El Rey David es uno de los personajes más inspiradores que encontramos en la Biblia, por su carácter multifacético: pastor, guerrero, gobernante, poeta y músico. Un disparador de creatividad perfecto para un concierto programático en el que mostrar un recorrido musical de más de tres siglos, valiéndose de la versatilidad de registros y posibilidades sonoras de nada menos que siete órganos históricos.
Juan José Montero, destacado intérprete de órgano y piano además de profesor del conservatorio de nuestra ciudad y a quien debemos, no solo el impulso y la creación de este formato de concierto, sino el mantenimiento de los instrumentos catedralicios, se rodeó esta vez de tres de los mejores organistas del panorama internacional. Baptiste-Florian Marle-Ouvrard, Samuel Liégeon y Vincent Dubois son habituales de estas Batallas y confiamos en que sigan visitándonos, pues es prodigioso el ejercicio de coordinación que consiguen los cuatro en la colosal tarea de comunicarse musicalmente situándose a tantos metros de distancia. Un auténtico dream team.
Juntos abrieron el concierto presentando la Sonata bíblica 'Lucha entre David y Goliat', compuesta por Johann Kuhnau en 1700, que dio paso a la versión improvisada del mismo acontecimiento. Montero describió desde el órgano del Sagrario al joven pastor valiéndose de inocentes melodías modales, interrumpidas bruscamente por Goliat desde el Emperador a manos de Baptiste-Florian Marle-Ouvrard. Pudimos sentir cómo la piedra lanzada por David a golpe de glissando viajaba por la Catedral hasta golpear a Goliat, que emitió bramidos terribles en forma de clusters (acordes disonantes) antes de exhalar su último aliento.
Siete órganos cantando a la tradición y la modernidad - Foto: Javier LongobardoEl repertorio continuó en un recorrido de gran eclecticismo, acorde con la figura del rey David. Desde el romanticismo modulante con que escuchamos dialogar a los órganos de Berdalonga y Echevarría en las manos de Dubois y Liégeon, a los ecos sinfónicos de Músorgski, que resonaron grandiosos para deleite de todos los asistentes, pasando por un concierto de Händel magnífico camerísticamente con Montero y Marle-Ouvrard comandando los realejos. Bach volvió a la Catedral de Toledo en el timbre delicado de los tres realejos, sumado al acompañamiento siempre impecable de Montero desde el clave. Los organistas esta vez acometieron el concierto BVW 1063, de enorme dificultad y belleza.
La improvisación es uno de los ingredientes más fascinantes de estas citas, pues supone un audaz ejercicio de creatividad y dominio de recursos discursivos y tímbricos. La ofrecida por Dubois narrando el asesinato de Urías nos estremeció en un emocionante desgarro, propio de un drama policíaco, como lo haría la mejor banda sonora. Igualmente impactantes fueron las improvisaciones compartidas por los cuatro organistas en torno a la idea del arpa de David y la del arca de la alianza; impresionista y sugerente la primera, triunfal y poderosa la segunda. Melodías irrepetibles trenzándose en los metros cúbicos del templo catedralicio, haciéndolo latir rebosante de vida, casi ochocientos años después de su construcción. Todo un privilegio para los sentidos que los toledanos y toledanas sabemos aplaudir y degustar.
No faltaron el humor ni la reivindicación de la importancia de la labor musicológica, por sorprendente que parezca la unión de ambos. En el programa se incluyó una pieza de enorme valía compuesta por Joaquín Beltrán (1736 – 1802), quien, de acuerdo a la investigación del prestigioso musicólogo toledano Carlos Martínez Gil, opositó para ser organista de nuestra Catedral. Pues bien, emulando este concurso de habilidades entre organistas, a modo de bis, Montero brindó la melodía del Te Deum de Charpentier a los tres intérpretes franceses para que se batieran en una suerte de duelo de improvisaciones verdaderamente cómico. Otra exhibición de ingenio y buen hacer que conquistó al público. La cuidada iluminación puso la guinda para redondear una experiencia que seduce a quien se acerca por primera vez e invita a repetir.
Estas Batallas se confirman, edición a edición, como una seña de identidad cultural de nuestra ciudad y un ejemplo de apuesta por la excelencia, abrazando la tradición con una mirada de modernidad.