Una de las realidades que más me asusta en estos tiempos es la ausencia de espíritu crítico, la tendencia a arrimarse a rebaños, la adherencia a afirmaciones sin desplegar argumentos que así lo motiven. Esto es preocupante porque se observa no sólo entre adultos, sino entre los más jóvenes, sumidos en una resignación que les resulta más cómoda que alzar la voz. Eso ya lo hicieron sus abuelos, y tal vez sus padres, y ahora ellos quieren ganarse los derechos porque se lo merecen. O eso creen.
Una se asombra al comprobar cómo muchos de los que tendrán en sus manos este mundo tan enajenado, no miran más allá de las pantallas de su móvil, sus poses en las redes y sus 'likes', mientras no se cuestionan cómo será su futuro. Algunos huyen tanto de la responsabilidad que cuando, por fin, tienen la oportunidad de emanciparse, se hacen acompañar por un perro o un gato, al que humanizan sin sentido. Eso de llamarlo «mi bebé» a mí, sinceramente, me espanta.
¿Qué está pasando en este mundo de frivolidad, en el que priman las apariencias frente a los sentimientos, en el que una persona que lucha por valores es despreciada si no forma parte de una colectividad aborregada? El pensamiento libre se ha ido difuminando paulatinamente y en estos tiempos tiene las de ganar el que se une a una organización emergente, que le dará un redil en el que cobijarse toda la vida. Y sin necesidad de discernir, que ya eso le viene dado.
Así hay muchos. Pero no se equivoquen, queridos lectores, no toda la juventud, ni toda la ciudadanía se ha adormilado ante una cómoda realidad que les permite llevar una vida insulsa. De acuerdo que eso de darle vueltas a la cabeza nos complica la vida. Y que salirnos de nuestra zona de confort para abrazar unas creencias o demostrar unos principios que no son los imperantes puede producir que te arrinconen en el sistema. Seamos valientes: animo a esos que optan por disentir, que no se sienten parte de esos grupos en los que basta con aplaudir, a que desarrollen su lado rebelde, a que transformen sus ideas en pacífico inconformismo, a que reivindiquen esos valores que heredaron de generaciones anteriores, menos preparadas, quizá, pero más sabias.
Muchos no sabemos manejar la tecnología con la misma destreza que algunos chavales, pero ellos desconocen el nombre de filósofos que nos hicieron cuestionar el sistema hace unas cuantas décadas. Hemos plantado cara a un mundo hostil y hemos salido adelante solas, sin que nadie nos impusiera un modo de vida o un pensamiento. ¿Ha sido más difícil? Desde luego. ¿Más reconfortante? Sin duda. Porque las personas son valiosas por sí mismas, no por su militancia. Que no lo olviden los sectarios, los estómagos agradecidos y aquellos que decidieron unirse a la manada para sentirse integrados. Los que disienten, los que piensan, son los que harán cambiar el mundo. Va por ellos.