«Hoy en día, Irán solo necesitaría una semana para producir suficiente uranio para su primera arma nuclear», escribió el pasado mes de enero el experto estadounidense David Albright, director del Instituto de Ciencia y Seguridad Internacional (ISIS) en Washington. Sus palabras ahora retoman cierta relevancia tras el último ataque del país del Golfo Pérsico a Israel. La posibilidad de que el conflicto en Oriente Próximo adquiera una mayor dimensión atemoriza a la comunidad internacional, consciente del crecimiento del programa nuclear de Irán en los últimos años.
La nación no dispone, por ahora, de este tipo de munición. Pero según el más reciente informe técnico del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), esta nación produce uranio altamente enriquecido, hasta el 60 por ciento, un material que apenas tiene usos civiles pero sí militares.
Las cantidades son significativas, con unos 121,5 kilos de uranio enriquecido al 60 por ciento al 10 de febrero pasado y otros 712,2 kilos con una pureza del 20, y a un ritmo de producción entre ambos materiales de unos 30 kilos por mes, según el recuento técnico de la agencia nuclear de la ONU.
El acuerdo de 2015 limitaba la cantidad de este elemento químico almacenado en Irán a un máximo de unos 300 kilos y con una pureza no mayor del 3,67 por ciento, lo que demuestra los avances de la nación desde que en 2018 el entonces presidente de Estados Unidos, el republicano Donald Trump (2017-2021) decidió abandonar el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), un gran acuerdo nuclear rubricado en 2015 entre seis grandes potencias.
Si bien el pacto, firmado en su día por Irán junto con EEUU, Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania, ya no se cumple en gran parte, el OIEA mantiene sus inspecciones y verificaciones del programa nuclear iraní.
Para producir una bomba nuclear se necesita uranio enriquecido por encima del 90 por ciento, algo que los técnicos de este país parecen ya dominar al haberlo perfeccionado hasta el 60.
«La triste realidad es que Irán ya sabe cómo construir armas nucleares», precisó el propio Albright tiempo atrás, en alusión a un clandestino plan nuclear militar descartado por Teherán en 2003.
Irán asegura necesitar el uranio que produce para aplicaciones médicas y para un reactor científico en la capital, ya que para su única central de generación de energía atómica, en Busher, al sur del país, ha firmado con Rusia un acuerdo a largo plazo para recibir combustible nuclear.
El programa de la nación del Golfo Pérsico está repartido por numerosos centros situados en diferentes partes del territorio, todos muy vigilados y algunos incluso bajo tierra por razones de seguridad, como la fábrica de Fordó, cerca de la localidad de Qom, situada en el centro del país.
Mientras, la principal planta de enriquecimiento está en Natanz, donde hay miles de centrifugadoras, de distintos modelos y velocidades, utilizados para purificar el uranio. Allí se produjeron en el pasado algunos incidentes de sabotaje, atribuidos por Irán a Israel y sus aliados occidentales, como un gran ataque cibernético que en 2010 causó la destrucción de cientos de centrifugadoras.
Irán, que en 1970 firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), dispone además de un reactor de agua pesada, en la localidad de Arak, al suroeste de Teherán, donde se podría producir plutonio, otro material con el que se puede fabricar armamento nuclear.
Sin embargo, desde la firma del PAIC la nación no ha proseguido con sus planes originales para ampliar esta instalación, lo que el OIEA viene verificando y confirmando cada tres meses.
Otro destacado enclave es la planta de reconversión de uranio, situada en la histórica ciudad de Isfahán, al sur de Teherán. En ese lugar, que está protegido con baterías antiaéreas, este elemento se convierte en gas para su posterior enriquecimiento en la planta de Natanz. La ciudad acoge además un centro de investigación atómico -con diferentes reactores de pequeño tamaño- construido en la década de 1970 con asistencia de Francia.