«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar»

Javier del Castillo
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Nació en Ciudad Real capital hace 71 años y fue presidente de Castilla-La Mancha durante siete. Catedrático de Historia, cumple el undécimo mandamiento que le enseño su padre: «no incordiar»

«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar» - Foto: Juan Lázaro

El diálogo y la tolerancia son valores que acompañan y definen la personalidad de quien fuera presidente de Castilla-La Mancha entre 2004 y 2011. Señas de identidad de este catedrático de Historia que tuvo el honor de impartir clases en la Universidad que él mismo impulsó siendo consejero de Educación y Cultura. 

José María Barreda observa desde el burladero el devenir de la política nacional, disfruta de sus tres nietos, junto a su inseparable Clementina Díez, y dedica buena parte de su tiempo a la lectura y a poner 'negro sobre blanco' lo que piensa. Su último libro, «Un militante de base en (la) Transición», se presentó el jueves pasado en este mismo Ateneo.

Sus primeras inquietudes sociales y políticas, como cuenta en sus memorias, publicadas por su buen amigo Alfonso G. Calero en Almud Ediciones, surgieron en el colegio de Los Marianistas de Ciudad Real, donde estudió el Bachillerato, antes de trasladarse a Madrid para matricularse en la facultad de Filosofía y Letras. Ya en la capital de España se afilió al PCE (Partido Comunista de España), que años después abandonaría para ser candidato del PSOE en las elecciones municipales de su ciudad natal.

«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar»«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar» - Foto: Juan Lázaro«Me presenté a delegado de curso en la Facultad y salí. Fue una gran escuela de negociación y de diálogo con el Decanato y el Rectorado. En el PCE – influidos por la experiencia de Comisiones Obreras en las empresas – se aprovechaban todos los resquicios y oportunidades que ofreciera la propia legalidad para introducirnos en la Universidad y ensanchar lo que llamábamos 'islas de libertad'».

Antes de ese compromiso político, con un grupo de amigos y su hermano mayor, Ramón, al frente - «una persona muy activa, brillante y creativa, que falleció hace dos años y al que echo todos los días de menos» -, intentaron emular a 'La Barraca' de Federico García Lorca con una gira teatral por Ciudad Real, Toledo, Ávila y Segovia. «Íbamos en tres galeras tiradas por mulas. Andábamos por los caminos y dormíamos al raso contemplando las estrellas. Después de cada función pasábamos el sombrero, pero lo poco que recaudábamos iba destinado a la compra de cebada para las mulas. Así que, después de pasar por Segovia, nos quedamos sin un duro y decidimos volver a casa».

«Sobre la generación de la Transición pesó como una losa la historia de la Guerra Civil y la dictadura»

«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar»«El incendio de Guadalajara fue brutal y se intentó politizar» - Foto: Juan LázaroUnos recuerdos le llevan a otros, pero el hilo conductor pasa inevitablemente por la actividad política que empezó a seducirle en los primeros años de la Transición. José María Barreda explica a través de ella sus primeras inquietudes juveniles y su evolución. «Hay un fenómeno interesante en aquella época. El PCE termina abandonando el leninismo y reconociendo que la dictadura del proletariado no tiene ningún sentido. Que la única posibilidad de alcanzar el socialismo es a través de la democracia. A su vez, el PSOE abandonó el marxismo, intentando conciliar dos conceptos inseparables: la libertad y la igualdad».

Antes de hablar del presente y de la situación de nuestra tierra, le pregunto ¿por qué la Transición está siendo tan criticada y denostada por la generación que más se ha beneficiado de ella? «Cada generación – afirma - hace una lectura de la historia. Ahora hay unos nietos que están pensando en la generación de los abuelos. Y está muy bien que reclamen su dignidad y que no haya muertos en las cunetas. Pero también creo que es razonable rendir homenaje y reconocimiento a la generación de los padres. Los primeros dirimieron sus diferencias a cañonazos y los segundos fueron capaces de hacer posible la reconciliación nacional y una Constitución que puede ser de todos porque no es la de un partido en concreto».

En su defensa, sin paliativos, de la Transición la argumenta con una definición que tiene grabada en la memoria y que le parece preciosa: «la política consiste en sustraer al odio su carácter eterno». A su juicio, no puede fomentarse el odio y el enfrentamiento al mismo tiempo que se pretenden encontrar espacios de entendimiento o de acuerdo. «En contra de lo que algunos han escrito sobre los políticos de la Transición – apunta el expresidente castellanomanchego –, pesó como una losa la historia de la Guerra Civil y la dictadura. No querían que se repitiera aquello y por eso creo que hicieron un ejercicio de generosidad que fue un éxito».

José María Barreda, al contrario que su antecesor en la Presidencia castellanomanchega, José Bono, tiene bastante controlado el ego. Evita ponerse medallas, pero subraya su carácter conciliador. «Durante mis gobiernos, muchos de los acuerdos en Castilla-La Mancha se aprobaron por unanimidad. En los diarios de sesiones del Congreso de los Diputados posteriores a la victoria del Frente Popular en 1936, antes del 18 de Julio, se ve cómo tiraban del líder de la CEDA, José María Gil-Robles, los de la extrema derecha para radicalizarlo. Manuel Azaña hace otro discurso, relativamente moderado, y también se observa cómo tiran de él los comunistas, los socialistas y ERC. El posible acuerdo por el centro lo hicieron inviable los extremos. No estamos en los años 30, y no vamos a acabar como acabó aquello, pero puede establecerse cierta analogía política. Si no queremos que el centro se quede vacío, hay que cambiar esta dinámica».

«En Castilla-La Mancha estaba todo por hacer. Con cinco provincias muy distintas entre sí, tuvimos que hacer una región»

En los años 80, cuando comienza a tener responsabilidades políticas, la Comunidad de Castilla-La Mancha era una realidad política nueva. Los planos de un edificio que había que construir. Al menos así lo recuerda José María Barreda. «Estaba todo por hacer. Cinco provincias, muy distintas entre sí. Su propia denominación de Castilla-La Mancha, con el guion en medio, pone en evidencia que son territorios distintos. Incluso, distantes. Las comunicaciones eran mucho peores que las de ahora, pero teníamos que hacer una región. Uno de los aciertos – asegura el político manchego – fue no perder el tiempo buscando justificación en la historia, sino demostrar que la autonomía política servía para que los ciudadanos tuvieran mejores servicios».

¿Hasta qué punto lo consiguieron? «No estaba escrito que saliera bien, pero supimos aprovechar lo que yo llamo 'trilogía reformista': la democracia, simbolizada en la Constitución de 1978; la autonomía política, consecuencia de lo primero; y la incorporación a Europa, que nos permitió financiar con fondos de cohesión europeos nuestros propios proyectos. Hicimos muchas cosas y en muy poco tiempo. Pusimos en marcha la Universidad, construimos nuevos hospitales y mejoramos nuestra red de carreteras».

Tras señalar que tiene «una clara conciencia del trabajo colectivo», Barreda subraya algunos logros conseguidos durante su etapa al frente del gobierno regional. «Cuando yo dejé de ser presidente, más del 90% de la población castellanomanchega estaba a menos de 15 minutos de una autovía, y todas las capitales de provincia, además de la ciudad de Puertollano, tenían tren de Alta Velocidad. Por no hablar del impulso que le dimos a la atención primaria y a la educación». 

«Coincido con Emiliano cuando reivindica el principio de igualdad y una mejor financiación para Castilla-La Mancha»

Le apunto que los castellanomanchegos quizá no seamos tan 'singulares' como los catalanes a la hora de recibir una financiación autonómica justa y solidaria, salvo que me demuestre lo contrario. «Estoy en contra de las relaciones bilaterales y a favor de revisar la financiación autonómica de forma conjunta y para todos. En la financiación, y más desde una perspectiva de izquierdas, no puede olvidarse el factor de la solidaridad. No vale decir: como nosotros aportamos más, también tenemos que recibir más. Eso es tanto como decir que un rico, que aporta más dinero a la Seguridad Social, puede colarse en el quirófano. Eso es absolutamente inaceptable».

Volviendo a su etapa de presidente autonómico, explica que fue un acierto haber convertido el Alcázar de Toledo – símbolo de resistencia durante la Guerra Civil - en Biblioteca Regional y Museo del Ejército. Defiende esta reconversión recordando la anécdota de una visita realizada a las tropas españolas destacadas en Mali cuando era presidente de la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados. «Allí me encontré con una joven capitán toledana y me contó que había pasado muchas horas estudiando en la Biblioteca del Alcázar. Para ella, ese edificio no tenía la significación del franquismo ni del general Moscardó, sino el de una biblioteca pública donde se iba a estudiar. Este es el mayor reconocimiento del éxito de esa nueva utilidad». 

¿Tiene mejor relación y sintonía con Emiliano García-Page que con José Bono? «Veo con más frecuencia a Emiliano, porque está permanentemente en Castilla-La Mancha. Coincidimos hace poco en el Día de la Región. A Pepe Bono le tengo respeto político y profesional, pero tenemos caracteres diferentes. Quizá por eso, cuando coincidimos en el gobierno de Castilla-La Mancha, nos complementábamos mejor. En cualquier caso, procuro cumplir con el undécimo mandamiento que me enseñó mi padre: 'no incordiar'. Sólo opino cuando me preguntan. Colaboro en los análisis, si me hacen partícipe de ellos. Creo que hay que saber irse de los sitios con normalidad».

¿Comparte las críticas de García-Page a Pedro Sánchez? «Cuando reivindica el principio de igualdad y una mejor financiación para Castilla-La Mancha, por supuesto. Cuando se opone a la explotación del trasvase Tajo-Segura, por supuesto. Y cuando se trata de defender los intereses de nuestra Comunidad, naturalmente que le apoyo». Si de algo no se arrepiente José María Barreda, es de «haber dedicado la mayor parte de mi vida adulta a trabajar por mi tierra». 

«Prefiero no hablar de Cospedal por puro respeto institucional a quien ha sido presidenta de Castilla-La Mancha»

A pesar, incluso, de tener que afrontar momentos muy duros, como el del incendio de los pinares de Guadalajara, donde perecieron los once trabajadores de un retén contra incendios. ¿Fue la tragedia más dolorosa y desoladora de su presidencia? «Sin duda alguna. Fue un accidente brutal que se quiso instrumentalizar políticamente. Produjo mucho dolor y se hizo mucho daño a funcionarios y trabajadores que lo único que hicieron fue colaborar en todo».

¿Se refiere a la actuación de su sucesora en el palacio de Fuensalida, María Dolores de Cospedal? «Por puro respeto institucional a quien ha sido presidenta de Castilla-La Mancha, prefiero no hablar de ella». 

Como catedrático de Historia en Ciudad Real, su último trabajo, lamenta que los jóvenes no valoren nuestra historia reciente, quién fue Franco, o qué papel jugó en la Transición Adolfo Suárez. «Está muy bien conocer el entorno, pero sin olvidar que estamos en una globalización absoluta, donde el aleteo de una mosca en Indonesia acaba afectando a la industria de El Corredor del Henares. Frente al desarraigo que genera la globalización, la gente busca anclajes territoriales, anclajes personales y emocionales».

La tranquilidad que se respira en los salones del Ateneo de Madrid, vigilados por los retratos de grandes personalidades de la política y la cultura española de los últimos siglos de nuestra historia, contagia la conversación con José María Barreda. El tiempo parece detenerse, antes de que acepte con buen talante la selección, por provincias, de los cinco lugares que recomendaría a los visitantes de nuestra región.

«Me fascina el Alto Tajo, en Guadalajara. Es una maravilla. La provincia es bastante desconocida, pero tiene unos lugares verdaderamente impresionantes. Me gusta mucho el urbanismo de Cuenca capital y contemplar las hoces del Júcar y del Huécar. Toledo es una ciudad donde se han ido sedimentando las diversas épocas de la historia de España. Es verdaderamente espectacular, una auténtica maravilla. De Ciudad Real me gusta mucho Almagro y Villanueva de los Infantes, así como los parajes naturales de las Lagunas de Ruidera, Cabañeros y las Tablas de Daimiel. Finalmente, recomendaría de Albacete los pueblos en los que se rodó 'Amanece que no es poco', de José Luis Cuerda: Ayna, Liétor, Letur y Molinicos».

La despoblación en la España rural le parece imparable. Un fenómeno muy difícil de combatir. «No se puede dar respuesta a la España vacía, o vaciada, con demagogia. Estamos ante un problema mundial que no tiene solución a corto plazo. La única manera de solucionarlo es garantizar que quienes vivan en el campo tengan oportunidades para ellos y para sus hijos».

En esta «historia vivida, historia construida», que da título a sus memorias, siempre ha estado presente su mujer Clementina Díez, a la que conoció con 17 años y con la que ha compartido «experiencias irrepetibles». 

A ella le debe mucho de lo que ha sido.

«Mi madre, medio en serio, medio en broma, me decía: 'a ti te hicieron comunista los marianistas'». La Ciudad Real de su infancia, con menos habitantes entonces que algunos pueblos de la provincia, era una capital pequeña, donde todo el mundo se conocía. Cuarto de seis hermanos, dentro de una familia perteneciente a la oligarquía local, José María Barreda estudió en el Colegio de los Marianistas, donde había matriculados alumnos de pago, como él, y alumnos gratuitos, a los que se les enseñaba aparte. 

«Hasta Cuarto curso de ingreso no nos mezclaron – recuerda Barreda -, pero mis mejores amigos pertenecían al grupo de los 'gratuitos'. Era gente extraordinaria y además jugaban divinamente al fútbol. Aquella situación me hizo tomar conciencia, de forma más intuitiva que racional, de la desigualdad y de la discriminación social». Esos amigos de familias humildes, por razones económicas, no llegarían a la Universidad. 

En los últimos años del Bachillerato, la concienciación social del político y catedrático manchego recibió el impulso de profesores marianistas que les explicaban los textos del Concilio Vaticano II y las encíclicas de la Doctrina Social de la Iglesia. Unos años después, en la Universidad Complutense de Madrid, Barreda se afilió al PCE (Partido Comunista de España), «para luchar contra la dictadura», hasta que, en 1980, le convencieron para ser candidato a la alcaldía de Ciudad Real por el PSOE.

«Mi madre me decía, medio en broma, medio en serio: 'a ti te hicieron comunista los marianistas», cuenta el expresidente castellanomanchego, mientras relata algunas de las peripecias vividas en los años de la Transición, al lado de su inseparable compañera y madre de sus dos hijos, Clementina Díez, a la que conoció hace más de cincuenta años. «He luchado siempre por algo tan elemental como que la vida trate con dignidad a todas las personas. Mi leitmotiv ha sido la igualdad real de oportunidades. Todas las personas, por el hecho de serlo, merecen tener tranquilidad y seguridad desde la cuna hasta la tumba».

Su viaje del comunismo a la socialdemocracia no le quitó tiempo para el deporte y la lectura. Fue capitán del equipo de balonmano de su ciudad, delegado de curso en la Universidad y presume de lo bien que se ha llevado con sus compañeros. Como cuenta en sus memorias - «Historia vivida, historia compartida», publicadas por Almud Ediciones -, su primera intervención en una asamblea de la Facultad no pudo terminarla porque la disolvió la policía. 

«Luchábamos – afirma – por la democracia y la libertad, desde un partido político (el PCE) que en aquel momento protagonizaba la actividad antifranquista. El día que asesinaron a Carrero Blanco me detuvieron, pero en el 'Land Rover' donde nos iban a trasladar a comisaría no cabíamos todos. Así que a los que estábamos al final de la fila nos quitaron el carné y nos dijeron, literalmente, 'iros de aquí cagando leches'».

En la Edad Media los que huían de los señores feudales se refugiaban en los burgos y decían: el aire de la ciudad nos hace libres. «El anonimato en Madrid - explica - era una forma de libertad».

Pero Ciudad Real siempre ha estado ahí, guardándole las ausencias.