Dentro de todas las limitaciones que se imponen en el caso, debo declarar que prefiero a Illa como president de la Generalitat que a cualquiera de sus predecesores, Tarradellas excluido. Y me declaro, en lo que cabe, 'vigilantemente satisfecho' con lo ocurrido en la agitada investidura del ex ministro de Sanidad al menos por cuatro razones. A saber:
Primero, porque la victoria de Illa supone una quiebra para el independentismo. Para nada comulgo con quienes piensan que el nuevo president de la Generalitat es una especie de pseudo independentista que estará siempre sujeto a las garras de Esquerra Republicana de Catalunya. No lo creo, entre otras cosas porque a ERC no le quedan ya garras, casi ni siquiera uñas.
Segundo, porque el pacto nefando entre PSC y ERC para investir a Illa nunca podría llevarse a la práctica, porque rezuma inconstitucionalidad e inequidad por todas partes. Y esto lo saben tanto en el PSOE y en el PSC y en el Gobierno central, como en ERC y en el Govern decaído. ¿Por qué, pues, suscribieron ambos este pacto? Quiero creer que para 'normalizar' el clima en Cataluña, comenzando por facilitar el suicidio político que Carles Puigdemont ejecutó con brillantez en su espectáculo de magia escapista este jueves. Ya sé que la liquidación del fugado de Waterloo no es condición suficiente para normalización alguna, pero sí es condición necesaria.
Tercero, precisamente por esto: porque Puigdemont ha pasado a la condición de payaso de circo. Y los payasos pueden hacer reír o llorar, pero nunca vuelven a la política.
Cuarto, porque creo tener pruebas razonables de que la charlotada de Puigdemont para nada fue, contra lo que aún dicen algunos comentaristas especialmente 'suspicaces', fruto de un pacto secreto entre el inquilino de La Moncloa y el fuguista ex president de la Generalitat. Ni los más cafeteros en Junts entienden la razón por la que Puigdemont escenificó su saga-fuga, permitiendo la investidura de Illa -que ya estaba, por lo demás, garantizada- y cubriéndose de ridículo. ¿Se trataba tan solo de poner también en ridículo a los Mossos, al Govern, al Gobierno, a los jueces, a los periodistas que no se enteraron de la 'escapada'? Bien, hay que admitir que lo logró: pero eso ya se sabe que dura lo que dura y después, olvido.
Igual que, por la parte del Gobierno central, Pedro Sánchez ha visto cómo el prestigio de su Ministerio del Interior y de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, así como el del Centro Nacional de Inteligencia, sufría un severo varapalo gracias a la burla de Houdini. Ni creo ni quiero creer que el presidente del Gobierno de la cuarta potencia económica de Europa, el Reino de España, se embarcase para nada en un delito de la magnitud de cooperar con un reclamado por la justicia para que ejecutase un acto que, como intentar impedir una investidura, pudiera equipararse a una tentativa de golpe de Estado. Hay quienes se empeñan en atribuir al inquilino de La Moncloa, desprovisto, cierto es, de toda credibilidad, una capacidad de conspiración-por-la-conspiración que realmente no tiene, y menos mal.
Sé perfectamente que no es Pedro Sánchez un celoso vigilante de la plena legalidad -e incluso constitucionalidad- de sus acciones, pero ¿para qué meterse en el lío de complotar con Puigdemont su ridícula entrada/salida que tanto ha desprestigiado a tantas instituciones? ¿Para garantizarse el voto de los famosos siete escaños de Junts en el Congreso, que le dan la mayoría suficiente para seguir gobernando? Eso hace tiempo que lo tiene perdido, y Puigdemont, que ni siquiera ha conseguido la amnistía que le fue prometida, se ha convertido ahora en el peor enemigo de Sánchez: sospecho que hará lo que esté en su mano para tumbarlo en la lona.
Sé perfectamente que quedan muchos flecos, que la labor de Illa va a ser muy complicada, comenzando por la de despegarse del incómodo aliento en la nuca que le llegue de La Moncloa. Creo que el nuevo president de la Generalitat, que obviamente tiene sus luces y sus sombras, ha meditado mucho sobre aquella máxima de Ortega y Gasset, según el cual, al ser imposible una solución definitiva para el 'problema catalán, hay que procurar una 'conllevanza' lo más cordial y duradera posible. Yo, al menos, con todos los recelos y alarmas que la 'hazaña' de Houdini me suscita, quiero, al menos aferrarme a esta esperanza, sabiendo, como sé, que Cataluña es sin duda la Comunidad clave para la estabilidad del resto de España. No podemos volver a equivocarnos, ahora ya sí que no