Una periodista preguntó a Pedro Sánchez, en su rueda de prensa de final de temporada política, el miércoles, si podía garantizar que estará toda la Legislatura al frente del Gobierno. Me pareció que el presidente dudaba unos segundos antes de responder, obviamente, que sí. En ese momento, ya planeaba cómo anunciar este viernes que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, iba a ser designada como vicepresidenta primera, en sustitución de Nadia Calviño, aunque no se le iba a otorgar también la cartera de Economía, que ha ido a parar a un técnico desconocido para el gran público y para la mayoría de los informadores, Carlos Cuerpo.
Así, María Jesús Montero, una superviviente desde aquel primer Gobierno de Pedro Sánchez en 2018, se convierte en lo que Nadia Calviño nunca fue de hecho, aunque sí lo fuese en el organigrama: la 'número dos' del Ejecutivo de Pedro Sánchez, cuando ya es también oficialmente la 'número dos' del PSOE. Es decir, se convierte en algo así como 'la Alfonso Guerra' del Gobierno de Sánchez. Y, como Guerra, Montero es sevillana de pura cepa, ella del barrio de Triana. Hasta aquí las semejanzas, porque el perfil de Montero, que tiene en su curriculum una carrera de Medicina que nunca ejerció, el desempeño de altos cargos en la Junta de Andalucía y cinco años ocupando un puesto en el Consejo de Ministros que preside Sánchez, es diferente en múltiples aspectos al de Guerra. Entre otras cosas, porque ella sin duda no va a provocar disidencias con 'el jefe' como Guerra las provocó, hasta la ruptura total, con Felipe González.
Inmediatamente comenzaron ayer mismo las especulaciones acerca de si Montero, que presidirá los Consejos de Ministros cuando Sánchez esté fuera -y no son pocas las ocasiones en las que el presidente se halla de viaje--, sería la sucesora de Sánchez en el caso de que este dejase la Presidencia por uno u otro motivo. Claro que son especulaciones prematuras y algo gratuitas, a mi entender: esa sucesión ni está abierta -como sí estuvo en algún momento la de Felipe González, aunque nadie pensase en Guerra como presidente- ni creo que Sánchez haya nombrado a su fiel ministra de Hacienda preparando delfinato alguno.
Más bien me inclino a pensar que el presidente busca a alguien rocoso, capaz de plantar cara a la vicepresidenta segunda ante cualquier posible crisis interna con Sumar, eficaz en la gestión y que no haga, ejem, demasiados remilgos a la hora de esconder ciertas evidencias, como le ocurre al propio Sánchez. Alguien de confianza total, para lo bueno y para lo malo. Alguien que no se halla 'quemado' demasiado -demasiado- en las operaciones con Puigdemont, ERC y Bildu.
Por lo demás, esto ha sido algo más que una mera sustitución, entre otras cosas porque la ministra de Hacienda y 'número dos' de todo no ocupará (demasiado pluriempleo) la cartera de Economía, que era una 'supercartera' en manos de una Calviño que, a mi juicio, se va por la puerta grande. Ahora, el responsable de la política económica del Ejecutivo será Carlos Cuerpo, hasta ahora un discreto secretario general del Tesoro, muy identificado con Nadia Calviño, que habría sido quien sugirió a Sánchez este nombre.
Joven pero suficientemente preparado --viene de la London School of Economics and Political Science, que no es mala recomendación, entre otras procedencias--, dicen que con buenas conexiones en Bruselas, moderado y con escaso perfil político, parece haber poco que objetar a este nombramiento. Será un puesto en el que tendrá, aseguran, que lidiar con vacas más flacas que las actuales, en una UE casi en remodelación por elecciones próximas y con la guerra en Ucrania sin trazas de acabar.
Por lo demás, y exceptuando algunos movimientos de competencias -la Función Pública, que dependía de Hacienda, pasa ahora al Ministerio de Transformación Digital de Escrivá-, el organigrama sigue su estela básica, el Gobierno gana un ministro y pierde una vicepresidencia, al pasar la cuarta a ser la primera. Para mí, una clave del funcionamiento del nuevo equipo estará en el mayor o menor entendimiento de Montero con Yolanda Díaz, lanzada como nunca a consolidar su operación política y con el grave riesgo de un trastazo en su Galicia natal que restaría a la jefa de Sumar no poco poder político y bastante influencia moral. Ahora, todas las cartas están sobre el tapete.