El gran tópico futbolístico que distingue perfectamente «tener equipo» de «tener plantilla» le sienta como un traje a medida a este Madrid. Ganará muchos partidos y puede que todos los títulos, pero no lo hará como «grupo de personas que funcionan como una única unidad» (equipo), sino como «relación de personas de una oficina, de un servicio público o privado, de una empresa, etcétera» (plantilla). El Madrid no tiene ningún problema para vencer sus partidos porque su nómina de atacantes es, quizás, la mejor del planeta. El problema blanco se llama fútbol. 
La radiografía del vestuario merengue es nítida: tiene en tres líneas (portería, defensa y delantera) a algunos de los mejores futbolistas del mundo. Y precisamente donde no los tiene, a pesar de que su nómina de mediocampistas es brillante, es donde se construye el juego. El único 'librepensador' que le queda cumple 39 años el próximo lunes y no está para 90 minutos de intensidad. Los otros (Tchouaméni y Valverde a la cabeza) no dejarían de ser intensos ni aunque los partidos durasen 900 minutos, pero a pesar de detalles puntuales -el taconazo de Valverde en el gol de Mbappé- carecen de 'eso' que tenía Kroos y que el Madrid ha decidido no reemplazar. Un 'eso' que tiene que ver con la pausa y la creatividad. 
Ancelotti, tipo listo y entrenador que tiende a simplificar los conceptos, sabe que los choques en los que su equipo decida tirar una moneda al aire habitualmente saldrán cara: 'Vini', Rodrygo, Mbappé más Bellingham atrás, más Brahim revolucionándolo todo desde el banquillo, conforman una nómina que aseguraría triunfos aunque el conjunto no jugase a nada. El italiano espera ahora que, por ciencia infusa, sin intervenir prácticamente en nada, los buenos empasten y se acostumbren los unos a los otros.