acompañante del juego, que tiene el poder legal de juzgar cuando los jugadores no se ponen de acuerdo entre ellos. Yo no hablo de arbitrar, sino de acompañar. El árbitro está ahí para que haya deportividad y juego limpio. Para intervenir y decir: 'chicos, el reglamento dice lo siguiente y hay que cumplir las reglas del juego'». 

Durante buena parte de la entrevista habla del control estimulante y de cómo aislarse del ruido ensordecedor que precede y calienta los partidos importantes. «No tengo Twitter y procuro no escuchar la radio. Controlo lo que quiero que entre en mi cabeza y hago mi rutina diaria, sin darle protagonismo al encuentro. Y, cuando alguien me habla del partido, no le contesto. Como tampoco me metería en Instagram para ver fotos de mi chica con su nuevo novio. El control de estímulos es lo más importante».

Recuerda el colegiado que en los grandes estadios se escucha la música de la grada, pero no la letra, cosa que no ocurría cuando arbitraba en categorías inferiores. «Es difícil discernir el insulto que te están propinando. Porque en España, cuando uno grita, gritan todos. Se vienen arriba». 

En una carrera salpicada de éxitos profesionales, hace año y medio tuvo que afrontar un momento muy duro, en el que llegó a temer por su vida. «Estaba entrenando y noté una sensación rara en el cerebro, como si me faltara el oxígeno. También vi que se me había hinchado el brazo derecho. Llamé a un amigo, me llevó al hospital, y me ingresaron con la ropa del entrenamiento. Estuve mes y medio ingresado y pasé por la UCI. Fueron momentos muy difíciles, que te sirven para valorar un poco más la vida. Los médicos me decían que no sabían si podría volver a arbitrar».

«Los dos apellidos es porque hubo un árbitro que se llamaba Franco Martínez, y no quedaba bien decir: hoy arbitra Franco»

Aquello pasó. Fue un punto de inflexión en su trayectoria, pero nunca se le ha pasado por la cabeza tirar la toalla. El arbitraje es su pasión y, como él dice, ni ha matado ni piensa matar a nadie.  «Siempre habrá opiniones, pero me gusta viajar, hacer deporte, el fútbol, estar con los jugadores, compartir con ellos dentro del campo sus emociones, lo que piensan, lo que me dicen… Intento adaptarme a ellos y, en los momentos de tensión, cada vez que me piden una explicación, procuro dársela. Cuánto menos importancia me dé la gente, mejor. Si has pasado inadvertido en el partido y no has influido en el desarrollo del juego, todo el mundo estará más contento».

La experiencia le ha enseñado a ocultar sus simpatías dentro del fútbol. Ni siquiera consigo que me diga de qué equipo era de pequeño. «Si te digo del Toledo, me van a odiar los del Talavera», comenta divertido. Para compensar, enumera los tres árbitros a los que quería parecerse de pequeño: Velasco Carballo, Medina Cantalejo y el italiano Pierluigi Colina. «Los tres -afirma – son de un estilo parecido al mío». 

Entre sus paisanos, agradece lo mucho que le ayudaron Álvarez Pinardo, Jiménez Moreno y Luis de Matos. «Iba de linier con ellos y los tres me dieron buenos consejos. Díaz de Mera es otro buen árbitro de Primera y muy buena gente. Como Arcediano Monescillo, que lleva ya muchos años en Segunda, pero que podría estar arbitrando en la máxima categoría del fútbol español, perfectamente». 

Una última curiosidad, ¿por qué los árbitros sólo tenéis apellidos? «Lo hicieron, creo, porque hubo un árbitro que se llamaba Franco Martínez, y no quedaba bien decir: hoy arbitra Franco».

«En la Senda del Tajo he disfrutado de muchos momentos de libertad y entrenamiento»

Su padre nació en Ciudad Real capital y su madre en el pueblo cercano de Miguelturra. Javier, el pequeño de dos hermanos, vivió intensamente el deporte desde niño, al igual que su hermano Antonio. Un día, a la salida del colegio, Javier se apuntó a unos cursos de árbitro y años después le dijeron que tenía que elegir entre jugar o arbitrar, quedándose con esto último. Estos fueron los comienzos de uno de los árbitros españoles más importantes y con mayor proyección internacional.  

«Yo he jugado al fútbol desde muy pequeño. Recuerdo ir con mi padre y con mi tío a ver los partidos del Toledo fuera de casa desde que tenía cuatro o cinco años. Vivíamos en el Polígono, un barrio de trabajadores. Estudié en un colegio público de allí, después en el Instituto, y jugué en los equipos del barrio hasta que me fui a estudiar fuera de Toledo» 

En esa barriada tan querida de las afueras de la ciudad conserva amigos y muchos recuerdos. Por ejemplo, sus escapadas a la zona comercial del Zoco Europa en autobús y a las discotecas del centro de la ciudad. «Si tuviera que elegir un sitio, me quedaría con la Senda del Tajo (Senda Ecológica de Toledo), donde he disfrutado de muchos momentos de libertad y entrenamiento. Correr por la ribera del Tajo y sentarme luego al lado del río, conectando con la naturaleza y pensando, era una maravilla. Es un sitio tranquilo, para disfrutar del río y contemplar Toledo».

Pero la vista más espectacular de la ciudad de las tres culturas la sitúa Javier en El Mirador del Valle. «Creo que es la mejor vista de Toledo, pero tampoco me olvido de Miguelturra y Ciudad Real, donde tengo a mi hermano, a mis tíos y a mis primos. Es diferente a Toledo, pero un café en su Plaza Mayor también es algo espectacular». 

Son los dos escenarios de su infancia y a ellos vuelve con la frecuencia que le permite su exigente y exclusiva dedicación al arbitraje. A donde ya no vuelve, desde hace años, es a las playas de Benidorm en vacaciones. Prefiere viajar fuera de España porque se siente más libre. Menos observado. «Las familias humildes – recuerda– íbamos siempre a Benidorm, y mis padres todavía siguen yendo allí todos los veranos».

Le gustan, eso sí, las casas colgadas de Cuenca, las Tablas de Daimiel, las Playas del Vicario, la Plaza de Almagro – donde montó con un socio una academia de inglés para niños – y, cómo no, la catedral de Toledo. «En Castilla-La Mancha – dice – se vive muy bien. Creo que hay un gran potencial. A mí me ha dado mucho como persona y como deportista y sólo puedo decir cosas buenas de mi tierra».

Aquel niño despierto y cargado de sueños, que caminaba con el fútbol de la mano, siempre tuvo claro que de mayor trabajaría en algo relacionado con el deporte. Dudaba, según confiesa ahora - mientras remueve la sacarina del café con la cucharilla -, entre ser profesor de Educación Física, entrenador de fútbol, periodista deportivo o árbitro federado. 

Se decanto por esto último y estudió después Psicología. Sabía que le serviría de gran ayuda cada vez que cogiera el silbato.