Nadie puede dudar que el triunfo de las jugadoras de la selección va más allá de lo deportivo. Su victoria representa (y muy bien, por cierto) el sentir de una mayoría de ciudadanos que apuesta por una sociedad más justa, más abierta, más libre y más igualitaria. Desde el momento en que ellas se negaron a aceptar como 'normal', el anormal y abusivo comportamiento de Luis Rubiales, agitaron un avispero que nos ha obligado, individual y colectivamente, a situarnos ante un espejo donde cuestionarnos el día a día de nuestras relaciones hombre-mujer y preguntarnos si cuanto esa imagen refleja nos gusta o no.
He seguido el arranque de esta polémica en una localidad costera del sur. Ni se imaginan algunos de los comentarios oídos en los corrillos de la playa. Unos se preguntaban por qué se formaba tanto lío con el 'beso' de Rubiales a Jenni Hermoso ('consentido', ¡cómo no!), mientras debíamos 'tragarnos' los que algunas jugadoras se dieron con sus novias o esposas. Otros reconocían que la actitud del presidente de la RFEF era una 'cagada', pero a saber qué otras cosas habría detrás de este 'revuelo', alentado, sin duda, por algunas de 'las 15' jugadoras, que, como Alexia Putellas, alzaron su voz meses atrás para reivindicar mejoras deportivas, laborales y personales en la selección, renunciando, incluso, a la gloria de poder ser un día algunas de ellas campeonas del mundo. ¡Cuán persistentes son esos cuestionativos 'peros' para sembrar dudas sobre ciertos comportamientos!
Se escucha, y con razón, que este escándalo ha opacado el éxito deportivo, hablando más de ello que de cuanto representa como reconocimiento y futuro del fútbol femenino. Es verdad. Más de uno ha recordado aquello de estar perdiendo el tiempo mirando al dedo, hurtándonos apreciar la belleza de la luna. En este caso, ese dedo oculta también otras cosas no menos importantes y de las que se ha dicho poco, como son las condiciones en que las futbolistas profesionales españolas desarrollan su trabajo, debiendo negociar en la actual renovación de su convenio colectivo cuestiones tan dispares como el salario mínimo, la duración de sus jornadas laborales, las garantías contractuales para compatibilizar deporte y maternidad, la habilitación de salas de lactancia en los campos de fútbol o qué medidas adoptar para mejorar la conciliación familiar. De momento, ante el inicio de la temporada, ya han convocado dos jornadas de huelga, las cuales, tras el triunfo mundialista, tendrán mucho más seguimiento mediático que el merecido hasta ahora. Y si así andan las jugadoras de la élite, es fácil imaginar cuál puede ser la realidad de las modestas.
En mitad de esta vorágine de declaraciones no han faltado quienes han denostado que el 'affaire' se haya politizado, cargando contra algunas ministras por haber salido en defensa de Jenni Hermoso y aireando despectivamente el término 'monterismo' como sinónimo de la incuestionable validez del consentimiento y el 'sólo sí es sí'. A ello se suma lo dicho por el ex portero Cañizares, justificando el silencio de algunos compañeros futbolistas como un reflejo del no querer mezclarse en asuntos 'políticos', recordándonos aquello que, según se decía, Franco aconsejaba a sus ministros: «hagan como yo y no se metan en política». Ante esos procederes me pregunto que si la política no está para censurar, rechazar o corregir 'rubialadas' como ésta, para qué demonios sirve, aunque a veces, como está ocurriendo en los últimos días, esas intenciones tropiecen con incomprensibles escollos de puridad administrativa o jurídica que dejan perplejos a la ciudadanía.
En sus años al frente de la Federación, Rubiales ha ido acumulando un singular bagaje de actitudes deplorables y turbios negocios en torno al llamado deporte rey. Si sus pares en esta lucrativa industria han ido tragando uno tras otro semejantes desmanes, cómo iba él a entregar su cabeza a un grupo de jugadoras jóvenes, empoderadas, desacomplejadas, reivindicativas y solidarias entre sí, que están dando un extraordinario ejemplo de sororidad. Ese era un precio demasiado alto y humillante para quien está demostrado que en una escala de entre 1 a 10 de chulería y ego, se manifiesta altivo cual si tuviese veintitantos. Lo sorprendente, por no usar adjetivos mal sonantes, es que tal y como se están desarrollando los acontecimientos, ahora parece ser que eran muchos cuantos le tenían ganas, pero vergonzosamente hasta que estas jugadoras no han abierto la lata todos ellos parecían resignados a seguir tolerándo sus prácticas al frente de la RFEF y riéndole las gracias.
Con cuanto está ocurriendo, gran parte de la sociedad española parece haber puesto pie en pared contra las actitudes machistas. El tiempo nos dirá si este emergente '#SeAcabó' se afianza o termina diluyéndose cual tormentosa borrasca veraniega, porque ya sabemos cuan estupendos nos ponemos en cuanto se nos concita a darnos farisaicos golpes de pecho y a ser más papistas que el Papa. En tanto se constata hacia donde se inclina esta disyuntiva, quizás sea el momento de pensar por qué hemos ido dejando crecer entre nosotros a tantos 'torrentes', 'pablos motos', 'alvises', 'bertines' o 'josé manueles sotos', alimentando arquetipos incapaces de pasar la prueba del algodón, en cuanto a igualdad se refiere, cuando se les somete a ella.
Si terminado el Mundial hubo unanimidad al decir que en nuestras veintitrés campeonas las niñas y niños que empiezan a practicar el fútbol tienen nuevos referentes femeninos, en el Rubiales que estas futbolistas han retratado tenemos otro espectro bien claro de lo que como sociedad no queremos ni debemos ser.
Así pues, a la par que lideradas por los goles de Olga Carmona y Salma Paralluelo en los últimos partidos del campeonato, las jugadoras españolas consiguieron su primera estrella mundialista, capitaneados por Hermoso, todos hemos ganado otra segunda: un lucero que, deseando no sea perseida fugaz, en sus cinco puntas resplandecen valores irrenunciables como dignidad, igualdad, diversidad, libertad y respeto. Unos principios que no merecen ser empañados por polémicas como la desatada en Toledo, en plena euforia mundialista, por la decisión de las derechas gobernantes (PP-Vox) de suprimir un curso de iniciación al fútbol para niñas dentro de las actividades deportivas municipales argumentando que no hay demanda y diciendo ahora, tras airearse el dislate, que si algunas se apuntan… se recuperará. ¡Ganar un Mundial para esto!