En las postrimeras del siglo XVIII Talavera de la Reina es una ciudad al oeste de Castilla la Nueva ubicada en el Reino de Toledo, bajo la dependencia administrativa del intendente de esta provincia. La vida cotidiana transcurre de manera rutinaria, tranquila y sosegada para sus habitantes y los de su comarca.
El concejo talaverano, a través de la Junta Municipal de Propios y Arbitrios, administra su extenso alfoz sometido al control central de la monarquía borbónica, que autoriza o deniega el gasto de los fondos municipales según su aplicación. Arriendan dehesas y aprovechamientos como carboneo, pastos, siembras y montaneras. Permiten la entrada de ganados en los alijares. Autorizan obras y prestan servicios. Secuestran rentas como la de la Asadura perteneciente a la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera para aplicar su importe a la composición y arreglos de los puentes sobre todo el del Tajo. Cobran impuestos y resuelven recursos. Visan dietas, pagan salarios y gastos de fiestas (Candelaria, Corpus, Santos Mártires y Mondas) y siempre con supervisión del intendente de Toledo, que a su vez responde del control presupuestario ante la Contaduría General de Propios y Arbitrios del Reino.
A finales de 1796 constituyen esta junta el licenciado don Benito Sáenz González como presidente, que también es el corregidor de la ciudad, don Manuel Jiménez Paniagua y don Pascual Montero, regidores, don Leonardo Tirado, don Bernardo de Alejo y don Pedro López Pintor y Soto como diputados, don Luis López de Sigüenza como procurador personero y don Pedro Rezábal procurador síndico general.
En este año se tratan asuntos relativos a la formación del padrón municipal, al aprovechamiento del Valle de la Becerra (en singular) o la isla de Beas. El arreglo del reloj público y la escalera de su torre, la renta de la venta del Alberche, obras en las carnicerías, venta de álamos, nombramiento de peritos, arrendamientos de yerbas, isla de Villanueva, alijar de Rui Díaz. Arreglo del puente del Pópulo y de la casa del corregidor. Isla de la Morana, dehesas de Covisa y de la Mina, montes del Chaparral y de Fuentelapio. Impuestos como la cántara de aceite, Oveja del Verde, enserar el vidrio, peso y correduría, aguardiente, alhóndiga, almotacén o paso del puente.
Ante esta situación de cotidianidad y a veces también de precariedad, sorprende la propuesta del regidor talaverano don Pascual Montero, pues en la sesión de 14 de octubre de 1796 se recibe la orden del intendente don Miguel Savino de Acosta que para instruir al Consejo de Castilla sobre el recurso planteado por dicho edil, que comisionado por el ayuntamiento, había «solicitado permiso para costear del caudal de estos propios una máquina fumigatoria a fin de prestar esta auxilio en las frecuentes desgracias de ahogados que ocurren en el río Tajo; expresa su señoría se hace preciso que, con el ayuntamiento y junta de propios, informe el señor corregidor del coste que podría tener la máquina, manifestando si en esta villa hay persona que la sepa manejar. Y en su inteligencia se dio comisión a señor don Pascual Montero para que informado de dichos particulares de cuenta a la junta».
Ojiplático no se si será el adjetivo más adecuado a la lectura de esta noticia, pero lo cierto es que estamos hablando de la adquisición de una máquina de vapor, la cual supongo podría haberse instalado en algún barco o barcaza para navegar por el Tajo, con la finalidad de usarla tanto para el salvamento como para el transporte de una orilla a otra, dada las continuas roturas de los arcos del puente medieval, como era el caso entonces y el secuestro continuo de la barca de Montearagón para usarla en Talavera.
Ciertamente este brillante proyecto convierte a nuestro consistorio en un visionario, en un iluminado, en un adelantado pues no debemos olvidar que estamos hablando de alta tecnología de la época de la Ilustración. Da la sensación de que tal pretensión de adquirir la máquina fumigatoria se proyecta como algo poco realista, pues no debería ser nada barato y suponemos que tampoco habría en la villa perito que pudiera manejar tal artilugio.
La idea no debió sobrepasar más allá del conocimiento de un pequeño círculo local y nunca mas volvimos a saber sobre el asunto, pero lo cierto es que ya en 1796 Talavera de la Reina había llegado, al menos en inteligencia, a las fronteras de la modernidad.
*Rafael Gómez es Archivero municipal.