De pequeño me encantaban las películas de Disney, aquellos dibujos animados que aún no habían padecido el wokismo que hoy hace insufrible cualquiera de sus producciones. Soñaba con ir a Disneyland, y, cuando tuve la oportunidad de visitar por primera vez su sede en París, acompañando a mis alumnos del Instituto de Sonseca, allá por 1999, disfruté como un auténtico niño. Reconozco que, según me iba acercando y dejando envolver por la música, mi emoción iba creciendo y no dudo que superara a la de los adolescentes que acompañaba.
La verdad es que se disfruta mucho en cualquier categoría de parque temático. Los hay de todo tipo y para cualquier gusto. Pero hoy quiero referirme a un parque temático mucho más triste, el que se está desarrollando, día a día, fagocitando la ciudad, en el centro histórico de Toledo. Porque, esta es la dolorosa realidad, la vieja Urbs Regia se está transformando en esto. De nada valen las protestas de los vecinos, cada vez más expulsados de su hábitat por un modelo turístico insostenible. De nada sirven las numerosas advertencias de instituciones de toda índole. Toledo se ha convertido en un lugar exclusivo para turistas, en el que rebaños compactos en torno a un paraguas o similar, escuchan explicaciones peregrinas, si no directamente aberrantes, convirtiendo la rica historia toledana en un conjunto de anécdotas insulsas, a menudo falsas, erróneas o intrascendentes. Una ciudad en la que triunfan 'museos que, con reclamos llamativos, muestran una historia que no existió, presentan personajes que no fueron o recaen en viejos tópicos ya superados por la investigación científica.
¿Es tan difícil escuchar la voz de los vecinos? ¿Es necesario expulsar a la población que es la que realmente hace que una ciudad esté viva? ¿No hemos aprendido nada de la pandemia? ¿Hemos olvidado ya aquellas calles desiertas, que nos hablaban del despoblamiento de los barrios históricos?
Una ciudad son sus habitantes. Una ciudad es el patrimonio inmaterial que estos conservan, sus costumbres, sus tradiciones y ritos. Una ciudad viva es la que ofrece lugares de reposo a sus mayores, de juego a sus niños. Una ciudad, si no quiere morir, debe acoger a sus ancianos, sin que tengan que pasar sus últimos días lejos de sus raíces -¿para cuándo la recuperación del Hospitalito del Rey, o la rehabilitación de la antigua Maternidad?-, ofrecer futuro a sus jóvenes, mimar a quienes diariamente la sostienen, con sus pequeños negocios, sus tiendas, su comercio de proximidad. Una ciudad viva es la que permite una adecuada movilidad a sus ciudadanos, que procura que haya zonas verdes, que prima no sólo la conservación de los grandes monumentos, sino también su peculiar, y en este caso único, entramado urbano.
Toledo necesita, urgentemente, repensar su modelo turístico. El que tenemos no es garantía de éxito. Todo lo contrario. Porque cantidad no es calidad. No asesinemos a Toledo. No hagamos de ella un parque temático.