Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


De vuelta a la trinchera

04/09/2023

El cambio climático está aquí y, mucho me temo que ha venido para quedarse. Buena prueba de ello la tenemos en el asfixiante verano que, mal que peor, hemos sufrido. Esas bestiales olas de calor en que África se enseñorea con el sur de Europa, y que antaño, se reducían a un par de episodios, este año se han erigido en cadena, hasta el punto de que meses como agosto se empiezan a vivir como 'temporadas en el infierno'. Tres cuartas partes de España son ya un puro desierto, y la preocupación se agudiza y se generaliza. Semanas y semanas en que la tierra se abrasa, los pantanos quedan reducidos a barro y los mares se tornan subtropicales. Ahora llegan las lluvias torrenciales, que anegan campos y ciudades, y los bomberos no dan abasto.
Que el hombre, con su torpeza, su falta de previsión y su nefasto y antinatural sistema de vida, está arrasando este bello y, hasta que se demuestre lo contrario, único planeta en el que es posible la vida, es un hecho que sólo los muy bordes se empeñan en negar. Los glaciares desaparecen; los bosques – ayer mismo 'la culebra', hace quince días la Orotava, ese espacio único alabado por Humboldt– quedan reducidos a cenizas, perimetrados, cómo no, pero cenizas. Y pensemos que, como dicen los expertos, el 95% los ocasionan los humanos.
Otro verano para olvidar. Y lo que se anuncia para los próximos años es todavía peor. Se aventura que, de seguir las cosas al ritmo que van, podemos, antes de 2030, soportar temperaturas de 50 grados. Tendremos que cambiar de vestimenta. Estos datos tan preocupantes no impiden que las 'tomatinas' de Buñol sigan su curso, que la pasión ambulatoria se incremente hasta límites insospechado, permitiendo forrarse a toda esa gente que lloraba a lágrima viva hace tres años, y que ahora atraca al turista, sin que la autoridad haga nada, y permita que muchos vivan a cuerpo de rey 'trabajando' tres meses.
«No se os puede dejar solos», debe decir Dios, si existe. Porque de ser así, debe estar más que arrepentido del experimento que puso en marcha con el sapiens. La guerra de Ucrania, enquistada, sigue su curso; las listas de muertos ya ni siquiera se hacen públicas para no aterrar; las pateras siguen llegando, las que no se hunden; los oligarcas, déspotas y tiranos siguen haciendo de las suyas; el poder en el país más avanzado del mundo se lo siguen disputando dos octogenarios; la India alcanza el polo sur de la Luna, mientras tres cuartas partes de la población vive en la miseria; el materialismo y el pragmatismo campan por sus respetos en el mundo, y el egoísmo, la avaricia y la insolidaridad de los poderosos hacen cada vez más estragos.
¿Pesimismo? Digamos, mejor, realismo. Pues ¿cómo definir, si no, el más que preocupante espectáculo de nuestra clase política? Convocar unas elecciones generales en plena canícula para acabar dando el poder de decisión al prófugo más buscado por la justicia española, tiene bemoles. ¿Y para ello tanto asesor y tanto 'tezanos'? El futuro de nuestro país es negro con esta tropa. Los vascos exigen un plurinacionalismo a su medida, que vendría a ser el triunfo definitivo de Ibarretxe. Los separatistas catalanes, que no llegan al medio millón, exigen autodeterminación y amnistía. Otegi se ve lehendakari; y yo, como ciudadano de Albacete estoy dispuesto a pedir un referéndum para recobrar nuestro estatus de murciano o de levantino o de madrileño, en vista del abandono al que nos tiene sometidos Toledo y su santo patrón. Esto es el caos: aquí, los que tienen, quieren más y más y más, en esta política basada en el chantaje y la insolidaridad; y aquí, pagan los de siempre, porque no hace falta decir quienes son. Y todo seguirá de ese modo mientras 'mentis' como el ministro Bolaños estén dispuestos a vender el país a trocitos. Y lo de Rubiales, ¿para qué te voy a contar, papá? Puerto Hurraco, aunque más a lo fino. Cuestión de educación, que decía el denostado Ortega y Gasset.