Bloguero, abogado anticorrupción y organizador de las mayores protestas antigubernamentales desde la caída de la URSS, Alexei Navalni, enemigo número uno del presidente ruso, Vladimir Putin, murió ayer en prisión en lo que las autoridades consideran que fue una muerte natural y Occidente tilda de «asesinato» desde el Kremlin.
«Vladimir el envenenador». Así es como Navalni llamó en febrero de 2021 al mandatario durante el primero de los juicios en su contra.
A diferencia de otros opositores que hicieron carrera en el Congreso o bien en Gobiernos locales, Navalni se hizo un hueco entre los desafectos al Kremlin a través de internet y las redes sociales, desde dónde dio el salto a la política, intentando hacerse con la Alcaldía de Moscú, aunque sin éxito. En aquella cita de 2013 quedó segundo, solo por detrás del candidato oficialista, Serguei Sobianin, alcalde de la capital desde 2010.
Antes de aquellas elecciones, Navalni fue encarcelado por primera vez, un hecho que se iría repitiendo con el paso de los años, hasta que en 2022 fue condenado por fraude.
Aquella acusación, que le acarreó una pena de nueve años, le privó de poder presentar su candidatura a las presidenciales de 2018. Tres años después fue detenido por haber violado su libertad condicional cuando viajó a Alemania, en 2020, para tratarse de un envenenamiento con Novichok mientras viajaba en avión del que muchos creen que el Kremlin tuvo que ver. «Putin ordenó mi asesinato», subrayó el propio Navalni tras recuperarse.
Su arresto, en 2021, movilizó a una parte de la sociedad rusa, que salió a las calles a exigir su liberación en una de las mayores concentraciones que se recuerdan, en un país poco dado a este tipo de protestas. Igual que sucedió ayer, horas después de conocerse su muerte, cuando cientos de personas salieron en varias ciudades a mostrar su dolor en movilizaciones que acabaron con detenidos en Moscú.
Ya en prisión, en agosto de 2023, la Justicia le impuso otra condena por su Fundación Anticorrupción, considerada organización extremista por la legislación.
En enero de 2024, en una de sus últimas declaraciones, Navalni denunció ante un juez las duras condiciones penitenciarias a las que estaba siendo sometido. «La celda de castigo suele ser un lugar muy frío», alegó, afirmando que los presos tenían que cubrirse con periódicos para no congelarse.
El envenenamiento de 2020 no es el único episodio del que salió airoso un disidente que tuvo que hacer frente con otros supuestos intentos por acabar con su vida. Ya antes, en 2019, en uno de sus varios pasos por la cárcel, los servicios médicos del centro penitenciario le diagnosticaron un tipo de dermatitis que podría haber sido provocado por algún tipo de tóxico. Dos años antes, tuvo que ser operado de uno de sus ojos en una clínica de Barcelona después de que alguien le arrojara un líquido antiséptico de color verde conocido como zelyonka, un tinte que durante un tiempo fue muy popular para atacar a aquellos que se oponían al Kremlin.
Después del intento de asesinato con Novichok que le mantuvo en coma, pronto se convirtió en el exterior en una de las figuras opositoras rusas más prominentes.
La animadversión de Putin, que nunca le llamaba por su nombre, nace de las numerosas ocasiones en las que el opositor ha sacado a la luz las vergüenzas de aliados del mandatario, a los que denunció con su dedo acusador en las redes sociales lejos de la censura.
Su muerte conmocionó a todo el planeta, donde se sucedieron movilizaciones de recuerdo. También en su país natal, con Moscú y San Petersburgo a la cabeza, donde miles de personas salieron a las calles con carteles de «Asesinos» en unas revueltas contenidas por la Policía que dejaron decenas de detenidos.